El Govern ha hecho aguas. Con un boquete de tamaño considerable. Hoy domingo aparece taponado, pero el jueves se barruntó incluso la posibilidad de hundimiento. Pese al sellado de última hora entre Torra y Aragonés, la CUP augura que una legislatura tocada de muerte. La excepcionalidad pesa y divide sobremanera al independentismo, y la calle presiona. Aunque el propósito y la necesidad de JxCat y ERC es aguantar hasta la sentencia a los dirigentes presos, el desenlace del juicio se ve aún lejano. Demasiado tiempo por delante, y unas elecciones municipales y europeas de por medio, con la batalla por Barcelona como cartel estelar, si es que no hay también unas Generales, algo improbable pero tampoco del todo descartable.

La inestabilidad en el Palau Las grietas en el independentismo han venido aflorando durante un proceso que acumula muchos años. También en el punto más álgido del recorrido, en octubre de hace un año. Nada ayuda en estos momentos a la recomposición del independentismo. Ni el maximalismo, ni el minimalismo, ni la componenda para tratar de contentar a todos por medio de equilibrios ficticios.

Así las cosas, Torra muestra su condición de tercer suplente. Su estrategia errática y su improvisación al albur de los acontecimientos ha depreciado la imagen del independentismo. Se necesitaba un líder y Torra no lo es. Los titulares o están encarcelados o en el exilio. Tal y como dijo Felipe VI en el discurso de Nochebuena de 2017, la ciudadanía de Catalunya votó en diciembre “para elegir a sus representantes”. Y los elegidos fueron Puigdemont, Junqueras, Turull, Rull, Romeva, Jordi Sànchez? Un año después del 1-O, la calle acelera el pulso, con frustración creciente. No hubo entonces república efectiva y no la va a haber ahora. Ni siquiera es probable una consulta pactada. Dice la RAE que frustrar es privar a alguien de lo que esperaba. Dejar sin efecto, malograr un intento. El 1-O el independentismo frustró al Estado. Pero a partir de entonces, aunque haya cosechado unos cuantos éxitos relevantes, comenzó su propia frustración acrecentada con el 155. Hoy el independentismo se frustra entre sí, y tiene el riesgo de cocerse en su propio guiso. En todo caso, la política catalana es ahora mismo una máquina de descrédito transversal. Nadie parece ahora mismo escapar del todo a esa erosión. El independentismo no se pone de acuerdo en cómo ampliar su base, y lo más cuestionable, una parte importante piensa que esa reflexión no es necesaria, como si el asunto hubiese quedado del todo zanjado el 1-O del año pasado. A la vista está que no. Al contrario, una parte muy importante del independentismo ha interiorizado que necesita una mayoría clara y rotunda para la independencia, pero no hay ni un sector del PSOE, PP o Cs que interioricen ni de lejos la necesidad de un referéndum pactado.

La inestabilidad en Moncloa Y mientras todo esto sucede en Barcelona, el puente aéreo nos traslada a otro campo de minas. Pedro Sánchez discurre como las estaciones; arrancó en primavera, transcurrió en verano, y ahora dibuja algunos signos otoñales, con ministros caídos o en tonos ocres. Pero en tiempos de comunicación presidencialista, Sánchez sigue siendo novedad. Y así como entre Puigdemont y Rajoy el primero ganaba en frescura, entre Torra y Sánchez las tornas han cambiado y no hay color. En el cuerpo a cuerpo simbólico gana un Sánchez que está de aniversario. Hace ahora dos años el ahora presidente tuvo que dimitir como secretario general del PSOE. Contra todo pronóstico en solo unos meses volvió a dirigir Ferraz, en una esforzada operación muy meritoria que dio la medida de su persistencia. Ahora un mal cálculo pondría de nuevo en juego su carrera. Si convoca elecciones y no puede formar Gobierno Pedro Sánchez sería un cadáver político. Así que las encuestas harán de oráculo, lo que reforzará su tendencia a ponerse de perfil cuando cree que le conviene. Sin ir más lejos, el Estado plurinacional que Sánchez defendía a la virulé en verano de 2017 ha desaparecido del argumentario socialista. La palabra clave es ahora autogobierno, sin posibilidad alguna de decidir marcharse. Sea como fuere, Sánchez está consumiendo el inicio de su presidencia con un balance gris, entre las zancadillas recibidas, y sus propios desmentidos. Por cierto, el golpe de efecto que suponía la exhumación de Franco se volvería en contra del Gobierno si el destino del dictador acaba siendo el centro de Madrid. Riesgo que ya activado un movimiento de ocho eurodiputados del PSOE, PNV, BMG, ERC, Podemos, ICV y PDeCAT solicitando una entrevista al Papa Francisco, para que el Vaticano se implique en la solución.

La ofensiva centralista Volviendo a la cuestión catalana: Podemos, el PNV y quizás ERC y sectores del PDeCAT remarán a favor de una reforma estatutaria de incierto recorrido. Basta observar la deriva del PP. Casado parece destinado a engrosar la lista de guardianes del Estado que terminan acrecentando su crisis. El PP, que acumula gravísimos errores en a cuestión catalana, que sufrió un varapalo en diciembre en las elecciones del 155 y que recibió otro tremendo topetazo al ser desalojado de Moncloa con los votos de ERC y PDeCAT, reclama ahora una operación de castigo al independentismo, con distintos globos sonda que parecen concentrarse en el objetivo de ilegalizar a la CUP. Es curioso; mientras una parte importante del independentismo se debate en la posibilidad de crionizar el asunto hasta dentro de una generación, la derecha desatada apuesta por el incendio. Como si Catalunya fuera la Euskadi de hace tres lustros. Mientras, la ultraderecha de Vox presume de que Casado se acerque a sus posiciones y celebra hoy un mitin multitudinario en Vista Alegre. No se veía nada parecido desde que hace la tira de años Blas Piñar llenase por última vez una plaza de toros. Así está la involución.