En la plaza pública hay miedo, ruido y demasiada incertidumbre. El riesgo electoral alcanza esta vez tal voltaje que sobrevuela amenazador para la inmensa mayoría de los partidos, a excepción de Vox que no tiene nada por perder. Solo así es fácil de entender la batalla desquiciante desatada en la formación de varias candidaturas que desnudan peligrosos líos de familia, siempre hirientes. Los socialistas vuelven por donde solía su acendrado cainismo, ahora especialmente en Andalucía; los populares miran hacia otro lado para minimizar el pesimismo y sus fugas; Ciudadanos cae prisionero de fichajes tan contradictorios; y Podemos a la baja se enzarza en la espiral de Manuela Carmena. Más allá, el independentismo catalán en el enésimo capitulo de su desgarrada vida tan determinada por Carles Puigdemont y el juicio al procés. A tal punto que provoca la insólita condición del todavía parlamentario catalán Oriol Junqueras como aspirante a diputado de ERC en Madrid y en el Parlamento Europeo. Queda el PDeCAT, pero se lo está pensando en el puente aéreo Waterloo-El Prat.

En cambio, Pedro Sánchez va a lo suyo, con esos guiños que dejan huella. Mientras en Altsasu un irritante contubernio entre la política y el periodismo (?) trilero relegaba a Pablo Casado a un secundario imitador de Santiago Abascal, el presidente del Gobierno enviaba un significativo mensaje de convivencia al resto de España, Catalunya incluida, durante su histórica por inédita visita a la sede de Euskaltzaindia. Cada día que pasa, la izquierda y la derecha asoman con más nitidez su antagonismo. Por ello, la elección ante la urna se hace mucho más sencilla, aunque, a su vez, complica la futura búsqueda racional de puntos de encuentro para la estabilidad.

Tampoco la última rabieta de la desheredada Susana Díaz inmuta demasiado al líder del PSOE, que se siente seguro al calor de unas previsiones favorables. La alicatada afrenta del socialismo susanista contra varios ministros -virulento el sonoro desprecio a María Jesús Montero, relegada al número diez- será cortocircuitada sin contemplaciones por José Luis Ábalos y Adriana Lastra en la cocina de Ferraz. Hace un año, este pulso habría desequilibrado a los sanchistas; ahora, es flor de un par de días. Una despedida tan ácida como la de Soraya Rodríguez -¿a Ciudadanos?- habría arrancado manifiestos apoyos punzantes, empezando por el sector felipista. Ahora solo los recibe en privado. El viento sopla tan a favor de Sánchez que no habrá ni un candidato mínimamente dudoso de su adhesión al nuevo orden establecido.

Albert Rivera duerme intranquilo. La incorporación a primarias teledirigidas de candidatos dudosos de aportar aire fresco a la política como ocurre con Silvia Clemente, en Castilla y León, o el exministro Corbacho con Manuel Valls le puede estallar. Un horizonte incómodo del que no consigue escapar Begoña Villacís, mirlo blanco de Ciudadanos para la alcaldía de Madrid, ante las últimas acusaciones sobre sus actividades económicas y, paradójicamente, su velado acercamiento al entonces incipiente Vox. Demasiados focos de incendio para un partido que sigue lejos de liderar un proyecto alternativo de gobierno y en medio todavía de esas voces discrepantes con el arriesgado cordón sanitario a Sánchez.

En Unidos Podemos todos pendientes de que vuelva él. Tras la enésima marginación a Irene Montero siempre que arrecian momentos estelares, Pablo Iglesias aparca su permiso de paternidad para mitigar el efecto de una caída electoral asegurada. Atormentado por sus errores personalistas y el impacto de la operación Errejón-Carmena, ahora busca ansioso una salida decorosa en medio del laberinto. La confección de sus candidaturas es una interminable sucesión de personalismos, puñaladas, disensiones de las mareas y, a cambio, lealtades agradecidas. ¿Y los círculos?

En el caso del PP, diputados y senadores sorayistas y cospedalistas tienen garantizada su defenestración. Solo les queda el triste consuelo de que los resultados confirmen el signo de los sondeos y antes del verano vuelva a abrirse la caja de los truenos. Para entonces, varios tránsfugas habrían recorrido despavoridos el camino abierto en Cáceres, Aragón o Baleares para encontrar acomodo en Ciudadanos y en Vox.

Mientras, en la familia del soberanismo catalán ha vuelto el desasosiego después de las declaraciones de los recientes testigos en el juicio del Supremo a sus ideólogos y líderes. Por si fuera poco, tampoco logran desembarazarse de sus prejuicios para recomponer la unidad. Sánchez ha cogido a muchos con el pie cambiado.