Es muy probable que la población de Iruña no se haya enterado de que sobre la antigua estación de autobuses, ubicada en la calle Conde Oliveto, n.º 6, pesa la posibilidad de que sea derribada, dado que así se contempla en el PEAU (Plan Especial de Actuación Urbana del Segundo Ensanche).

Desconocemos las razones que han llevado al equipo redactor la exclusión de dicho edificio en el catálogo de derribo, a no ser por una intención especulativa institucional, al igual que las perpetradas en la manzana intermedia, ocupada por El Corte Inglés.

Caso de que sea así, lo consideraríamos un grave error y un ataque al patrimonio arquitectónico de la ciudad, dado que, en nuestra opinión, no está justificada la demolición del edificio que albergó la antigua estación de autobuses. Además, reúne suficientes cualidades urbanísticas, históricas y culturales para ser conservado y protegido en el ámbito del PEAU.

La estación de autobuses de Pamplona fue la primera en su género a nivel mundial. En 1934, cuando se inauguró, causó asombro y envidia en Europa por sus dotaciones y servicios agrupados bajo el mismo techo. Causó sensación entre técnicos y gestores del ramo y fue declarada Premio Nacional de Arquitectura.

El hecho no era para menos. En aquel momento, la II República Española era la más progresista tanto social como culturalmente. La nueva república abrió la espita de la creatividad y las personas más audaces podían soñar en la realización de sus proyectos pendientes.

Eso debió de pensar el arquitecto pamplonés José Alzugaray, que gozaba de una reputación bien consagrada, cuando el Ayuntamiento de Pamplona propuso la construcción de una nueva estación de autobuses, moderna y eficaz, durante la sesión de Pleno del día 14 de noviembre de 1923. El 27 de febrero de 1924, el arquitecto municipal don Serapio Esparza remite al alcalde el estudio para su construcción en la manzana número trece del II Ensanche. El 8 de septiembre de 1932, el Consistorio aprueba las bases para el concurso.

El 17 de noviembre de 1934 se inaugura la nueva estación de autobuses, siendo alcalde don Tomás Mata Lizaso.

Entres sus valores arquitectónicos destaca su fachada principal. Uno de los mejores ejemplos de arquitectura art decó en Pamplona. Su composición centrada y presidida por su icónico reloj de tres esferas, enmarcado entre dos torreones, cada uno de ellos luce sendos escudos, el de Pamplona y el de Navarra con su corona mural republicana. El lugar que ocupaba este está cubierto por una placa de hormigón, bajo la cual se encuentra un escudo con Laureada con el que los golpistas sustituyeron el original republicano.

Su emplazamiento inmejorable y su funcionamiento fueron resueltos de forma sobresaliente. La distribución en planta sorprendió a propios y extraños por su funcionalidad, ergonomía y diseño progresista. En su interior sobresale el vestíbulo con una decoración propia de la época. La acumulación de todos los servicios básicos en una misma planta estaban correctamente resueltos.

Desde entonces, figura en los tratados de lógica arquitectónica.

Nunca hasta entonces un servicio público había reunido y coordinado taquillas de expedición de billetaje y el resto de servicios (bar, restaurante, comercios, estanco, aseos, teléfono público, etcétera). La resolución de los andenes y las espaciosas dársenas dotadas de plataformas elevadas para facilitar la carga de los bultos sobre los coches de línea, los garajes perfectamente ventilados con sus amplias puertas de ingreso y salida de autobuses era algo desconocido.

También disponía de una zona específica para camiones y camionetas, dotada de báscula, oficinas, consigna, arbitrios; en fin, una estación de referencia para toda Europa.

Lo mismo sucede en el interior de los hangares con la iluminación cenital a través de la bóveda acristalada que responde al más puro racionalismo funcionalista y que recuerda la máxima acuñada por la escuela alemana BAUHAUS (escuela de arte y arquitectura): “La función hace la forma”.

En el plano simbólico, ya su fachada sugiere que se trata de una estación y no solamente por su rótulo de caracteres modernos que lo relata. Su reloj de tres esferas colgado en la fachada nos advierte que en su funcionalidad se encuentra su máxima expresión. Son cinco relojes dirigidos y sincronizados desde el reloj madre situado en el corazón del edificio. Dicho reloj conecta eléctricamente con las esferas de la fachada, con el reloj que preside las taquillas y el situado en el centro de las cocheras, manteniendo una uniformidad horaria en todos los espacios de la estación.

A todos estos valores hay que añadir los históricos y los relacionados con la pertenencia a la memoria colectiva de los usuarios. Recordar que dos pamploneses salvaron la vida de la represión ejercida tras el Golpe de Estado de 1936 gracias al escondite que les permitía la caja del reloj de la fachada. Por tal motivo el Ayuntamiento de Pamplona aprobó una declaración para solicitar al Instituto de la Memoria de Navarra que “catalogue el reloj de la antigua estación como espacio de la memoria”.

No olvidemos que la estación de autobuses fue la puerta de acceso a la capital durante ochenta años y, por consiguiente, escenario de encuentros y desencuentros, bienvenidas y despedidas, como refleja fielmente la película Secretos del corazón del director Montxo Armendariz.

Sería un desastre, sin justificación alguna, que por razones estrictamente económicas y especulativas se demoliese un edificio que tantas virtudes, simbólicas y reales, reúne, tratándose de un referente sentimental de la vida de la ciudadanía pamplonesa y navarra.

Firman el artículo: José Ramón Urtasun, Víctor Moreno, Jesús Arbizu, Pablo Ibáñez, Carolina Martínez, Clemente Bernad, Ángel Zoco, Carlos Martínez, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort