Los significados tienen forma de red, son fluidos, contextuales, es decir, que se forman por procesos sociales, no por normativas, no por decretos, tampoco por buenas intenciones. En este monumento su significado es extenso y rotundo, construido con la solidez de la derrota de la democracia perpetrada por una rebelión militar y una destrucción social que se extendió por muchas décadas. Para conseguir estos propósitos un largo plantel de criminales asesinó en Navarra a más de 3.500 personas y sometió por la represión y el miedo a la sociedad en su conjunto. Muchos de los asesinados eran socialistas y ugetistas, otros cenetistas y muchos otros simplemente trabajadores. Tres mil quinientos asesinatos en una pequeña comunidad con una población de 350.000 habitantes. Una de cada cien personas fue asesinada. Una de cada cien, cualquiera puede hacer la comparación con todas las masacres de las que hemos tenido noticia, para darse cuenta de la magnitud de nuestra olvidada tragedia.

Parece que el “director general de Memoria y Convivencia” cree que tiene el poder de reconvertir los significados. Pero no, la semiótica no da para tanto. Los símbolos no se pueden modificar sin una demolición profunda, esto es, política y social y con herramientas de demolición contundentes. El edificio de este monumento se erigió como el final de la ciudad, el cierre de toda perspectiva, la historia terminaría en él, ante ese monumento se acabaría toda esperanza. Así se creó ese tapón con el que nadie se atrevería.

La demolición de ese símbolo vergonzoso ha comenzado ya en las conciencias. Nadie aceptará que su “reconversión”, su “resignificación”, su “rediseño”, sus leyendas superpuestas, sus cambios de uso, sus decoraciones, sus leds, sus proyectores o cualquier otro invento de la inteligencia artificial, natural, de la ingeniería, del arte, de la arquitectura, vayan a hurtar la necesaria demolición física.

Hay que abrir ya nuevas perspectivas, porque las perspectivas son símbolos de futuro, de horizontes y de progreso. La perspectiva desde la plaza del Castillo fue taponada para poner límites a la ciudad y a sus gentes, a sus ideas. Es el momento de derribar el monumento fascista para ver el cielo y las montañas desde Carlos III y soñar el futuro.

Artista y profesor