Empieza a amanecer. Es invierno y aunque falta poco para que los escolares se pongan en marcha camino de su trabajo colegial, aún no hay claridad para llamarlo día, y ya estamos saliendo de Jerez. Toca viaje largo para hacer la visita señalada y está a unos cientos de kilómetros de distancia, por eso madrugamos en exceso. Y un viaje más, salir de esta cálida ciudad gaditana nos da la sensación de final del cuento, aunque nos queden un par de días más por delante. Vamos en silencio, pensando más en las tractoradas, y sabedores de la larga jornada de coche que nos espera, ya que tras la visita a Montevaldetiétar, aún pretendemos subir a la sierra de Madrid a dormir. Y nos vamos dejando poniente y agua. Deseada y esperada, tras nuestra marcha empieza a llover a nuestras espaldas. Para nosotros, tan acostumbrados a la lluvia, haber pasado siete días en la zona con luz y buena temperatura ha sido una bendición. Pero con la borrasca que se va acercando a la península de sur a norte, en algún momento nos pillará, y así fue.

Pasado Sevilla y su embudo de tráfico en la zona de Bormujos subimos a desayunar a la venta del Alto, como parada última antes de subir a Extremadura, y pasar por Mérida nuevamente. Aunque ahora vamos hacia Madrid, hasta el cruce de Talavera, donde giramos a la inversa camino de Lanzahita. Hemos quedamos a primera hora de la tarde, y queremos llegar antes a comer algo en la propia localidad abulense.

Un hermoso ejemplar de la ganadería.

Visitamos la finca de don José Escolar, quien lleva más de cuarenta años aquí persiguiendo su sueño de continuar con su toro. El toro que le gusta. El toro en el que cree. El de la bravura fiera, que diga algo, que dé pábulo y problemas para que el torero demuestre su valía. Y desde luego la palabra fácil no existe en esta casa, limpia, hermosa y bien trabajada como pocas en el mundo de las ganaderías de bravo. Años y años de labor para que sus cárdenos de origen más albaserrada que cualquier otra cosa estén en la órbita de las dos principales plazas del mundo. Por supuesto, Las Ventas madrileña, como buen calabreño, es la plaza que más ha visitado y más respetables triunfos ha cosechado. Y para alguien que cree en el toro por encima de todo, su presencia en la denominada así, como la nuestra, más que orgullo es de obligado compromiso. Por eso, ya sabemos antes de entrar que su principal camada del año, la que vaya a Madrid y Pamplona, debe ser excepcional. Muy del gusto de esa parte de afición llamada torista, y que cada vez queda, no solo más huérfana por la búsqueda de un toro más para el acople artístico, sino denostada por la mayoría del taurineo.

Es primera hora de la tarde, y falta poco para que chispee. El día se ha oscurecido, y la rabia que da hacer fotos en el campo a estas horas para que vuelen los flashes hace que nos cambie el humor. Hoy es jueves, y el ganadero no está. Ya quedé con su yerno, el matador El Fundi, que nos atendería, Ángel, su mayoral. Un joven bien preparado, que viene de reata, y que maneja con mimo y cuidado el ganado. Y con este, como con casi todos, hay que estar atento y no perder la cara, sobretodo trabajando con ellos siempre a caballo. Pero para el propósito de la visita no hay nada como el todoterreno. Siempre mejor el de la casa, que es al que están habituados los animales. Y vamos directos al tema, al gran cercado principal, junto a la casa. Allí, tranquilos tras comer, y esperar al agua, una veintena de toros guapos se mueven entre las encinas atentos a lo que trae el coche de la casa. Un mar de cárdenos, al más puro estilo albaserrada, pueblan el cercado. No todos lo son. Algún negro también hay. Pero parecen mulatos y dan casi el pego de tener también pelos grises. Aquí está Madrid y Pamplona. Ya distinguirás los de los Sanfermines, no, me pregunta el mayoral. Algunos se notan. Por lo descarado de pitones, pero Madrid no estará coja, y al ir antes, no habrá mucha diferencia. Y así es. La mayoría son cuatreños. Hay pocos cinqueños. El guarismo del 0 prevalece, y para ser febrero, las hechuras son perfectas.

Otro toro marca de la casa

Este tipo de toro de lomo recto, bajos, hocico de rata hoy en día para ir a plazas como las reseñadas para estos no es nada fácil. Solemos decir que están fuera de tipo, es decir, su fenotipo típico no es este, ya que están rematados muy por encima de su encaste. Pero, esta Tauromaquia 0.4 del momento necesita de toros abufalados. Por eso muchas casas se resienten, y con el tema pandémico sobre la mesa ya se oyen voces de que los toros que vienen son más pequeños. Como siempre de quienes no salen al campo, ni al jardín de enfrente a sus apartamentos. Hacemos, como quien dice, visita de médico a esta ganadería, pero nos da tiempo más que de sobra para ver con total tranquilidad todos los animales. Los cárdenos, unos más claros, otros entrepelados, otros más oscuros pasan sin prisa delante del objetivo, y más importante, de nuestras retinas. Y nos queda claro lo bien hecha que está. Ahora que no pase nada de aquí a julio y que funcione, suspira Ángel, que ya tiene dominado el manejo de estos, y sabe cuál es más tranquilo y cuál el nervioso de turno. Y dándole unas chistorras, nos despedimos de la finca, que extrañamente hemos entrado a la primera. Toca coger la ruta de los pantanos para subir a la sierra madrileña. Dormimos en Soto del Real donde cenamos con el ganadero de mañana. A ratos ya se nota el aliento de la gran ciudad, que aunque la pasamos de lejos alarga sus tentáculos por toda la región. Y encima el agua nos ha alcanzado. Llueve con ganas. Y a cierta altura cae nieve. Poco a poco volvemos a nuestra diaria realidad.