Son mayoría. Vienen para quedarse mucho tiempo en el poder. Les queda, y bien que les duele, la gran asignatura hiriente de La Moncloa, pero juegan con el viento de cara para aprobarla con nota en el siguiente examen. Van paso a paso, allanando el camino. El calendario les favorece. Nadie discute con frialdad que la primera mitad del próximo año será una tortura para la suerte de las izquierdas en las urnas calendarizadas. El escalonado goteo electoral autonómico que se avecina envalentona a las derechas, mientras los rivales rumian su desolación envueltos en el aturdimiento. Escarnios como el sufrido por los socialistas en Extremadura dejan llagas sangrantes de lenta curación.

Sánchez se esconde enrabietado por la humillante derrota sufrida el 21-D. El silencio le delata. Ni siquiera consigue que el leve movimiento de dos simples peones en su Gobierno distraiga la atención del reciente descalabro de su partido. Nada más duro que toparse de bruces con la verdad. Por eso deja que María Jesús Montero desfigure la realidad, interpretando la suerte final de los votos como si el personal fuera inane. Justo ahora, con un PSOE hundido en una tierra donde ha gobernado con holgura 36 de 42 años democráticos, la vicepresidenta se acuerda de que un candidato imputado es la peor elección posible.

Frente a semejante sopapo, urge rearmar el desaliento haciéndose un hueco entre tanto titular adverso. Para eso siempre está a mano el escudo social. De momento, ahí va el primer lote con las subidas de las pensiones, las bonificaciones al transporte o el ramillete de viviendas accesibles. Incluso, hasta hay espacio para hablar de Presupuestos y así demostrar que se gobierna hasta en los momentos más desquiciantes. Además, en este tiempo navideño las inquietudes ciudadanas prestan escasa atención al devenir político. Bien lo sabe Feijóo, que no ha dudado en aprovechar el relajo mediático de la Nochebuena para enviar a la jueza la retahíla de whatsapps de Mazón y así tratar de sacudirse a duras penas el bochorno y la responsabilidad de la funesta actitud de su partido en la Generalitat valenciana durante el desastre de la dana.

A pesar de las encomiendas de Felipe VI en favor de la concordia y el respeto, no hay tregua posible entre los partidos mayoritarios. Mucho menos para concesiones tan ilusorias como la planteada por Rodríguez Ibarra, partidario de que el PP siguiera gobernando Extremadura con la abstención socialista sin recurrir a Vox después de su victoria más alejada de lo que pensaba de la mayoría absoluta. Simplemente se trata de una fórmula irritante para el sanchismo, pero que adquirirá mucho más vuelo en las próximas generales desde distintas sensibilidades de claro fervor constitucional. Una conjura de mantel madrileño para evitar la contaminación de la ultraderecha en los planes de un futuro gobierno de Feijóo que se antoja irremediable, esta vez con más fundamento.

LA IZQUIERDA SE MUEVE

La meteórica ascensión de Vox aterra a la izquierda. Les advierte de una involución democrática y, sobre todo, de un riesgo fundado de pérdida del poder. Quizá así se explica la celeridad para acordar un punto de encuentro entre todas las fuerzas estatales, con la cualificada excepción de Podemos, que supere el contundente fracaso de Sumar como convergencia. Las elecciones extremeñas representan una fotografía demoledora para quienes se sitúan a la sombra crítica del PSOE. Mucho más para la suerte política de Yolanda Díaz. Sin su partido, la opción más progresista alcanza un resultado histórico. Nadie le echó en falta durante la campaña y mucho menos la cabeza de lista de Unidas por Extremadura, que no tuvo pelos en la lengua para criticar la escasa consistencia como líder de la vicepresidenta gallega.

Tan solo Abascal descansa tranquilo. Supera cada disensión interna con mejores resultados en las urnas. Hace oídos sordos a cualquier escándalo que surge a su alrededor porque no afecta a la suerte de su partido. Auténticamente empoderado. Ningún otro político puede decir lo mismo. Mucho menos Sánchez o el propio Feijóo. Ni siquiera Guardiola, ejemplo paradigmático de una irresponsable andante, posiblemente castigada por haberse dado un doble tiro en el pie. El primero, por adelantar las elecciones aprovechando el caos socialista, pero sin atisbar la proyección alcista de su alter ego. El segundo, por haber mantenido sin enmienda alguna su apelación trumpista a un pucherazo inexistente. Son las derechas que han venido para mandar.