La celebración de Nochevieja en el Lanbroa incluía un doble adiós: “Buen fiestón para despedir el año y también mi paso por este bar. Año nuevo y vida nueva, a partir de ahora serán Eneko y Javi los que se ocuparán de vosotres. Os van a cuidar de lujo. Ha sido un placer compartir el Lanbroa todos estos años y gracias por el cariño que nos habéis dado”, anunciaba Agustín Errasti en las redes sociales de este bar de la calle Descalzos, uno de los imprescindibles del Casco Viejo pamplonés. 

Natural de Arrasate y vecino de Navarra desde hace un cuarto de siglo, a sus 64 años a Errasti le he llegado el momento de jubilarse. No le da ninguna pena: “Creo que lo voy a vivir muy bien. Estoy que no me entero, porque hoy estás en el banco, el lunes a la Mancomunidad, etc. Estamos todavía con el traspaso del testigo. Pero no tengo ningún problema. Volveremos más a otros hábitos, a lo que me gusta; le voy a pegar a mil cosas. A estudiar algo, a ir al monte... En casa no voy a estar ni cinco minutos. Me van a faltar horas al día”, asegura.

“Estoy muy contento de cómo ha ido el Lanbroa y de dónde ha llegado. Con todo el cariño, porque si algo le he puesto es cariño, pero también estoy cansado. La hostelería son muchas horas. Y estoy encantado de que sean dos personas como Eneko y Javi, que ya trabajan aquí y todo va a seguir igual, las que lleven el bar. ¿Qué más se puede pedir?”, añade.

"Estoy encantado de que sean dos personas como Eneko y Javi, que ya trabajan aquí y todo va a seguir igual, las que lleven el bar. ¿Qué más se puede pedir?”

Agustín Errasti - Lanbroa

Agustín, sin experiencia previa en la hostelería, tuvo que reinventarse tras la crisis y entró a trabajar en el bar en 2011, cuando lo llevaba Tomás Urmeneta. “Fue súper bonito, porque todo lo que aprendí lo aprendí de él. Es un profesor estupendo de este oficio, porque lo adora”.

Entonces era un bar “de autor” famoso por sus tostadas, y cuando en 2014 Agustín se puso al frente del local también le dio su toque. 

La pandemia obligó a un cambio inesperado, y con reforma del bar incluida, apostaron por las comidas. Un singular menú de tres platos más postre que cambia cada estación y ahora ofrece, por ejemplo, una sopa rusa rassolnik, alubia negra con hongos, pollo irlandés o jambalaya vegano.

“Estábamos con las restricciones de aforo, que si ahora se amplía, ahora cerramos... ese periodo tan horroroso para la hostelería. Empezamos a dar de comer y funcionó. También se cambió la carta de la noche. La respuesta de la gente ha sido muy buena. Se acabó la pandemia, pero el Lanbroa no ha vuelto a lo de antes”, explica Agustín.

“Por lo que sea hemos dado en la diana, de cómo se hizo la obra y el resultado, que es un bar agradable y tiene calidez. Eso también ha hecho que la gente venga. Y con una oferta diferenciada, que es importante”.

La clientela que cultivó primero Tomás y amplió después Agustín es “lo mejor que tiene este bar. Si de algo estoy contento es de la gente que tenemos. Una pasada. Es un bar muy concreto con una oferta muy concreta. Y en todos estos años, con el volumen de gente que puede pasar por aquí, incluyendo Sanfermines, que jamás haya tenido que sacar a nadie ni ponerme nervioso es la hostia. Es gente muy educada, que se comporta muy bien y si le cuidas un poco te lo agradece”.

Por último, tiene claro que Eneko y Javi le van a dar “su punto”, pero “va a seguir siendo un bar de autor. Y que lo viejo mantenga sitios así me parece una bomba”. 

Traspaso testimonial de las llaves del negocio que Agustín, en el centro, cede “encantado” a los nuevos socios Eneko, a la izquierda, y Javier, a la derecha. Iban Aguinaga

Turno para Eneko y Javier

El pamplonés Eneko Palomo, de 41 años, conoce perfectamente el oficio de camarero. Ha trabajado en una decena bares y se incorporó al Lanbroa hace dos años y medio. Cuando se le presentó la oportunidad de coger el relevo del bar, traspasó que surgió de forma natural, lo tuvo claro. “Si en un futuro iba a trabajar para mí, tenía que ser en un bar como el Lanbroa. Un bar pequeñito, acogedor y con alma. Hay otros más asépticos, de funcionar y rendir. Claro que hay que sacar y rendir, pero también hay que cuidar otras cosas. Y un bar como este es algo que me apetecía en caso de que llegara a ese punto, que ha llegado”.

"Si en un futuro iba a trabajar para mí, tenía que ser en un bar como el Lanbroa. Un bar pequeñito, acogedor y con alma"

Eneko Palomo - Bar Lanbroa

Al igual que Agustín, Eneko destaca la importancia para cualquier barrio, en especial Alde Zaharra, “con algunas calles demasiado bullangueras, de que todavía haya espacios así”, afirma.

Al cocinero Javier Barrasa, madrileño de 29 años, un amigo le recomendó venir a Pamplona, ciudad que no conocía, en busca de más tranquilidad que en la capital del Estado. Llegó en 2017 “y la verdad es que estoy encantado”.

Entró en la cocina del Lanbroa al finalizar la pandemia, primero a la noche y desde unos meses al frente del menú de mediodía. Los nuevos socios pretenden “funcionar en la misma línea. Inevitablemente le vamos a dar nuestro toque y se irá viendo con el paso del tiempo. Pero la línea va a seguir siendo la misma, porque funciona y estamos encantados”. 

“Inevitablemente le vamos a dar nuestro toque y se irá viendo con el paso del tiempo. Pero la línea va a seguir siendo la misma, porque funciona y estamos encantados”

Javier Barrasa - Bar Lanbroa

Hay sintonía entre ellos: “Trabajamos mil horas aquí juntos y luego también nos vamos juntos a echar una birra”, dicen. Así seguirán. Y aunque no sea detrás de la barra, Agustín formará parte del paisanaje del Lanbroa: “Me van a seguir viendo el pelo, ya lo saben ellos. Porque además es uno de los mejores sitios de lo viejo para comer”.

Javier, Agustín y Eneko, a las puertas del local situado en la calle Descalzos. Iban Aguinaga