Trabajar en casa, o intentarlo, mientras cuidas a tus hijos se puede llamar teletrabajar, pero en realidad es otra cosa: un doble salto con tirabuzón en la ya complicada tarea de conciliar con los centros educativos cerrados ante el avance del coronavirus.

No hay colegio ni guardería, ni instituto ni universidad y las autoridades recomiendan desarrollar nuestras obligaciones laborales desde el hogar.

Un hogar convertido, en 24 horas, en centro de trabajo y educación a distancia, con todos los miembros de la familia encerrados, siguiendo las recomendaciones sanitarias, pero cada uno con sus obligaciones y sus necesidades: el día a día cambia radicalmente y cada uno lo lleva como puede.

En twitter, humor agudizado. "Si consigues teletrabajar y acceder al material online de la app del cole mientras tienes que dar de comer, conseguir que estudien y mantener vivos a varios menores te convalidan Teleco y te llaman para el Circo del Sol", es uno de los más virales de las últimas horas (no he encontrado el autor original con certeza para atribuirlo).

Porque, no nos engañemos, trabajar en condiciones con uno, dos, tres o más hijos en casa no es posible. Supongo que es más fácil cuantos más años tienen, pero tampoco lo sé. Con los míos, de 7 años, 5 años y 18 meses, es difícil, muy difícil.

Y eso que lo hacemos con mi pareja también desde casa, intentando cubrir los picos de trabajo mientras cuidamos a la prole, alargando la jornada, y con el apoyo externo de algunas vecinas que están arrimando el hombro.

Mamá, tengo hambre. Papá, ¿has visto el barco que he hecho?. Mamá, tengo sed. Papá, ¿podemos poner ya la tele?. Mamá, el hermano me ha pegado. Papá, la hermana no comparte.

Las contestaciones, en función de la hora del día y del número de interpelaciones acumuladas, varían entre frases hechas ("venga, cariño, no os peléis", "tenéis que compartir"), monosílabos, silencios prolongados, bufidos y, digásmolo abiertamente, algún grito. Sí, somos teletrabajadores pero, sobre todo, somos humanos.

He leído varios artículos sobre el tema: intenta no sentarte en pijama (error ya cometido), no alargar la jornada y desconectar, "teletrabajar no es disponibilidad total". Tampoco he conseguido esas dos cosas.

La silla de la cocina no resulta muy ergonómica, duele la espalda. Y ahora que me leen, probablemente, algunos jefes y compañeros de profesión, lo confieso, me desconcentro mucho y coordinarnos es complejo.

Pero alguna ventaja encuentro: ahorro casi dos horas de desplazamiento al día y estamos pasando un montón de tiempo en familia con algunos momentos estupendos.

Los niños, con sus cosas de niños, ayudan todo lo que pueden: con las tareas de la casa, echando una mano con el bebé e inventando mil juegos.

Son las 21 horas del segundo día y sigo teletrabajando. Me he quitado el pijama aunque ahora me gustaría tenerlo ya puesto de lo cansada que estoy.

Hemos tirado de televisión desde hace un rato y han cenado pizzas. Tampoco se han bañado aunque se lavan las manos cada rato para matar al coronavirus, el mismo que ayer infectó hasta el último playmobil.

Arranca el tercer día. Esto no es teletrabajar. Quizá con un espacio de trabajo mejor habilitado, sin los niños en casa y sin la ansiedad y la preocupación del coronavirus avanzando -de las personas enfermas, de los que ven peligrar su negocio o su empleo, de los que no pueden ni apañarse con el teletrabajo- podríamos probar, pero eso sería otra cosa y otra crónica.