“Todo lo chulo empieza con un poco de miedo”. Y con esa frase comenzó, precisamente, la historia de Idoia Iturri Romeo, que a día de hoy tiene mucho de chula y poco de miedo. Nació con espina bífida hace 27 años y desde pequeña se mueve en silla de ruedas. La frase se la dijo su hermana,Maite, cuando a Idoia se le presentó la oportunidad de apuntarse a clases de baile. “Pero, ¿cómo voy a bailar yo si voy en silla de ruedas?”, repetía constantemente esta vecina de San Jorge allá por 2015. Estaba muerta de miedo porque se sentía pequeña en el mundo y no se veía capaz de ponerse a danzar con una silla de ruedas.
Pero su hermana y sus padres, Juan e Isabel, le dieron el impulso que necesitaba para salir del pozo en el que estaba sumida. ¿Y qué pasó? Pues que a día de hoy Idoia es bailarina, tiene la autoestima por las nubes y asegura estar en el mejor momento de su vida: “La música y el baile me han salvado la vida”.
Gracias a una compañera de habitación del hospital –en una época en la que estuvo más tiempo ingresada que en casa– Idoia llegó a Esther Amorós, una pamplonesa que desde hace 30 años ostenta una escuela de baile y que ahora se ha convertido en el cuarto pilar la vida de Idoia. Se han presentado juntas a decenas de exhibiciones, bailando desde tangos a danzas adaptadas a las canciones que más les gustan. “Tuve una época muy mala, en la que no tenía ganas de nada.Pero ahora vuelvo a tener ilusión por hacer cosas”, relata la joven.
Lo último que ha hecho es protagonizar una campaña de la Fundación Mutua de Propietarios para denunciar las barreras arquitectónicas y sensibilizar sobre la necesidad de la accesibilidad universal en los edificios. Y lo hizo porque está indignada: “Estoy un poco harta de que tengamos que ser nosotros los que nos adaptemos porque la sociedad no quiere facilitarnos las cosas”.
Debut en la plaza del Castillo
“Ahora me considero bailarina”
Antes de que la música entrase en su vida, Idoia se sentía sola y perdida. No tenía ilusión por nada y sentía que vivía en un mundo que no la terminaba de aceptar. Su madre primero y su hermana después consiguieron convencerla para que llamara a la escuela de baile que le había comentado su compañera de habitación. Al otro lado del teléfono estaba Esther Amorós que ya tenía una larga trayectoria en el mundo de la danza y, especialmente, en la de silla de ruedas. “Me contactó y desde el primer momento vi que era un amor. Le ponía muchas ganas y enseguida se motivó y se lanzó a participar en nuestras exhibiciones”, recuerda Esther.
Idoia debutó en la plaza del Castillo, con un tango y un vals. El primero lo bordó, pero del segundo no se quiere ni acordar: “El vals me salió fatal, estaba muy nerviosa porque era la primera vez que bailaba con público. Pero al acabar una chica se acercó y me dijo que yo era su ídolo. Aquello me marcó y me di cuenta de que podía ayudar a mucha gente y en ello estoy: demostrando que todo el mundo puede bailar”.
Fue perfeccionando la técnica, controlando su silla y poco a poco fue forjando la bailarina que es hoy en día, dominando varios registros e incluso innovando coreografías de canciones de artistas que le gustan, como Malú o Rozalén. Baila de todo con dos estilos: dúo –los dos componentes en silla de ruedas– y combi –uno en silla y otro de pie–. “La música y el baile son una gran terapia. Porque conlleva una mejoría física importante pero también psicológica y emocional”, detalla Esther.
La precursora de la danza en silla de ruedas fue Corrie van Hugten, una bailarina holandesa que sufrió un accidente y quedó parapléjica en 1983. Con la ayuda de una amiga fisioterapeuta creó esta nueva modalidad de baile. Esther contactó con Van Hugten y se metió de lleno en esta danza, tras un voluntariado en el centro Infanta Elena, en el que realizaron una exhibición de baile en silla de ruedas. “Fuimos a recibir cursos a Holanda y a Suecia y hemos acabado participando en campeonatos mundiales de baile en silla de ruedas con cuatro parejas”, relata la profesora.
