Es un lugar que no existe para los ojos de quienes no quieren mirar. Se esconde en los mapas que olvidan que el Sáhara Occidental pertenece a una población a la que condenaron al exilio hace 50 años, y también aparece tímido entre las jaimas y las casas de adobe y ladrillo de la wilaya de Smara –en concreto, en la daerah de Farsia–, en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia).
El dispensario Farsia es un espacio en el que trabajan seis personas –dos matronas y cuatro enfermeras– para atender las necesidades médicas de atención primaria de toda la población concentrada en torno a esa provincia –es decir, alrededor de 50.700 personas, de acuerdo con los datos del último censo poblacional– y, sobre todo, centra su labor en la atención sanitaria a los partos y todo lo relacionado con la maternidad (lactancia, revisiones de niños y niñas, alimentación infantil, etc.).
Y toda esta actividad tiene un rostro y dos manos frágiles y cariñosas que día a día luchan por todas esas mujeres que se acercan para ser ayudadas. Que trabajan por estar siempre del lado de la vida.
Omla Abdelfatah, médica del dispensario que estudió 16 años en Cuba con una beca de su gobierno, guarda consigo una promesa que se hizo cuando emigró a Cuba para estudiar Medicina: “Nunca cobraré ni un céntimo a una mujer y a un bebé que se debaten entre la vida y la muerte. Mis manos siempre estarán agarrando la vida”. Se trata de un pacto consigo misma que se repite casi a tientas, pero que cumple todos los días: en las largas horas de trabajo, en los partos sin epidural –las cesáreas solo se pueden hacer en Tinduf o Rabuni–, en las decisiones de última hora.
Porque Omla está, mira y acompaña a todas las mujeres y bebés que la necesitan. “No puedo tener horario porque los niños vienen cuando quieren y yo tengo que estar siempre disponible para atender los partos”, asegura. Es más, debido a la privatización de los centros sanitarios, muchas madres no pueden permitirse cosas básicas, como analíticas, y ella suele poner dinero de su bolsillo. “Haré todo lo que esté en mi mano para no ver morir a más mujeres. No pueden pagar 140 euros por una analítica cuando en tres meses tan solo ganan 50 euros”, denuncia emocionada.
Donde nace la ayuda y la vida
Entre 2005 y 2008, la asociación Alcamar, procedente de Muskiz, municipio vizcaíno con el que está hermanado Farsia, decidió construir un dispensario para que la población saharaui pudiera tener medicamentos próximos a sus casas siempre que lo necesitasen –a pesar de que la ayuda humanitaria es, muchas veces, escasa. De hecho, “una caja de paracetamol se tiene que distribuir para 5.000 personas”, señala Omla–.
Fue entonces cuando Maider Saralegi, joven cooperante cuya familia estuvo acogiendo saharauis a través del programa Vacaciones en Paz, conoció la causa, los campamentos y vio claro que tenía que colaborar. “Omla era de mi familia, me enseñó su trabajo y creamos Hijos de las nubes, una asociación para hacer activismo, pero no con un proyecto de cooperación pleno”, explica.
Al menos hasta el año 2021, cuando incorporaron el paritorio en el dispensario de Farsia después de que Omla no pudiera hacer nada ante la muerte de una madre y de su bebé, que estaba a punto de nacer. “Recuerdo que me asombró mucho la normalidad y la resignación con la que me lo contaba”, comenta.
Saralegi no entendía que las mujeres tuvieran partos en las jaimas, donde no cuentan ni con los medios ni las herramientas suficientes, y Omla le confesó que no existía un proyecto que velase por la vida de esa manera. “Nuestro objetivo es salvar cuantas más vidas posibles, tanto de las madres como de los niños. Nuestro lema es que ‘cuando tiene que llegar la vida no puede llegar la muerte’”, explica.
Por la sanidad pública
Al dispensario llegan mujeres jóvenes, muy cansadas y con el cuerpo debilitado por el embarazo, por anemias persistentes –cada vez más frecuentes– o por un exilio heredado. Muchas mujeres no tienen la posibilidad de llegar debido a las largas distancias.
Por ello, las seis trabajadoras del dispensario han organizado sus semanas laborales de la siguiente manera: los lunes se atiende a niños con bajo peso y se les realiza el control y registro de su peso, y se les brinda educación a las mujeres sobre el cumplimiento adecuado de la alimentación infantil. Además, se llevan a cabo visitas domiciliarias y se realiza un seguimiento a mujeres recién paridas –tanto al séptimo día como 40 días después–; los martes y jueves se realizan labores de atención a embarazadas; los miércoles, talleres en los que se explica el proceso de la lactancia materna y la introducción de la primera alimentación en los niños. Finalmente, los domingos se atiende a niños de 0 a 5 años. Asimismo, también se recogen los datos de la madre y del bebé desde que nace y se inicia el calendario de vacunación nacional saharaui, con dosis al nacer y a los dos, cuatro y seis meses. A las familias se les entrega una cartilla sanitaria y un protocolo de nutrición adaptado a las condiciones del campamento.
Asimismo, se recogen los datos de la madre y del bebé desde el nacimiento y se inicia el calendario de vacunación nacional saharaui, con dosis al nacer y a los dos, cuatro y seis meses. A las familias se les entrega una cartilla sanitaria y un protocolo de nutrición adaptado a las condiciones del campamento.
Y a pesar de poner todo el alma en el centro, la farmacia resulta uno de los eslabones más débiles del sistema como consecuencia de la falta de ayuda humanitaria. Cada dos meses se solicita medicación básica –paracetamol, ibuprofeno, amoxicilina, ácido fólico, desinfectante o guantes–, pero no es suficiente para atender a toda la población saharaui.
Esta escasez se traduce en enfermedades mal curadas, tratamientos tardíos y embarazos complicados. Los partos prematuros son cada vez más frecuentes y muchas mujeres llegan al dispensario cuando el nacimiento ya es inminente. “Aquí no hay epidural y las cesáreas solo se pueden realizar en Rabuni”, añade Omla.
De esta manera, es el tiempo el que decide. Porque las hemorragias son habituales y las distancias, largas. Por eso, para Omla y todas las mujeres que trabajan en el dispensario, la sanidad pública sostiene a pulso la vida en los campamentos: “Me niego a que este centro sea alguna vez privado porque eso significaría que no estoy haciendo lo posible por salvar dos vidas. Y la muerte no debe hacerse hueco aquí”, concluye. Porque, mientras el mundo mira a otro lado, la vida solo sigue existiendo porque alguien como Omla se empeña en sostenerla.