En los campamentos de refugiados saharauis, las chabolas construidas en el desierto argelino son un buen ejemplo de que el tiempo pasa pero no avanza. A las primeras jaimas, levantadas hace ahora 50 años, cuando los saharauis se vieron obligados a huir al exilio tras la Marcha Verde con la idea de que serían un refugio provisional, les siguieron las casas de adobe y techos de hojalata cuando la guerra entre el Frente Polisario y el ejército marroquí amenazaba con alargarse durante años. Y hoy, en las wilayas –campamentos– de El Aaiún, Auserd, Smara, Dajla y Bojador, el ladrillo se va imponiendo en el paisaje y escenifica el pulso entre el carácter provisional con el que nacieron los asentamientos y la realidad del medio siglo que los saharauis llevan con estatus de refugiados.

Y por mucho que proliferen los smartphones en los bolsillos de los saharauis, la solución para el Sáhara Occidental parece estar cada vez más lejos, con una comunidad internacional que ha preferido mirar para otro lado mientras Marruecos perpetúa su ocupación sobre el territorio. Sin embargo, frente a ese abandono, la solidaridad con el pueblo saharaui sigue intacta y este pasado puente foral, 147 personas viajaron con la Asociación Navarra Amigos del Sáhara (ANAS) a los campamentos, donde los últimos cinco años han sido especialmente duros por el impacto de la pandemia, la inflación y el descenso de la llegada de la ayuda internacional –de la que dependen casi por completo–. A ello se suman la reanudación de la guerra entre el Frente Polisario y Marruecos en 2020 tras 29 años de alto el fuego y el reconocimiento por parte de Pedro Sánchez en 2022 de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, un cambio de postura que, para los saharauis, supone consumar la traición de España a la que fue su provincia 53 hasta 1975 y de cuyo territorio sigue siendo la potencia administradora de iure.

Una tormenta de arena sacude el campamento de Auserd. Unai Yoldi

En ese contexto, recibir la visita del movimiento solidario es para las familias saharauis un soplo de aire fresco, siete días en los que salen de la monotonía de un campo de refugiados y en los que hacen gala de su hospitalidad y tiran la casa por la ventana para que sus huéspedes tengan una estancia de lo más placentera y eso también hace que ellos coman más de lo habitual. Porque esa semana es, valga el símil, como un espejismo en medio del desierto, ya que por lo general las familias están comiendo una vez al día o cada dos días. “Cada año que pasa están peor y ya llevan 50. Los precios de los alimentos no paran de subir y la ayuda humanitaria se ha reducido mucho en los últimos años”, relata Carol García, responsable del viaje y miembro ANAS.

Cooperación navarra

Este año volaron desde Pamplona a los campamentos 147 personas, la mayoría navarras y el 90% viajaba por primera vez. “El feedback que hemos recibido ha sido muy bueno. Este viaje es muy importante porque hace una labor de sensibilización a la par que sirve de apoyo moral a los saharauis”, indica García. ANAS lleva años organizando estas expediciones y además es la entidad que gestiona Vacaciones en Paz, un programa que lleva en funcionamiento más de 40 años y gracias al cual niños y niñas saharauis pueden salir en verano de los campamentos con familias de acogida. “Para este año necesitamos 20 familias navarras de acogida para que puedan salir todos los niños”, destaca la responsable de ANAS.

Un nuevo abandono

Una mujer pasea con su hijo por la wilaya de El Aaiún. Izaro Díaz

El 4 de diciembre, mientras la expedición navarra recorría el campamento de Auserd conociendo diferentes proyectos humanitarios, Pedro Sánchez presidía en Madrid la cumbre España-Marruecos, un encuentro que escenificó las buenas relaciones del Estado con el reino alauita semanas después de que el Consejo de Seguridad de la ONU diese luz verde a una resolución impulsada por Donald Trump que considera el plan de autonomía de Marruecos para el Sáhara Occidental como una base “viable” para una solución, en línea con la posición que ya adoptó España en 2022. La aprobación del documento generó una ola de manifestaciones en los campamentos saharauis denunciando que el plan de autonomía marroquí es “la legitimación de la ocupación ilegal”. No obstante, fuentes del Frente Polisario matizan que la resolución “en ningún momento reconoce la soberanía marroquí” sobre el Sáhara Occidental y recuerdan que Trump tampoco ha conseguido eliminar del texto el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui mediante un referéndum, cuyo único y legítimo representante sigue siendo el Frente Polisario. “Los saharauis llevamos 50 años intentando que se escuche lo que queremos: la ocupación de Marruecos es una quebrantación y una violación del derecho internacional. El Sáhara Occidental es el único territorio de África pendiente de descolonizar y la única solución, tal y como recogen distintas resoluciones de la ONU, pasa por un referéndum de autodeterminación”, sostiene Jira Bulahi, gobernadora de la wilaya de Auserd.

Una forma de resistir

Todos los niños y niñas saharauis están escolarizados. Unai Yoldi

Los campamentos van cambiando, pero su situación sigue estancada y el tiempo es diferente para quienes saben que esperar también es resistir. Es algo que tienen todos muy claro: permanecerán en el desierto hasta que logren regresar a su territorio. Y lo hacen con la dignidad de quien se sabe con la razón y la justicia de su lado, haciendo esfuerzos titánicos para tener escolarizados a todos los niños y niñas, haber conseguido extender la alfabetización a toda la población, atender en los centros de discapacidad a los refugiados con diversidad funcional y seguir alimentando, cada vez con más problemas, a más de 170.000 personas.

Refugiados saharauis juegan al fútbol en un campo improvisado. Unai Yoldi

Pero, a la par, cada vez cuesta más llenar un plato de comida, y la anemia, la diabetes y la malnutrición se abren paso entre una población que en verano soporta temperaturas superiores a los 50 grados. Y en esas circunstancias son muchos –principalmente varones– los que tratan de salir de los campamentos para buscar un trabajo fuera y poder ayudar así a su familia. Algunos, tras meses y meses a la espera, consiguen el pasaporte apátrida para poder desplazarse, pero otros están subiendo a la costa argelina para jugarse la vida en una patera en el Mediterráneo. Esto, sumado a la guerra que sigue librando el Polisario contra Marruecos, hace que El Aaiún, Auserd, Smara, Bojador y Dajla sean campamentos mayoritariamente de mujeres, niños y ancianos. “La situación es muy crítica y muchos jóvenes están intentando salir. Cada vez llegan más en patera, se juegan la vida a la desesperada”, señala García. De esta forma, después de medio siglo, los campamentos se han convertido en la evidencia tangible de un conflicto enquistado y de una comunidad internacional que ha preferido mirar hacia otro lado. Mientras la espera se convierte en una forma silenciosa de resistencia y de dignidad.

Acoger menores saharauis en verano. ANAS hace llamamiento a las familias navarras para acoger este verano a niños y niñas saharauis a través del programa Vacaciones en Paz. En esta ocasión, se necesitan 20 familias. Pueden contactar con la responsable de ANAS, Carol García, llamando al 626502495 o al 609044400 o escribiendo a anasnavarra@gmail.com.