pamplona - Javier Sádaba (Portugalete, 1940) cumple 80 años en este 2020, y ha iniciado el nuevo decenio en un estado de forma envidiable. Aunque dice que le da más pereza moverse, aún viaja para participar en charlas y mesas redondas. Ahora, dando también a conocer su último libro, Porque soy libertario. Para Sádaba, convencido republicano, vivimos en un ultracapitalismo financiero, donde el poder del dinero manda desbocado, "como si fuera un nuevo dios". Sádaba sigue siendo un hombre vital e intelectualmente muy activo, y entre lecturas y escrituras se cuelan "sus grandes agarraderos", que son su hijo, su nieto, y tres o cuatro amigos con los que de vez en cuando comparte conversación y un gin-tonic.

El título de su libro es afirmativo.

-En efecto, pero no es un ensayo dogmático. Es una exposición de por que soy libertario, y al mismo tiempo una reivindicación. Como ideal me parece lo más apropiada una sociedad de máxima libertad individual y máxima solidaridad. Lo que se llama el socialismo libertario. También añado que lo digo como tendencia.

Pero será consciente de que el término requiere de muchas explicaciones. Una complicación a la hora de definirse.

-Yo hago unas distinciones en el texto entre el anarquismo clásico, que después se manifiesta en la CNT; otra cosa es el pensamiento libertario, primo hermano de la CNT; otra cosa son los liberales, que independientemente de su talante, han evolucionado hacia el capitalismo. Existen también los libertarianos en Estados Unidos, lo que podríamos llamar la extrema derecha del liberalismo. Y finalmente están los libertinos, que es una cuestión más personal, donde se da el exceso.

Mucha gente asociará libertario a extremista.

-Es verdad que el anarquismo ha tenido momentos en que ha sido violento, pero yo no considero que eso sea lo más destacable ni mucho menos del anarquismo, y si lo fuera, ciertamente estoy en desacuerdo. Lo libertario es una forma de vida y de entender el mundo, y tendría varias características. La libertad es hacerse cada uno a sí mismo, dentro de las limitaciones inmensas que tiene esa libertad. Compartida con todos los demás, lleva a ser solidario e igualitario. El libertario quiere un poder con los otros y no sobre los otros, y está en desacuerdo con el tipo de democracia dominado por el dinero, y de ahí que sea fundamentalmente anticapitalista.

Comenta que es partidario de una rebelión. Sabe que la palabra tiene ahora connotaciones tremendas.

-Yo estoy hablando independientemente de todo el follón que se ha montado en Catalunya y de todas las disquisiciones enormemente interesadas del Poder Judicial obediente siempre al poder político. En cualquier caso, creo que un verdadero cambio social tiene que empezar por la guardería. Ahí empieza una pedagogía que posibilite conductas auténticamente democráticas, reales, donde se respeten los derechos de todos, se repartan los recursos, y cada uno pueda desarrollar sus propias capacidades. ¿Eso es difícil? Dificilísmo. Pero creo que hay que actuar como si eso fuera posible para que algún día fuese realidad.

En el libro defiende el derecho de la autodeterminación. Y observa una contradicción entre la soberanía de los españoles y la indivisibilidad del Estado en el texto de la Constitución.

-Me parece que la idea de nación es oscura, y que lo fundamental es la autodeterminación. De la misma manera que yo me autodetermino para ser libre, un conjunto de individuos puede desear tener un destino determinado. Aunque yo como libertario creo que deberían desaparecer los estados como están ahora, y que se conformara un organismo internacional, tiene que haber grupos humanos con costumbres distintas que se rijan por normas propias. En cuanto a Catalunya, defiendo la autodeterminación, siempre que se haga como creo que debería de hacerse. Como en Quebec, por ejemplo.

De forma pactada.

-Exacto. La autodeterminación no es pegar un portazo. Una metáfora que suele ponerse, y creo que es correcta, es una separación matrimonial. No se trata de un yo me marcho y me llevo hasta las bombillas de la luz, sino simplemente crear las condiciones para que alguien se pueda marchar.

Eso requiere la aquiscencia de dos. Que ambas partes crean en el divorcio. Lo que no ocurre aquí.

-Evidentemente. El Estado hace como el padre autoritario con los niños, que deben obedecer y punto. Pero, si el niño crece, puede decir al padre que los dos tienen que estar a la misma altura, dialogar y decidir en función de los intereses mutuos. Muchas veces, además, eso traería consigo que el final fuera mucho mejor para los dos. Si realmente queremos ser consecuentes, tenemos que dar la palabra, y que al final se decida en una votación.

No cree que sea necesaria una mayoría reforzada en ese hipotético referéndum. Ello podría dar lugar a una falta de cohesión en el hipotético nuevo Estado.

