Ha sido tan solo una semana, pero la intensidad y las emociones han cundido por varios días más que siete. El equipo formado por las enfermeras Olena Skorobogatko, Loli Aparicio, Leticia San Martín y Oihane Vieira; los policías municipales de Pamplona Rodrigo García de Galdiano, José Javier Huarte, Juan Novillo y Aimar Oloriz; y otros voluntarios como Petro, propietario y chófer de la furgoneta que aparece en la imagen, y Fermín García, voluntario y miembro de la productora Rodamos Films, llegaron el jueves a Pamplona tras un viaje a Ucrania en el que pudieron entregar dos ambulancias y repartir material sanitario en tres hospitales de un país que les ha marcado por siempre.

“A pesar de que estoy acostumbrada a ver cosas así en el hospital, emocionalmente ha sido duro”, reconoce Oihane Vieira mientras echa la vista atrás al viaje de un convoy humanitario que emprendió su marcha en plena plaza del Ayuntamiento de Pamplona el pasado 31 de marzo con toda una presentación institucional y que regresó una semana más tarde recalando en las puertas del Colegio de Enfermería, adonde sólo se acercaron las familias para recoger a los últimos integrantes de la expedición.

Entre medias, miles de kilómetros recorridos entre diferentes países europeos hasta llegar a las ciudades de Leópolis y Vinniytsa, cuyos hospitales recogieron, por ejemplo, dos ambulancias, dieciséis mochilas de intervención de urgencia, diez camillas, 30 resucitadores, sistemas de vacío para curar heridas, o gasas para coagular la sangre y que se utilizan para detener hemorragias, denominadas hemostáticos. Todo ello material muy específico y necesario en una guerra.

“Llevábamos material súper concreto y muy caro, y lo recibieron muy agradecidos”, atestigua Leticia San Martín, sorprendida por el agradecimiento, ya que “tampoco llevábamos un camión entero”. Sin embargo, ser uno de los primeros en ofrecer esta ayuda, la planificación y la precisión fueron elementos mucho más importantes, logrados gracias a la intervención de Olena y el viaje de varios miembros con anterioridad. Por ello, este grupo de voluntarios llegó con la lista de lo imprescindible, que servía, entre otras cosas, “para curar heridas profundas y amputaciones”, un aspecto que ha podido pasar por por alto para las organizaciones, volcadas en la acogida de refugiados y en el cuidado de quienes cruzan la frontera o se quedan en una ciudad como Leópolis, que ha visto cómo llegaban un millón de personas que se fundían con sus 800.000 habitantes y que han tenido que acoger en casas de familiares, colegios o estaciones.

Desde la frontera“No estaba preparada para cruzar”

“No estaba preparada para cruzar”

Olena Skorobogatko, enfermera ucraniana afincada en Navarra desde 2003, no se vio con fuerzas para cruzar la frontera y adentrarse en su país. “Al final no pude. Me quedé en Polonia, no estaba preparada para cruzar y ver cómo estaba. Ha sido duro”, admite, rebuscando entre esos sentimientos que todavía no puede sacar pero entre los que resalta “mucha satisfacción” por conseguir “llegar y entregar lo que nos pidieron”. En ese momento, en un bar, no paraba de mirar el teléfono esperando recibir las buenas noticias de sus compañeros. Y al final leyó el esperado mensaje: el material ya estaba a disposición del hospital de Vinniytsa, en el que había realizado prácticas nada más graduarse.

Fue entonces cuando pudo conocer la cara del actual director del centro, con el que había contactado semanas atrás, a través de una videollamada. “Necesitaba ver sus ojos y que me conociese la cara. Me dijo palabras de agradecimiento, y me contó que había sido la primera ayuda de esta magnitud y era muy importante. Yo lloré y el también”, relata emocionada.

Los hospitales“Nos pedían que nos quedásemos”

“Nos pedían que nos quedásemos”

La situación de los hospitales visitados por la expedición era tan demoledora que los militares, tan unidos a sus símbolos, se quitaban las insignias y se las ofrecían como agradecimiento. “Ver a militares tan grandes y tan bien pertrechados, llorar y decir que nos quedásemos a ayudar... fue muy duro”, admite Oihane. El mismo sentimiento, e inesperado, tuvo Leticia. “Cómo nos abrazaban... los militares no suelen mostrar tanto pero con nosotras si que lo hicieron”, expone.

