La fontanería, un oficio que desatranca atascos, es una de las metáforas políticas más socorridas cuando llega la hora de alcanzar acuerdos. La política estatal se halla de nuevo embozada, y los hombres y mujeres que pueden negociar reciben órdenes de no aflojar las tuercas o como mucho de amagar con un destornillador. Van pasando las jornadas, ya en pleno ambiente estival, y la política se apelmaza en el bochorno, dos meses después de unas Generales que se adelantaron como ejercicio de resolución democrática. Sánchez convocó dichos comicios el 15 de febrero. Entre la precampaña, campaña y postcampaña han pasado cuatro meses y medio, y el PSOE guarda sus opciones de gobierno como un automóvil tapado en el garaje, al que solo se arranca de vez en cuando. Si no se mueve hasta septiembre la batería o los neumáticos podrían acabarse estropeando. Pero el PSOE tal vez asuma el riesgo si concluye que a bajo ralentí se desgastan más los motores de Ciudadanos, Unidas Podemos y Vox.

COMO UN BUCLE

“No se puede sorber y soplar al mismo tiempo”, espetó Sánchez a Rivera durante la moción de censura 2018 contra Rajoy. La ocurrente comparación debería aplicársela él mismo un año más tarde. Sin embargo, Sánchez se comporta como en el primer semestre de 2016, intentando conjunciones quiméricas a derecha e izquierda. Pero ahora es él el presidente en funciones y el líder de la primera fuerza electoral, por lo que se espera de sus decisiones bastante más que resistencia personal. Con ERC, EH Bildu y los presos de JxCat abiertos a la abstención, descartado un cambio de orientación de Ciudadanos, la pieza más grande del engranaje la traería un pacto con Unidas Podemos que incluya algún nombre afín a la formación morada para algún ministerio. Algo razonable, sobre todo si no se trata de políticos, que sin embargo a día de hoy parece un obstáculo insalvable. Sánchez explora la posibilidad de nuevas elecciones con la tentación de desgastar a Cs y a UP. Ferraz no confía en la izquierda republicana de Iglesias y le gustaría entenderse con Rivera. En ese tira y afloja, Iglesias pide paciencia, pero está errando la comunicación; o se explica mejor o corre el serio riesgo de acabar caricaturizado bajo los múltiples intereses en confinarle en la treintena de escaños, y de ahí hacia abajo. Si Unidas Podemos fracasa finalmente en sus aspiraciones e Íñigo Errejón se lanza a por todas a mover su ascendiente entre las confluencias y sectores afines, la envolvente sería mayúscula en unas nuevas Generales, con el riesgo de poder acabar perjudicando al propio PSOE, lastrado en su conocida dinámica de mostrarse muy de izquierdas cuando le conviene, y comenzar a balancearse cuando toca poder.

Presión por tanto para Iglesias y también para Sánchez. Alcanzada la presidencia del Gobierno tras una moción de censura, la pregunta es qué tipo de presidente quiere ser a partir de ahora el líder socialista, ante las derechas envalentonadas. Tiene cuatro opciones. La primera es ensanchar el patrón político existente asumiendo en parte la canalización del malestar enarbolado el15-M el 9-N y el 1-O. La segunda es estrecharlo, y anularse como alternativa. La tercera, de acomodos internos, es seguir intentando mezclas imposibles y ver venir. Y la cuarta, derivada de la anterior, abonarse al tacticismo y convocar de nuevo elecciones una vez transcurra el calendario previsto.

¿SENTENCIA SIN GOBIERNO?

Echando mano del refranero es posible que finamente la sangre no llegue al río y se descarte la repetición electoral. Si hubiese nuevos comicios, se completarían cuatro años de profunda inestabilidad, de 2015 a 2019, con cuatro elecciones Generales (2015, 2016 y 2019), dos mociones de censura, un 155, un relevo abrupto en el PP y una gestora en el PSOE. La hipótesis de nuevas elecciones o de una investidura in extremis no se puede desligar de la sentencia sobre el Procés, que puede asomar en septiembre, mes en que se celebra la Diada y en el que el ambiente reivindicativo se prolongará como mínimo hasta el 1 de octubre. Al parecer, el sanchismo teme un Gobierno de respuesta polifónica tras el pronunciamiento del Supremo. Lo que suena a pretexto o a elocuente síntoma de por dónde van las cosas. Así las cosas, finalizado el primer semestre del año, tras un ciclo electoral agotador, la situación política se visibiliza penosamente hueca, con algunas de las expectativas generadas tras el 28-A cortocircuitadas. Los próximos meses no serán sencillos. A la espera del contenido de la sentencia, es muy posible que coloque a Catalunya en situación de precampaña electoral, con una generación de representantes soberanistas bloqueados entre la cárcel, el exilio y las maniobras postelectorales. Un momento aparentemente idóneo para el regreso de Artur Mas, consciente en cualquier caso de que segundas partes no suelen ser buenas y menos aún auspiciadas bajo circunstancias tan extremas como las actuales.

CRISIS EN CIUDADANOS

Al tiempo que Casado coge aire sin necesidad siquiera de girar al centro, fenómeno digno de un análisis sobre el viraje y funcionamiento de los estados de opinión, la imagen de Albert Rivera se está quedando más bien desmochada. No lo tiene fácil a corto plazo; si ahora se abstuviese se quemaría él. Si hubiese nuevas Generales probablemente se desgastaría. Y si a consecuencia de un resultado estéril para la derecha se urdiese una coalición entre el PP y Cs, el segundo sería seguramente él. El líder de Ciudadanos puede fiarlo todo a llegar entero dentro de tres o cuatro años, pero 2023, centenario por cierto del golpe de Primo de Rivera queda todavía muy lejos. Ahora bien, si Rivera cree que Podemos y el independentismo hundirán al PSOE en caso de acuerdo este verano y Sánchez coincide en su diagnóstico y va a nuevas elecciones, imperará un marco ideológico compartido a distinta escala por Cs, PSOE, PP y Vox. Unas coordenadas severamente excluyentes que enfangarían aún más al Estado en su propia obstrucción.