-Efectivamente, no tenemos una vara mágica para encontrar una solución absoluta en nada. Siempre tenemos que andar con una cierta incertidumbre. Cuando se dice qué pasa con los que se quedan en minoría, recuerdo que pueden ser de una parte o de la otra, de los que queremos la autodeterminación. Al que pierde hay que darle todas las garantías. El respeto a las minorías es una de las características de una sana democracia.

Cree que no se enfocó bien el procés, con aquella proclamación sui géneris de independiencia. Echa en falta voluntad pactista.

-Sí, es verdad que todo eso ha contado con la cerrazón del ultra nacionalismo español. El artículo segundo de la Constitución va más allá de lo teológico, cuando dice que esta se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española. Ni siquiera la definición de Dios de San Agustín llega tan lejos. Eso es lo que tenemos.

Dijo Eduardo Galeano que el humor es muy importante para que las cosas cambien. Usted lo comparte. ¿La izquierda se ha tomado a sí misma demasiado en serio históricamente?

-Muy buena pregunta. Yo repito mucho la frase de un filósofo que escribió que no hay ética sin humor. El humor es una de las grandes ayudas que nos ha dado la evolución. Sin humor no podríamos vivir. El humor hace que nos relajemos y entendamos mucho mejor las debilidades de los demás, que podamos gozar con la risa, estar satisfechos con aquellas cosas que ilustran la victoria de lo que es la vida frente a una actitud mecánica. La izquierda ha tenido grandísimos defectos, ha copiado muchas veces lo peor de la derecha, el sectarismo, que desgraciadamente es frecuente, y le ha faltado humor. Y es una pena, porque el poder con mayúscula sobre los otros no tolera ni que sea rían de él, ni la indiferencia. El humor es una buena arma para reírse del poder, pero para eso hay que saber reírse de uno mismo. Decía Einstein que esta es la prueba de que se va madurando. El que sabe reírse de uno mismo, sabe ser crítico con lo que tiene que ser crítico y autocrítico con lo que tiene que ser autocrítico. A mí, el humor me parece fundamental, en la izquierda y en la vida.

¿Cuál es su día a día? ¿Cómo sigue en forma intelectual? Asumiendo además que no todo está en los libros.

-Hay una frase de Aristóteles que dice que lo más importante en la vida es tener amigos. Para mí, lo más importante es la amistad. Si eso envuelve tu día a día, la verdad es que lo llevas mucho mejor. En cuanto a cómo desarrollo mi rutina, debo decir que he cambiado mucho desde hace 5 años, porque murió lo que yo más quería en mi vida, que era mi mujer, mi queridísima Elena. Yo que era muy disciplinado, muy jesuítico en la ordenación del día. A mí lo que me gusta es leer y escribir. Lo que me encuentro es muy cansado, porque soy mayor y porque he tenido una vida en algunos aspectos muy tranquila, y en otros bastante agitada. He estado siempre a la contra, y eso que te da grandes bienes también te procura grandes problemas. Yo me levanto, leo, escribo y, en los ratos huecos, oigo música, otra de mis pasiones. Una de las cosas que más echo en falta Madrid es no poder cantar. Si algo tengo de mi Euskadi querido que echo en falta es cantar y el mar.

En este 2020 cumple 80 años, y está fenomenal.

-Entro ya en la cuarta, quinta, sexta dimensión... Mis grandes amigos son médicos, curiosamente, y el otro día me decía uno de ellos que tengo una edad biológica como de diez o quince años menos. Bueno, me gustó que me lo dijera. Pero ya a esta edad y antes empieza a haber goteras, y las goteras las tengo, y no duermo como antes, y me canso más, etcétera, etcétera. Pero sí, me mantengo bastante bien para los tacos que tengo.

Usted ha sido catedrático de Ética, y celebra que la primera ley que se tramite en esta legislatura sea la de la eutanasia.

-Soy un muy decidido partidario. La he venido defendiendo desde hace muchísimos años. No estoy muy de acuerdo con el borrador, porque establece plazos muy amplios para la aplicación, pero ya es un paso. Primero, porque el titular de mi cuerpo soy yo. Segundo, porque contra el sufrimiento inútil vale todo. Una persona con una enfermedad irreversible, sin alternativa, y que además quiere la eutanasia, nadie en este mundo puede decirle que no lo haga. Aquí hemos chocado, como tantas veces, con la iglesia, que sigue imponiendo su doctrina. Que se la impongan ellos, pero que a los demás nos dejen en paz. La eutanasia es una cuestión fundamental, y se puede regular. En Holanda y en Bélgica lo han hecho muy bien. No es tan difícil. La finalidad de la ética es la vida buena, no es que a uno le caigan las tablas de la ley, sino vivir lo mejor posible con los otros; desarrollar todas nuestras capacidades e ir juntándolas. