Se nos ha ido, en silencio y sin molestar, un hombre cuya brújula estuvo siempre bien orientada. Un hombre marcado por una constante en su vida y con una gran capacidad para sobreponerse y seguir adelante. Él, que junto con su hermana arrastraba una orfandad impuesta desde que el 23 de agosto de 1936 asesinaran a su padre en la matanza de Valcaldera, comprendió muy pronto que tenía un largo camino que completar para poder restituir parte del inmenso sufrimiento que les habían ocasionado. Y eso que difícilmente olvidaría los comentarios vejatorios a los que los sometieron de la mano de su madre en un paseo y los rostros de donde se excretaron. El zarpazo fue brutal y la herida bien profunda. Ya siendo niño, en las reuniones que su madre mantenía con otras viudas como ella, Miguel Eguia pudo escuchar quienes eran los que habían tomado parte en el asesinato y la desaparición de su padre y de los otros hombres allí mencionados, así como del lugar donde se les podría localizar. Es por eso que al paso de los años, en cuanto pudo completar las piezas del puzzle que le faltaban, solo tuvo que personarse ante aquellas mujeres para ofrecerse a recuperar los restos de sus familiares. Tarea que llevó adelante porque era el momento en el que debía hacerse, aún sabiendo que con aquellos movimientos no solo se exponía él sino que ponía en la mira de los fascistas a toda su familia.

Años después, solo él alcanzó a ver el valor de estampar su firma en un documento y todos los obstáculos que hubo que superar para que se aceptara aquella petición que reclamaba la devolución de los restos de los ciudadanos de la comarca de Iruñea, exhumados sin el conocimiento ni la autorización de sus familias. Restos que se conservaban secuestrados en el Valle de Cuelgamuros, entre ellos los de su padre. En aquellos días tuvo que manejarse con una escasa ayuda y completamente abandonado. Aquella gesta, la denominada operación retorno, culminó con éxito gracias al empeño y coraje de hijos e hijas como Miguel, pero una vez más el destino le preparó una mala pasada. Los restos de los de Iruñea no pudieron ser recogidos en su momento por varios motivos y es allí donde se perdió la pista y la trazabilidad de lo que con ellos sucedió. ¡Estuviste tan cerca de tenerlo de nuevo contigo...!

Llegaron otros tiempos con sus nuevos vocablos y lo que para él había sido empeño y lucha presente por los suyos, ahora aquello era memoria calificada de histórica. Entonces, sin comerlo ni beberlo, lo ignoraron condenándolo al ostracismo. Y aún así, en multitud de homenajes lo tuvieron allí mismo y no supieron verlo: unos, incapaces a la hora de disculparse porque se obcecaron con su cruel ignorancia y otros, atontados por captar a las autoridades de turno. Miguel nunca necesitó de una silla reservada con su nombre, ya que contar con su sola presencia y su saber estar dejaba claro los valores en los que había asentado su vida.

Miguel Eguia se ha marchado sabiendo que hizo lo que tenía que hacer y lo más importante: que su esposa, hijas e hijos pueden sentirse muy orgullosos de sus pasos.

El mayor homenaje que se le puede hacer al hijo de Constantino Eguia Olaechea es sacar a la plaza pública su nombre y agradecerle a los cuatro vientos su coherencia y compromiso para con los suyos.

Nadie eclipsará tu luz. Agur Miguel.

- Orreaga Oskotz Egia. Areka, la siguiente generación trabajando por la Memoria