Muchas veces me he sentido tentado de escribir sobre la crispación social a lo largo de la historia, pero me resulta tan mareante como la utopía. No pretendo, por tanto, escribir sobre la crispación del pasado, pues precisaría una narración hecha con la fecundidad y riqueza que facilita el recuerdo. Muchos lo han intentado, pero casi todos han sido engañados por la fragilidad de la memoria. A mí, que he paseado y conocido el interior cálido y animado de Madrid, me resulta más sencillo centrarme en la crispación capitalina, que es la que está más pujante. Las ayusadas de la presidenta de Madrid no son cosa de broma, sino desatinos muy serios, pues su éxito reside en que hablemos de las cañas y los bares y no de su pésima gestión política, de la asfixia de la sanidad pública, del fraude fiscal de su pareja y de su lujoso Maserati, ni de las obras ilegales realizadas en su dúplex de Chamberí, y sobre todo de la escalofriante muerte de miles de ancianos por coronavirus en las residencias de mayores de la Villa y Corte. Trágico suceso que tuvo dos causas. La primera fue la injustificada precarización y privatización de la sanidad pública, cuya consecuencia fue el desbordamiento del sistema sanitario. Y la segunda, la firma de un protocolo mediante el cual se prohibió que los ancianos infectados por covid-19 fuesen trasladados de sus residencias a hospitales, por lo que murieron en condiciones infrahumanas, sin tratamiento médico, aislados y abandonados en sus habitaciones. Un hecho atroz del que nadie ha respondido ni política ni judicialmente, pese a las denuncias de la Plataforma Verdad y Justicia por las Residencias.

En una sociedad desinformada por los bulos, la actualidad discurre maliciosamente por un cauce desprovisto de veracidad y sentido. Y este despropósito viene a ser el ayusismo que está animado precisamente por la aversión a la verdad, a la cultura y a la inteligencia. Y es que el incesante, frívolo e irrespetuoso protagonismo de Isabel Díaz Ayuso no busca otra cosa que el aplauso personal, que es lo que a su jefe le fastidia. De hecho, ya empieza a cansarse de esa belleza de alloza hembra que sólo mira por sí misma. Sea como sea, ella va siempre por delante porque tiene algo de mascarón angelical y acerado, de miss de Chamberí con piso de lujo y pareja particular, de presidenta Chanel y de cariátide encurtida de tantas procesiones, aunque no sepa de qué va la misa. No es tan matasiete como Abascal, pues tan sólo trata de desalojar al sanchismo y sustituirlo por Feijóo, aunque lo ningunee constantemente, para finalmente sucederle y de paso instituir, a la luz de un resplandor oportunista, nocturno y alevoso, una nueva beautiful people, goda, infantil, frívola y vanidosa, que va camino de ser el nacionalayusismo, que si se extiende, va a dejar España como estaba con Franco.

La actual crispación social, cuando camina aguerrida y segura, gana en volumen y eficacia. Así de tupida, imperturbable e incendiaria es la ofensiva que la derecha madrileña, guiada por Isabel Díaz Ayuso, mantiene contra todo lo que se mueva a su izquierda. Es una ofensiva de dientes afilados, una contienda tan sañuda como grotesca, es la querella de todas las querellas, la que desafía a la mismísima democracia, porque no se acomoda a sus propios intereses. Y es que la inquilina de la otrora Dirección General de Seguridad, aprovechando que la izquierda se muestra menos dialéctica que de costumbre, compone el cuadro de La rendición de Breda, o sea el de Las lanzas de Velázquez, ilustrando un conjunto clara e innecesariamente beligerante. Lo cierto es que la lideresa del PP no para de hablar delante de las cámaras de televisión, aunque nunca diga algo con sustancia. Su discurso, que es más de Vox que del PP, se mueve en la gratuita metafísica de la fabulación mientras que sus adversarios lo hacen en la intrincada y dura realidad. La inquilina del edificio del siglo XVIII, que albergó otrora la Real Casa de Correos, hoy sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, mediante enfáticas y disparatadas ocurrencias se afana en provocar inútiles enfrentamientos ciudadanos y territoriales. Y es que desde aquel día millonario de votos ultraconservadores en el que Isabel Díaz Ayuso ganó las elecciones, se ha convertido en un error sin solución de continuidad. Todo ella es un error, un inmenso error, pero, al parecer, no tiene sentimiento de culpa ni dolor de contrición ni propósito de enmienda, pues lo suyo es crispar y desprestigiar la política. Y en eso está la surrealista y provocadora vecina de Chamberí. En fin, siempre nos quedarán los churros con chocolate de la madrileña Chocolatería San Ginés.

El autor es médico psiquiatra