A aquella primera actuación en la plaza delCastillo en 2015 le han seguido muchas otras, y las que quedan. “Ahora me considero una bailarina y no entiendo mi vida sin la música. Esther no solo es mi profesora, también se ha convertido en mi amiga. Como diría ella: es mi angelico”, reconoce Idoia. “Yo aquí soy muy pequeñica, es más lo que aprendo yo de ella, que ella de mí”, replica Esther, instantes antes de fundirse en un abrazo.
Bullying en el colegio
“Me sentía sola, no tenía amigos”
La música salvó a Idoia porque antes de ponerse a bailar su vida había tenido más sombras que luces. En el colegio le llamaban “cochinillo con ruedas”, porque le encanta el color rosa y aún hoy las ruedas de su silla están decoradas con un estampado de plumas de este color. Ahora, con más perspectiva y madurez casi hasta le hace gracia, pero todavía tiene el recuerdo amargo del bullying que sufrió. De hecho, asegura que, aunque lo ha superado, aquello le dejó una huella para siempre.
“Iban al insulto fácil y yo me sentía muy sola porque no tenía amigos. Estoy convencida de que me hicieron bullying porque era diferente, no por el hecho de ir en silla de ruedas”, cuenta Idoia, que decidió darle la vuelta a la situación: “Estudié la FP de Integración Social y ahora me acaban de contratar en el colegio de San Jorge; no puedo estar más feliz. Lo que quiero es que a mis alumnos no les pase lo mismo que a mí y que entiendan que, aunque a veces se dice mucho, el bullying no es cosa de críos, hay casos que acaban muy mal... Quiero construir una sociedad mejor”.
Idoia se refugió entonces en la Asociación Navarra de Espina Bífida e Hidrocefalia (ANPHEB), de donde acabó saliendo por discrepancias. Allí encontraba su lugar, se sentía aceptada, porque como dice, “el problema de la discapacidad es que no nos sentimos a gusto en el mundo ordinario”. En la asociación era ella misma, y no la Idoia que se sentía pequeña e incomprendida. Pero ese confort era bueno y peligroso a partes iguales. “Si eres una niña, como lo era yo, tienes el riesgo de aislarte de todo. Yo hacía todo con ellos, tenía amigos fuera pero en aquel momento la asociación lo era todo para mí. Y llegó un momento en el que salí de allí y entonces ¿qué? Me sentía sola y perdida... Hasta que encontré la música”, rememora.
Campaña contra las barreras
“¿Por qué no cambia la sociedad?”
Idoia se sentía excluida de la sociedad, algo, por desgracia, común entre las personas con discapacidad. Pero ahora que se ha empoderado, le indigna profundamente que por tener una discapacidad tengan que sentirse fuera de ese “mundo ordinario”: “Estoy harta de que seamos nosotros los que nos tenemos que adaptar, ¿por qué tenemos que cambiar nosotros y no la sociedad?”.
Y fue esa indignación la que le llevó a aceptar ser la protagonista de la campaña La historia de Idoia: bailando con las barreras arquitectónicas, que la Fundación Mutua de Propietarios ha difundido en las últimas semanas. De acuerdo con los informes de la Fundación, más de 1,8 millones de personas con movilidad reducida precisan de ayuda para salir de sus casas y sólo un 0,6% de los 9,8 millones de los edificios de viviendas en España cumplen los criterios de accesibilidad universal.
“Las escaleras son el obstáculo más conocido, pero están los timbres y las manillas altas, baños con escalón, pasos de cebra elevados difíciles de cruzar con silla de ruedas, etc. Son cosas que al final hacen que no nos sintamos bien”, detalla Idoia, que, tras terminar la entrevista, se apaña para recoger sus cosas, ponerse el abrigo y empujar sola su silla de ruedas: “No quiero dar pena ni que me traten con paternalismo; solo quiero que la sociedad sea más justa”.