“Y si además resuenan los timbales, es como un chute de adrenalina en vena”, dice a la cámara una turista estadounidense junto a un paso procesional y en la calle de una ciudad española que no consigo recordar. Y eso que aún no había contemplado la nueva imagen del Cristo Resucitado que, del sevillano Rafael Martín para la Hermandad de la Pasión, habría de salir el domingo en la procesión pamplonesa. En la línea del escultor danés Thorvaldsen, autor, entre otros, de un potente Jason, el del Vellocino, las fotos del Cristo, buen mozo (1,83) y guapetón que nos ofrece la Hermandad no parecen ajustarse a los datos históricos de que se dispone sobre el físico del Nazareno. San Clemente de Alejandría, San Agustín, San Irineo, Tertuliano, Celso ... vierten calificativos como informus, indecorus, desgarbado, no más de 1,35, feo e innoble. Vamos, que el modelo y la escultura no cuadran ni de noche.

El físico de Jesús no fue un punto de los más discrepantes cuando yo me iniciaba en la Hipercrítica, pero sí clarificador. Al pedir explicaciones enseguida surgió “lo celestial del Cristo en su majestad, el simbolismo analógico y la glorificación del triunfo sobre la muerte”. El tema es opinable, pero sí supe que la Iglesia, ambiguamente hablando, tiene respuestas para todo. Clarificador, como digo.

Pero vuelvo al título que me ocupa tras el arrebato procesional. Después de la pasión. Panorama después de la dramatización y la liturgia de la muerte de Cristo. Lo cierto es que desde que la investigación hipercrítica puso el foco en los evangelios, las iglesias cristianas, sobre todo la católica, chapotean en el pantanoso terreno de los mitos y leyendas. Ya toqué el tema en otro artículo accesible en mi blog, pero entiendo que si peregrinas a los Santos Lugares, al lago Tiberiades, allí levitas estremecido porque fue donde Jesús caminó sobre las aguas, y luego te enteras que plagiaba, que dejá vu, que Pitágoras y Buda también caminaron sobre las aguas 500 años antes, digo que entiendo la perplejidad del peregrino y su perplejo sesgo hacia los evangelios literarios.

La tendencia a relativizar la redacción no es nueva, pero sí lo es que frases como “sus autores no primaron los detalles históricos” ó “el encanto de la literatura oriental” apunten a un reescribir el canon evangélico que invalide las florituras orientalistas, a buscar un reescribidor, un woke que practique la cultura de la cancelación y saque a la Iglesia de charcos mitológicos. Vamos, que borrón y cuenta nueva.

No lo tienen fácil. La Iglesia se ha cimentado sobre imágenes como el Jesús sobre las aguas o el Cristo resucitado, que es una selfie distorsionada del Dios romano Mitra, el Dios del emperador Constantino. Con tal base y poder ha dictado a Occidente una fe y una moral -cuyas raíces estoicas jamás reconocerá- y ahora pasa a preguntarse, después de la postración post-arrebato semanasantero y cuando cruje la solidez de los relatos del evangelio, si el simple llamar a la fe será levadura bastante para cuajar en el Pueblo de Dios que preconiza; si tendrá que convivir, sin ventajas, con otros cultos paganos que en su día arrasó. En el 383 d.c. el senador romano Símaco suplicaba tolerancia religiosa mientras bandas de monjes cristianos asolaban y demolían altares y templos paganos en todo el imperio, un entramado de lugares de espiritualidad vandalizado o cristianizado, como se prefiera. Se sabe que la capacidad de resiliencia de la iglesia católica se basa en una estructura física de templos, ermitas e instituciones donde anclar la liturgia del crucificado. Qué significaría para aquellas creencias que tenían su templo, su roble, su cueva o su monte el que su entramado y su ritual fuesen devastados con violencia, malditismo y procesos inquisitoriales.

La concepción laica del Estado deja la fe y práctica religiosa a la responsabilidad personal. La postura es correcta, pero lo cierto es que favorece a las religiones establecidas. Lo particular a menudo se ahoga en sí mismo y no es raro el adepto que frecuenta templos extraños por una necesidad de ritual compartido. Sin embargo, siempre ha existido un potente flujo de espiritualidad, a menudo no reglado, y ese queda a la intemperie. Acaso la respuesta se halle en algún mapa perdido de lugares de espiritualidad.

El autor es escritor