Eran las 15.27 horas del 27 de octubre de 2017. Mediante votación secreta -70 a favor, 10 en contra y 2 en blanco- se proclama la independencia de Catalunya de forma unilateral, después de que Carles Puigdemont sopesara convocar elecciones, decisión que revocó porque no había conseguido “suficientes garantías” de Moncloa de intervenir el autogobierno y por la presión de los suyos y de la calle que fue a introducir su papeleta en el referéndum del 1-O en un ambiente de máxima tensión. Horas después el Gobierno español aplicaba el artículo 155 de la Constitución y Mariano Rajoy llamaba a las urnas catalanas el 21 de diciembre. Un año después, con dirigentes presos y exiliados por llevar adelante el proceso soberanista y un cambio de color en la Moncloa, el juicio a los encarcelados -cuya sentencia se prevé para el próximo verano- marcará el punto de inflexión. Pese a la divergencia de la estrategia secesionista en lo político, el pueblo sigue en ebullición y, aunque desazonado, la desconexión del Estado de al menos un 50% de catalanes es real. La sociedad no está fracturada pero convive en dos frentes, el soberanista y el unionista. El referéndum acordado y qué preguntar se perciben aún en la lejanía. Este periódico testa la opinión sociológica de unos y otros para entender en qué puede derivar un procés que tiene a gran parte atrapada en un sueño.

“Se puede volver a plantear el desafío a corto plazo. Difícil, pero sí. Antes habrá que arreglar la desunión estratégica del independentismo”, atestigua el politólogo Martín Aranburu, exparlamentario de EA y ahora trabajando para el departamento de contenidos del PDeCAT. “En la amalgama de siglas soberanistas existe una batalla entre JxCat, que es casi autónomo en el Parlament, y el PDeCAT, donde hay un grupo al margen del entorno de Carles Puigdemont. Veremos si lo gobierna este último desde Bruselas o no, y si la Crida evoluciona hacia un partido. Si a eso sumamos la diferente estrategia que lleva ERC de explorar la vía con Sánchez... Eso se traducirá electoralmente en un mayor apoyo a la CUP”, predice. “Las consecuencias de la unilateralidad tienen mucho peso y hay quien no está dispuesto a asumirlo. Por ejemplo, el president de la Cámara, Torrent, no quiere acabar como Forcadell”, añade. Con todo, y “pese a que la gente se ha decepcionado, no se ha desmovilizado. Volverá a salir a la calle”.

Un sentir que comparte Ana Alcócer, miembro asociado de Súmate, la plataforma secesionista de origen castellanohablante y de la que fue vicepresidenta. “No queremos más simbologías ni teatralidad, nos hartamos de los guiños a saco”, dice quien se afana en convocar a miles de independentistas en concentraciones, y que se han escorado al lado de los anticapitalistas. “En ERC hay desavenencias internas que no se hacen públicas, y la militancia no está muy de acuerdo con la bilateralidad”, señala. “Los políticos nos van frenando pero la mitad de la sociedad ha desconectado, y hasta queremos elecciones porque todos se han quitado ya la careta. Sabemos que con 15.000 personas paralizamos este país y estamos dispuestos a llevar ante las cárceles a 5.000, a cortar las carreteras y hacer huelgas”, dice. “No dudo de que al final Europa nos ayudará a hacer ese referéndum acordado que todos aceptaríamos”, resalta Alcócer, que echa en falta “líderes”.

En el otro polo se sitúa José Rosiñol, presidente del colectivo españolista Societat Civil Catalana, para quien “el 1-O no es solo perverso, fue un insulto a la inteligencia, un día para olvidar”, por lo que se queda con el 8 de octubre, donde salieron unionistas -también procedentes del Estado- para “marcar un antes y un después. Fue el principio del fin del procés, ya que demostramos que nunca más se hablaría de forma unívoca sobre Catalunya”. Su discurso incluye los clichés sobre la segregación escolar, la manipulación informativa y la radicalidad de los Comités de Defensa de la República.

la juventud se moviliza Para Gorka Knörr, el exsecretario general de EA que reside en Catalunya, “no hay ya marcha atrás aunque no está claro dónde está la marcha adelante. El 155 hizo mucho daño a la economía perjudicando a los más desfavorecidos, si bien yo aprecio más movilización independentista que nunca, sobre todo entre los más jóvenes”, ilustra quien ve que “en Madrid y en el PSOE faltan agallas respecto a los presos políticos. Catedráticos, el expresidente del Supremo Pascual Sala... ya han dejado claro que no hay base para la rebelión ni la sedición, y como dijo Montoro tampoco para la malversación. Lo que narra el juez Llarena es directamente falso, Borrell alcanza la caricatura y Celaá se atreve a decir que se falsearon imágenes del 1-O. Quienes padecimos la represión no nos la hemos inventado, vinieron a apalear a la gente al grito de a por ellos”, narra Knörr. “Todos tenemos conocidos que fueron agredidos con saña, en especial contra las mujeres”, rebobina. Y añade: “Ya se intentó un arreglo fiscal en 2012 y hubo 18 tanteos de pacto que el Estado no quiso oír. El referéndum es posible y constitucional. Y a quienes actualmente hablan de ensanchar la base habría que decirles que a España le da igual que el independentismo sea el 48% o el 70%. Se debería recuperar la unidad secesionista entre las dos fuerzas mayoritarias”, comparte con Aranburu.

Este último sostiene que “puede que el independentismo baje a niveles del 40%, pero también puede pasar lo contrario. Yo cuando llegué aquí estaba unos 30 puntos por debajo”. Knörr complementa el prisma aseverando que “Gobierno español y oposición han jugado a que bajaría el suflé, por eso se vieron sorprendidos con aquellos resultados de unas elecciones convocadas de forma ilegal. Nunca han querido ver la realidad. Dicen que el otoño será caliente pero aún más con las sentencias del Supremo”, atisba Alcócer, mientras que Rosiñol exige la dimisión del president Quim Torra porque “alentar a grupos violentos es intolerable por parte de un representante democrático”. Knörr rememora: “El conflicto catalán data de hace ya un siglo y tenemos claro que no hay futuro dentro del Estado español”. El castell (castillo) arrastra aristas por donde se cuela la frustración pero sin renunciar a un déjà vu del 27-O.