El ataque con varios cientos de drones y misiles lanzados la noche del sábado contra Israel, aunque sin causar víctimas, por parte de Irán es una exhibición de fuerza y un claro mensaje de represalia y venganza contra el país judío por el bombardeo llevado a cabo por Tel Aviv contra el Consulado iraní en Damasco en el que fallecieron siete miembros de la Guardia Revolucionaria. El régimen de los ayatolás ya había anunciado una respuesta contundente contra Israel por la agresión israelí e incluso avisó previamente a varios países –entre ellos, Estados Unidos, aliado de Tel Aviv– del inicio del ataque.

Los sistemas de defensa antiaérea, con apoyo de Washington, lograron interceptar y anular la gran mayoría de los drones y misiles, con lo que los efectos reales del ataque iraní fueron escasos. Estas circunstancias parecen indicar que tanto con este medido ataque como con la captura horas antes de un buque “vinculado” a Israel en el Estrecho de Ormuz Irán ha buscado más un efecto propagandístico tanto a nivel interno como externo con el que mostrar firmeza y capacidad militar frente al enemigo que iniciar un conflicto bélico en Oriente Próximo.

Esa era, y sigue siendo, la gran preocupación de la comunidad internacional, porque la derivada de una escalada de tensión que lleve a una extensión de la guerra en la zona no es ni mucho menos descartable. El riesgo era evidente –cualquier error a la hora de interceptar alguno de los artefactos o un accidente podría haber causado víctimas mortales– y sigue existiendo pese a que Irán ha dado por concluida su acción de represalia. De hecho, ahora todas las miradas están puestas en la reacción de Israel, en medio de las amenazas de Irán de responder de manera más contundente.

La posible actuación del primer ministro, Benjamin Netanyahu, es siempre imprevisible aunque en general, presionado por sus halcones, suele optar por el uso de la fuerza, como se viene demostrando en Gaza. De ahí los esfuerzos de EE.UU. y de la UE, y, formalmente al menos, también de China, por evitar una escalada aún mayor del conflicto, que sería desastrosa para Oriente Medio, con riesgo de extensión a nivel casi global. En este contexto, es necesario un claro llamamiento a la calma y la prudencia frente a un grave riesgo de una nueva y catastrófica guerra.