LLEGA "el juicio con más carga política que ha visto Europa desde hace décadas", en palabras del diario Ara. Un proceso a doce líderes del independentismo en un juicio con protagonismo de la extrema derecha antes de unas elecciones municipales, autonómicas y europeas. Con un PP compitiendo en nacionalismo con Vox, con Ciudadanos, y hasta con barones del PSOE que no están dispuestos a quedarse a la zaga.

Habrá un ruido mediático ensordecedor. Se escrutará hasta el último detalle de cada retransmisión. El riesgo de convertirlo todo en un espectáculo asomará en una profesión en parte sacudida por la avaricia de las audiencias. Serán más de 500 testimonios, entre ellos el del lehendakari Iñigo Urkullu. Asistiremos a un torrente de titulares comentarios y portadas que agrandarán la fosa entre el polo del escarmiento y la mayoría de la sociedad catalana. Cada declaración de los acusados que desmonte el relato de la Fiscalía provocará nerviosismo en el polo del escarmiento. Y cada contradicción, titubeo o laguna de los líderes independentistas será profusamente subrayada en la mayoría de los medios editados en Madrid. La inercia del espectáculo, como tantas veces, conllevará un riesgo añadido de banalización. Pero no estamos frente a un partido de fútbol o una edición de Gran Hermano, sino ante algo infinitamente delicado y trascendente: un juicio a unos representantes políticos, a derechos y libertades.

EJERCICIO DE PERSPECTIVA Visto con algo de distancia, el panorama es tremendo. Increíble hace solo unos años. El hecho es que se enjuicia a buena parte de un Govern de una de las nacionalidades del Estado español, trasladado el viernes a Madrid en condiciones vergonzosas, por más que sean las habituales. La estampa en su conjunto, más que un retrato de fortaleza del sistema, dibuja una crisis de Estado sin precedentes, que lejos de alimentar la hipótesis de arreglo, genera toneladas de desconfianza en Catalunya. Por las consecuencias políticas y humanas en juego y por la falta de escrúpulos a la que suelen conducir los intereses de Estado. El independentismo lo ha sufrido en sus carnes en estos últimos 16 meses. La alegría de transitar por un terreno inédito ha mudado en una cierta angustia. La candidez que descartaba un escenario represivo en Catalunya se empezó a diluir el 1-O y continuó deshaciéndose con las primeras órdenes de prisión. Hoy esa ingenuidad es un recuerdo resabiado de unos hechos amargos que historiadores de este siglo y el que viene analizarán con detalle. Meses en los que el Estado se ha empleado en el castigo, pero también en el divide y vencerás que ha agrietado al independentismo, y mostrado sus pies de barro.

CALLEJÓN SIN SALIDA "España está haciendo muchas cosas para que Catalunya no se pueda ir, pero muy pocas para que no se quiera ir", afirmó Iñaki Gabilondo en diciembre de 2013. Cinco años después, con nuevo inquilino en la Moncloa y a las puertas de este juicio, la sentencia del periodista donostiarra recobra valor. España debería reflexionar sobre la forma de defender su unidad, y su extendida pulsión por el escarmiento, que por más que se presente como fuente de autoestima, debilita sobremanera las bases de convivencia. La democracia es un proceso continuo, con una dimensión cultural. A la España real, dentro de sus cromatismos, le sobra orgullo y le falta templanza. A la España monárquica también, movida por las angustias de una institución que arrastra su propia crisis. Una monarquía que hoy cohabita con el sanchismo pero que mañana puede hacerlo con un tripartitito de derecha extrema, que pondría aún más en solfa su capacidad moderadora, en tela de juicio desde hace más de un año. Y es que el seísmo que provocará el macro juicio del Supremo alimentará a la derecha extrema a corto plazo, sea por una sentencia favorable, contraria, o a medio camino de sus tesis. El marco de la mano dura es muy poderoso y permea a un importante sector de la sociedad española, bastante más grande que lo que a primera vista describe el CIS. En esta coyuntura, el neo protagonismo de José María Aznar no es anecdótico. El ex presidente del Gobierno inspira una operación involutiva de calado grueso, para promover mediante la coerción de otro 155 el poder que PP y Cs no controlan con las urnas en Catalunya.

A SEIS MESES VISTA El segundo semestre del año será aún políticamente más complicado. Dentro de unos meses, una vez que se conozca el fallo, el independentismo tendrá que resetearse, y el PP redoblará su estrategia de radicalización. Siempre entreabierta la posibilidad de adelanto electoral, la andadura del Gobierno de Sánchez se ha convertido en un permanente condicional. Con esas dudas, y decisiones cuando menos desconcertantes, es muy difícil que el PSOE eleve mucho más sus expectativas o que las derechas pierdan muchas de sus opciones. Pero más allá de la demoscopia , lo que sobre todo está en juego desde un punto de vista ideológico es la cristalización de un proyecto progresista sólido. Desde una mirada plurinacional el panorama es sombrío, casi como el frío de Chicago. Si en las próximas Generales Ciudadanos sumase con PP y Vox, el autogobierno catalán se irá unos años al limbo. Si Cs pactase con el PSOE, el sanchismo girará a la recentralización para sobrevivir. Y si PSOE y Unidos Podemos obtuviesen una buena suma, esta vez a los barones del PSOE no les pillará desprevenidos.