Fue de forma inconsciente o, cuanto menos, inesperada, porque –tal y como ellas mismas reconocen– casi lo habían olvidado. Pero consiguieron hacer historia y es que en la mente de pocas personas queda ya la figura de las madrinas en los Sanfermines, aquellas mujeres elegidas por los socios de los círculos taurinos de Pamplona y las peñas que, durante las fiestas, acompañaban al delegado o presidente cuando éste era invitado a actos oficiales. Un rol que se remonta a los años 30 del pasado siglo en un contexto muy concreto: el de las becerradas organizadas por Los Irunshemes a beneficio de las colonias y cantinas escolares.

Las madrinas sólo podían asistir a las becerradas y participar en los bailes que organizaba cada agrupación, representaban a las peñas pero ni siquiera podían ser socias de pleno derecho. Y ese era el papel al que se reducía la participación femenina en las fiestas en tiempos en los que tenían que vestir, eso sí, de acuerdo con los “cánones de la elegancia” de la época (tal y como luce una de las imágenes que acompañan esta información); bien con mantón y peineta, bien con vestidos camperos o elegantes sombreros para “encajar” en un escenario que no las tenía en cuenta. En el que no podían participar, hasta que algunas dijeron basta.

Gemma Larrainzar, en primera fila. Arriba, de izquierda a derecha: Miren Larrainzar, Arrosa Larrainzar y Agurne Baquer, y en tercera fila, Txus Elizondo y Karmen Aramburu. Oskar Montero

Agurne Baquer Marin, Itzabel Urbeltz Martos y las hermanas Gemma, Maite, Mirenjo y Arrosa Larrainzar Ridruejo han sido galardonadas este año por la Asociación FESTA-Los de Bronce –que reconoce el papel protagonista de las mujeres en los Sanfermines– por abolir esa figura, la de las madrinas, después de protagonizar –allá por 1978, en la Plaza de Toros–, un acto de reivindicación “por la participación igualitaria en las fiestas”, tal y como reclamaron en una pancarta que también clamaba un “no a las agresiones sexistas”.

Un acto que sirvió para romper moldes y una acción por la que bien merecen, como poco, su reconocimiento. Y por supuesto formar parte de la memoria de estos premios, de la ciudad y de sus fiestas, un relato que también han ido haciendo ellas. Porque eran, sin duda, otros tiempos. En el año 78 “todavía estaba penalizado el adulterio, el aborto, no había divorcio...”.

-“¿Qué más cosas había?”, preguntan, haciendo memoria.

-“Todas: no podías abrir una cuenta bancaria sin permiso del marido, si conseguías trabajar fuera de casa tenías doble jornada, aunque eso ahora no es que haya cambiado mucho –ríen–. No había apenas guarderías en Pamplona. Las concejalas entraron en el Ayuntamiento en el 79, y yo creo que no había ni aseos para mujeres, desde luego no en la parte de los despachos. En fiestas para ellas no tenían trajes de gala, querían ponerles el de los hombres, el frac y la chistera. ‘¿Pero cómo vamos a salir con esto?’, decían. Al final se adaptó el traje típico roncalés, que es el que visten ellas”, cuentan.

En esa época todas las peñas tenían su madrina, que elegían en una especie de sorteo con el objetivo, entre otros, de recoger dinero para causas benéficas hasta que ya en 1968 se instaura la elección de la Madrina de Honor, como una ceremonia institucional. Era elegida entre las madrinas de cada peña. “Su papel consistía en representar a todas las peñas en actos sociales y es un salto cualitativo –apuntan desde Festa–, porque es como si el Ayuntamiento nombrara a la guapa de entre las guapas para las cosas importantes de la ciudad”.

Eran este tipo de prácticas las que se incorporaban a la agenda sanferminera: las peñas presentaban, en el mismo acto y en sociedad, las pancartas y a sus madrinas. “Lo veían como una tradición ‘bonita’”, bromean las hermanas Larrainzar. Todavía recuerdan cómo hicieron la pancarta, “en casa, con una sábana bajera”. Dicen que su madre no la echaría en falta “porque estaba acostumbrada a esas cosas, siempre andábamos con algo”.

Ellas, como el resto, ya venían de movimientos feministas que comenzaron a forjarse en Iruña a finales del 76, como integrantes de Emakume Askatasunaren Mugimendua (EAM). “En el grupo se debatió el tema de la (no) participación de la mujer en las fiestas y decidimos llevar la pancarta a la plaza de toros, boicotear el acto de la elección de madrinas (que no a las madrinas) en el marco de la semana presanferminera. Había unas diez mil personas”, relatan. Se sentaron arriba, en una esquina, “y ahí nos quedamos por si nos la quitaban. Después bajamos a la plaza y empezamos a gritar ‘¡Madrinas kanpora!’, ‘¡Más participación!’... Hubo quien nos abucheó, nos llamaban envidiosas. Aunque en esos tiempos lo más bonito que te podían decir era ‘tortillera’”, lamentan. También hubo gente que les apoyó.

Madrinas de las peñas de 1978 Redacción DNN

Socias de pleno derecho

Explican que ya por aquel entonces había mujeres que, en las peñas, demandaban entrar como socias de pleno derecho. “Y también había gente en contra de la elección de madrinas, sabían que era algo como de otra época. Se unió todo”. Así que pensaron que esa pequeña maniobra había pasado totalmente desapercibida –reconocen que fue un año complicado, “pasó todo lo de Germán”–, pero lo cierto es que ya en el 79 La Única no eligió madrina. Fue la primera en renunciar. “Y la primera que, más tarde, eligió presidenta”, recuerdan.

La ceremonia de selección solo se celebró otra vez en el 79, “con un acto en la plaza del Castillo, más discreto”. Al año siguiente nada. Y asumen que tampoco se lo esperaban pero gracias a ellas, pioneras, el cuestionamiento ciudadano sobre la figura de la madrina recibió un impulso que resultó definitivo para su desaparición dos años después.

Lamentan eso sí, que 40 años más tarde, ese “no a las agresiones” que defendieron en su pancarta siga siendo necesario. “Poco han cambiado las cosas para el tiempo que ha pasado”, denuncian. También reclamaban más participación y reconocen que aún hoy el espacio público “sigue siendo complicado” de conquistar. “El desfile de las peñas era para ellos, era de chicos. Hasta que no llegaban a la altura del Bar Espejo no se podían meter las mujeres. Incluso había un día del marido suelto, el ‘dimasu’: llevaban un cartel firmado por ‘la parienta’, como le llamaban ellos, que les daba permiso para bailar con otras mujeres”.

Tenían 20 años entonces pero había muchas cosas que les chirriaban. Que no les gustaban, y por las que sabían que merecía la pena luchar. Buscar ese cambio.

“Estábamos tan convencidas de lo que decíamos… Para nosotras era muy injusto: en muchos sitios no teníamos cabida y había muchas mujeres que pensaban lo mismo. Contábamos con el apoyo del grupo, lo habíamos discutido, pensado, no teníamos apuro porque sabíamos que teníamos razón. Aunque tampoco esperábamos que la reacción fuera positiva, estábamos tan acostumbradas a no pintar nada en ningún sitio...”, dicen. Al año siguiente se encerraron en el ayuntamiento “por la despenalización del aborto”. Ya para entonces les habían sacado “de los pelos” de alguna que otra manifestación. Pero eran (y son) incansables. Menos mal.