Se cumplen 12 años del inicio de la guerra en Siria, y la situación sigue siendo desgarradora para los que permanecen en el país, así como para aquellos que desde fuera observan con preocupación la indiferencia de un mundo que borra toda responsabilidad de Al-Assad y apunta a la catástrofe natural del pasado mes como responsable de todos los males.

Algunos estados árabes, como Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Argelia, ya habían restablecido relaciones con el régimen sirio antes del terremoto, en una estrategia que se ha descrito como un cambio de política “del aislamiento punitivo a la diplomacia paso a paso que daría a Siria un “contrapeso” árabe a Irán, aliviaría las dificultades económicas, incentivaría al régimen a aceptar reformas y garantizaría el retorno seguro de los refugiados. Sin embargo, tras el terremoto esta estrategia paso a paso derivó rápidamente a una diplomacia acelerada que está borrando la responsabilidad de Assad de la barbarie causada estos años de guerra.

La diplomacia del terremoto hace más fácil y justificable que los países que en su momento dieron la espalda a Al Assad, vuelvan a tornarse hacia el líder alawita, impulsados ahora por la fría realpolitik de un reconocimiento tácito de que el control del poder por parte de al-Assad es férreo y no es probable que se cuestione pronto.

En definitiva, una vez más, y tras doce años de guerra, una tragedia para los sirios acaba siendo una bendición para Assad.