A Sidahmed Badad lo tomaron por loco cuando planteó criar peces y levantar una huerta en medio del desierto del Sáhara. Pero hoy es una realidad y el proyecto Badad Farm cuenta con una piscifactoría con más de 3.000 tilapias y con un invernadero que desafía la lógica del paisaje de la hamada argelina, una meseta yerma de arena y piedra en la que están asentados los campamentos de refugiados saharauis.
Allí llevan resistiendo en el exilio desde hace 50 años, en unas condiciones precarias y con una dieta cada vez más escasa, basada mayoritariamente en carbohidratos –arroz, cereales, pasta, patatas y azúcar– que les suministra el Programa Mundial de Alimentos, a través de la Media Luna Roja Saharaui. En este contexto, la importancia de una iniciativa que lleva productos frescos y proteína a los platos de los refugiados es mayúscula.
“Hemos conseguido que en la wilaya de Auserd –uno de los cinco campamentos saharauis y en el que está instalado este proyecto– no haga falta importar lechugas de Argelia, salen todas de aquí”, subraya Galia Badad, que relata que el proyecto lo pusieron en marcha cinco hermanos en 2019.
El objetivo es producir pescado de alto nivel proteico y vegetales ricos en vitaminas y minerales, productos frescos para una población castigada por la malnutrición, la anemia y la diabetes. “Las verduras que llegan aquí vienen desde lugares lejanos de Argelia a Tinduf –la ciudad más cercana a los campamentos– y allí los dueños de comercios de alimentación las compran y las venden después en los campamentos, por lo que a las familias les llegan muy caras y en un estado no muy bueno. Ahora la lechuga se la damos nosotros a las tiendas y ahí la compran las personas con mejor calidad y a un menor precio”, relata Sidahmed, que indica que también colaboran con otros proyectos de Auserd, como Cocina por el Cambio, una iniciativa pensada para dar comidas a familias muy vulnerables.
Una odisea en el desierto
Sidahmed fue el hermano que lideró Badad Farm cuando en 2012 empezó a buscar en internet soluciones para mejorar la alimentación de su familia y encontró formaciones online sobre sistemas de cultivo hidropónico. “Empezamos con media jaima y en 2019 conseguimos unas ayudas para jóvenes de una ONG americana e iniciamos el proyecto cultivando lechugas, tomates, pepinos, melones y sandías”, recuerda Galia. Pero no fue tarea fácil porque tres años después, en 2022, una tormenta destruyó los invernaderos: “Pensamos que era el fin del proyecto pero otra ONG nos ayudó y volvimos a sacarlo adelante”.
Pero además de la huerta, los hermanos Badad construyeron una piscifactoría que actualmente cría 3.000 tilapias del Nilo, suministradas por Argelia, una especie de agua dulce que resiste mucho el calor extremo y que tiene un ciclo de cría de ocho meses. De momento, todavía no han podido empezar a suministrar el pescado a las familias o a los comercios porque a las condiciones climáticas extremas del desierto se suman los problemas con la electricidad.
“Necesitamos un flujo constante de electricidad para que funcionen los aparatos que dan oxígeno a los peces y aquí la luz se va frecuentemente. Pero en cuanto encontremos una solución al problema empezaremos a venderlos y a criarlos en mayor cantidad”, sostiene Galia.
La necesidad de agua
Pero la materia prima para producir pescado y cultivos es el agua, que en medio del desierto se convierte en un bien de lujo, y los hermanos Badad encontraron la solución en la técnica de acuaponía, un sistema sostenible que combina la cría de animales acuáticos con el cultivo de plantas sin suelo.
“Es un circuito cerrado: el agua de la piscifactoría pasa por un filtro a las plantas, que se fertilizan gracias a los desechos de los peces, y estas a su vez purifican el agua que vuelve a los peces con bacterias beneficiosas para los animales”, explica Sidahmed.
Este sistema es ideal para la población saharaui ya que el consumo de agua es diez veces inferior al cultivo en suelo y no requiere tierra fértil. Actualmente, el proyecto cuenta con un gran invernadero de cultivo y dos naves en las que se encuentran la piscifactoría y el cultivo de acuaponía, con largas estanterías repletas de plantas de lechuga, que cada 45 días salen de allí rumbo a familias y comercios. El próximo objetivo: que sean las tilapias las que lleguen a los platos de los saharauis.