aunque el proceso de investidura provoque a estas alturas un cansancio palpable en buena parte de la sociedad, con su renuncia a tres días vista de la sesión del lunes, Iglesias ha manejado bien los tiempos. En la batalla de relatos en la que se ha convertido la política, las cuestiones programáticas de fondo se han dejado para el postre, después de que PSOE y Unidas Podemos hayan pasado semanas de lucha grecorromana. La entrevista a Pedro Sánchez en La Sexta se convirtió a la postre en una oportunidad para Podemos. Sánchez dio vía libre a un gobierno de coalición sin Iglesias. El semáforo por tanto se ponía en ámbar. La tan traída presencia de Iglesias podía guardarse en el cajón si el PSOE se abría a otros nombres o se podía apretar en las condiciones programáticas y el potencial de las carteras. Según la consulta interna en Podemos, la opción vencedora decía que no se aceptarían vetos. Sin embargo, Iglesias ha renunciado. La duda está en qué entenderá ahora Sánchez por perfiles cualificados no necesariamente técnicos. Todas las miradas se centran en Irene Montero, de potente perfil y al mismo tiempo insoslayable contexto con calado político. Montero e Iglesias conforman un binomio respetable. Si la situación fuese a la inversa, el panorama sería idéntico. Circunstancias aparentemente banales otorgan una singularidad a la ecuación, pero no deberían servir de pretexto para un nuevo veto. El descarte de Montero pondría en serio peligro el acuerdo.

LA BATALLA DE LA IMAGEN. “A (Iván) Redondo, aficionado a la política de gestos, le han respondido con su medicina”, ha escrito un usuario de Twitter. Ciertamente, Iglesias ha sido listo, realista o ambas cosas a la vez, y ha renunciado a participar en el Gobierno cuando el golpe de efecto era mayor. El bloqueo en el Congreso, sumado a las noticias que llegaban desde La Rioja le colocaban en un risco con alta posibilidad de desprendimiento. Por más que Iglesias se afanase en criticar la deriva del PSOE, Unidas Podemos no iba a salir indemne de un proceso de investidura fallido, y el coste sería mucho más alto que el arrastrado en 2016, año en que Sánchez pactó con Ciudadanos e invitó al fin de fiesta a Podemos. Ahora las cosas son bastante distintas. La fatiga de tantas elecciones se acumula en la ciudadanía, el palo que recibió UP el 26-M fue muy severo, y la sombra de Errejón acecha. Un detalle: la semana empezó con los ecos de una entrevista a Errejón en El Mundo, y ha terminado con el impacto del anuncio de Iglesias. Un hundimiento de Podemos supondría un estruendo de calibre sistémico, y apagaría el ciclo de las altas expectativas para una izquierda muy castigada por ataques propios y ajenos. En este contexto casi angustioso, Iglesias ha buscado ganar tiempo y ha vuelto a leer inteligentemente el tablero. Cuando constata que su debilidad le obliga a moverse, sabe hacerlo. Lo demostró en la moción de censura, durante la campaña de las Generales, y ahora con este giro de última hora, donde amortizaría su sacrificio. Porque ganaría poder aunque no participe en el Ejecutivo, y porque ha salvado una pelota delicada y se la ha devuelto a Sánchez, que si se siente interpelado está llamado a ceder frente a UP en cuestiones programáticas o de cargos, puesto que en caso de repetición de elecciones lo tendría más difícil para explicarse. Congelar un acuerdo hasta septiembre puede ser un órdago en este final de partida, pero no exento de serios riesgos, por supuesto también para IU, que ahora reedita su famoso programa programa programa. Las próximas horas serán definitivas para comprobar si el PSOE se aleja del tacticismo y muestra un esfuerzo sincero por llegar a acuerdos. De momento todas las partes parecen haberse movido. Un mínimo que resulta obligado casi tres meses después del 28-A, pero que ya es algo. Aquel domingo muchísima gente acudió a las urnas temerosa de un triunfo de una triple derecha radicalizada. Gente esperanzada en levantar un dique de contención plural. Si ese bloque finalmente no se articula, esa derecha desatada y extrema, que ha cerrado acuerdo en Murcia y apunta de nuevo a la Comunidad de Madrid, rearmará su propuesta.

LA CUESTIÓN CATALANA. Uno de los asuntos definitorios de la legislatura no trae signos muy esperanzadores de distensión. El PSOE pretende el apoyo de UP sin que se noten los acordes. Sánchez se prepara para atornillarse ante la sentencia del Supremo, y pasada la primera conmoción reactiva, esperar a unas elecciones catalanas con vistas a encontrar interlocuciones más cómodas. Una actitud muy pasiva que recuerda al Sánchez del 155 y que en este momento no parece suponer un escollo para UP. Así que a corto plazo el panorama territorial se presenta yermo, aunque terminen aflorando los partidarios de mover ficha. “Si España quiere seducir a Catalunya le va a tener que ofrecer algo, o va a tener que negociar algo, distinto a lo que ahora hay”. La frase, que ahora parece rompedora, es de Iñaki Gabilondo y data de diciembre de 2014, entrevistado precisamente por Pablo Iglesias. Negociación que para el periodista donostiarra llevaba “inexorablemente” a abrir el “melón general”, y a “releer nuestra realidad”. La receta, vista con perspectiva, es de cajón, pero compleja. Gabilondo auguraba que él ya no la vería, pero creía en la posibilidad de que los disensos llevasen a un nuevo consenso, cuando desde entonces, especialmente desde septiembre de 2017, las cosas se han polarizado en clave de escarmiento. La sentencia del Supremo lo pueda enmarañar aún más todo, y terminar de erigir a Sánchez en alumno aventajado de Rajoy a la hora de dejar correr el tiempo. Con todo, hay elementos a los que convendrá acercar la lupa, como la posición de ERC y de EH Bildu a favor de no bloquear la investidura de Sánchez. Si a ello le sumamos la opción que pueda tomar el PNV, un gobierno de coalición PSOE UP contaría con unos mimbres históricos. “Haz que pase”, decía el lema del PSOE el 28-A. A ver qué pasa mañana lunes, inicio de la investidura. Una jornada con efeméride: se cumplen 50 años del nombramiento de Juan Carlos como sucesor de Franco. Ahí es nada.