Será el karma pero todo apunta a que a Ayuso le están pasando factura las decisiones tomadas en la pandemia. Como si de su peor pesadilla se tratara está viviendo en el piso de Chamberí y viajando en el Maserati que adquirió la persona que dio un pelotazo (dos millones) con la compra de mascarillas en lo peor de la crisis. Un tipo, sin duda, sin escrúpulos, que hizo negocio en el momento en el que nadie veía venir la tragedia y defraudó al fisco.

El tema pinta feo porque ya se habla de sociedades pantalla y de una presunta trama. A la vez que estalla el caso, un estudio señala a Ayuso tras concluir que más de 4.000 muertes en las residencias de Madrid se podrían haber evitado entre marzo y abril de 2020. Dos meses antes, la que sería su pareja González Amador pactaba ejercer como comisionista de FCS.

Era un 25 de enero de 2020, China había decretado el confinamiento de Wuhan y el 24 de febrero, el virus saltaba a la península. Jugada perfecta. Ella se hace la víctima, “ahora tocaba el novio” y “tengo derecho a dormir en la cama que considero como persona libre”. Quien dirige una institución pública (la comunidad de Madrid) alega tener dos capas, la personal y la profesional. Pero su obligación es no mentir por querer proteger a tu pareja.

Es su responsabilidad como cargo público. Si sabía del pelotazo no le alabo el gusto, si consintió la estafa y la tapó es cómplice, y si no se enteró de nada –en modo infanta– es el momento de dar la cara. Quiso llamar la atención con su lenguaje populista y macarra e hizo viral el “me gusta la fruta”. Ahora en las redes se oye “le gusta la pasta”.