Esta imagen también se le quedó grabada al policía municipal de Pamplona José Javier Huarte: “Había generales y coroneles cuadrados delante nuestra, llorando”. Por estos gestos, y por muchas conversaciones con ellos, el agente cree que ha llegado el momento de “hacer mucho más dentro que fuera del país”. “Cada vez salen menos refugiados y están entrando más, en la frontera ya no hace falta mucha ayuda, y de hecho hay gente que va a la frontera a ayudar y no hace falta”, desvela.

“Lo que sí demandan es organización a la hora de canalizar la ayuda. Había médicos y enfermeras en Cracovia (Polonia) que estaban con gente que no necesitaba esa ayuda, pero les habían mandado alli”, cuenta su compañero Rodrigo García de Galdiano, que destaca que la expedición fue “a tiro hecho”. “Nos han estado esperando en un convoy para trasladarnos de un sitio a otro y totalmente seguros. Y fuimos a los sitios donde hay que llegar, no a ver a dónde podemos llegar”, subraya.

La población civil“Emociona ver cómo te miran”

“Emociona ver cómo te miran”

El ambiente en las regiones de Leópolis y Vinniytsa, al oeste y en el centro occidental del país, respectivamente, era “como una película”, según recuerda Oihane Vieira. En el momento, el deseo de ayudar y el nerviosismo mezclado con la adrenalina de estar en un país en guerra no hacían ser demasiado conscientes de la situación. Pero sí que hubo varios momentos en los que las emociones, al hablar con las personas que se encontraban allí, estaban a flor de piel.

“Desde el punto de vista personal y humano emociona mucho ver cómo te miran”, narra la enfermera mientras da un respingo por el sonido de una ambulancia, que confunde con una alarma de las que escucharon. Al mismo tiempo, recuerda cómo en el centro de Leópolis se unían la carpa de World Central Kitchen (WCK) -la ONG del reconocido chef José Andrés-, junto con autobuses para salir del país y puestos de atención médica y psicológica. Una de las personas con las que entabló conversación fue un hombre que se encontraba en una verdadera encrucijada. Tras vivir en Valencia durante un cuarto de siglo, había regresado a su país hacía poco tiempo. Tenía 55 años, y no estaba en el frente pero tampoco podía abandonar Ucrania. “Ahora se dedica a deambular hasta que pueda volver a su casa o salir del país”, cuenta apenada.

Otra de las escenas que se quedan grabadas en la mente del grupo es ver a centenares de mujeres y niños refugiados esperando para huir. “Se te caía el alma”, reconoce José Javier Huarte, que se acuerda de una visita un centro de refugiados: “Llevamos un regalo de un amigo nuestro, una carta y un poco de dinero, se lo dimos”. La reacción de esos niños no se puede describir con palabras.

La tensión bélica“Sonaron alarmas en una iglesia”

“Sonaron alarmas en una iglesia”

Una de las anécdotas que más ha marcado al grupo es la visita a una iglesia castrense. “Estábamos visitándola y nos encontrábamos en el coro, viendo a la gente rezando, y empezaron a sonar las alarmas. Nos miramos y dijimos ‘¿Nos movemos?’ Pero la gente seguía rezando mientras nosotras estábamos en tensión”, relata Oihane. “El general miró su dispositivo y nos dijo que estuviésemos tranquilos. Pero no tardamos mucho en irnos”, apunta José Javier.

“Salíamos y había gente corriendo, y ahí si que fueron estampas de guerra... pensábamos que en cualquier momento podía caer algo del cielo. Era una sensación constante de tensión, y la única solución de la gente es esconderse en búnkeres de la Segunda Guerra Mundial, que lógicamente están sin adecentar porque nadie hubiese pensado que harían falta en 2022”, manifiesta la enfermera, que en esos momentos reflexionaba y se preguntaba a sí misma: “Todo esto puede desaparecer, y en otras ciudades ya está desaparecido. ¿Si vuelvo en tres años, esto estará? ¿Y si pregunto por esta persona con la que he hablado y ya no está?”. El llegar a casa ha sido difícil, porque “viene todo”.

Pero el Colegio de Enfermería no se quiere quedar en estos primeros auxilios, y ya está buscando nuevas formas de financiar distintas iniciativas que vuelvan a llevar ayuda humanitaria a Ucrania. “Nuestro compromiso es seguir ayudándoles hasta que podamos, ojalá que sea pronto y hasta que acabe la guerra, que será una buena noticia”, espera Leticia San Martín.