Pedro Sánchez recogió al bote la pelota del peripatético Tribunal Supremo para encestar la populista canasta de los gastos hipotecarios contra la banca. Ocurría en el marco de una semana placentera y por tanto inusual. Bajo el ambiente más propicio por la indignación colectiva ni lo dudó un instante para incrustrar su ortodoxo perfil de izquierdas en la defensa pública de la clase trabajadora contra los privilegios del capital. Lo hizo asistido de un real decreto que enmienda por la vía rápida la erosión más cruenta que la Justicia puede sufrir a los ojos del ciudadano medio. Así, consolida de un plumazo el perfil de su gobierno cada vez menos temporal, se anticipa estratégicamente a las protestas callejeras de su socio Unidos Podemos y, desde luego, desubica por completo al agujereado PP.

Maestro reconocido en los golpes de efecto, Sánchez también empieza a revivir políticamente gracias a los errores de sus enemigos. Le ocurría con frecuencia a Rajoy desde su quietismo hasta que fatídicamente se le reventaron las alcantarillas de la corrupción interna. En el último capítulo de la depravación, ha bastado que la repugnante maquinaria del vil Villarejo se reactivara en connivencia de un periodismo servil para que Cospedal saliera despedida por la ventana. Ha ocurrido mucho antes de lo previsto en su propio partido y posiblemente urgido para evitar un mayor escarnio familiar en el supuesto de que se hubiese amarrado a la pata de su acta de diputada. Solo así se entiende que por una desfachatez similar la desafiante ministra de Justicia todavía continúe en su puesto después de escuchar sus revelaciones tan sonrojantes. Ocurre que la poderosa ex secretaria general del PP había jugado peligrosamente con fuego sola y en compañía de su marido. Dolores Delgado también jugaba sola y en la sólida compañía de su poderoso amigo con sus tropelías verbales, pero se tropezaba sin galones.

Los enredos de Cospedal y del Supremo han minimizado estos días las discrepancias internas del Gobierno sobre el incierto destino de los Presupuestos o las collejas al desaforado ímpetu impositivo por parte de distintos colectivos de empresarios que empiezan a decir, por fin, lo que piensan. Ni siquiera han cogido aire las serias reticencias de la Unión Europea a la irrefrenable capacidad de ingresos prevista ideológicamente por Sánchez y Pablo Iglesias. La indignación popular con los vaivenes judiciales de los gastos hipotecarios ha bastado para llenar el escenario institucional, las tertulias y las influyentes redes sociales, además del devastador ajuste de cuentas con los teatrales mocos de Dani Mateo en la bandera española. Ha sido entonces cuando ha aparecido enérgico el presidente para aplacar las iras de una rebelión publicada y enseñar los dientes al poder financiero. Lógicamente, el partido no ha acabado pero, de momento, el Gobierno se anota el primer tanto.

El estallido de otra crisis interna bajo el fango de la indignidad dentro de su propia casa ha trastocado por enésima vez las intenciones de Pablo Casado para regocijo de Ciudadanos y, sin duda, del PSOE. Bajo semejante inestabilidad casi semanal, las posibilidades de que el PP se estrelle en las próximas elecciones andaluzas cotizan al alza. Ahí es donde prende la desmoralización de una tropa que empieza a cuestionarse la validez de su pretendida catarsis a partir de aquellas primarias que ahora se recuerdan tan intrigantes sobre todo para los perdedores.

Los socialistas se sienten con el viento a favor mucho más allá de los lamentos amenazantes de Quim Torra hacia los Presupuestos y la denuncia por los desvaríos de Lesmes Al PSOE le vale mucho más la imagen sonriente de Susana Díaz después de salir airosa en el Senado de las sucesivas embestidas de la oposición durante cinco interminables horas. Y por si faltara el último empujón mediático, aparece un iluminado francotirador de barrio, curiosamente en Catalunya, necesitado de un grupo de tuiteros para que le acompañen a cumplir su sueño de vengarse de Sánchez por sacar de una vez al dictador Franco de donde nunca debió reposar. El reflejo tremendista de una progresiva polarización para regocijo de la izquierda que provoca la exasperante reacción de esa ultraderecha cada vez más envalentonada. Por ello, es ahora cuando se oye “¿a quién importan los Presupuestos?”.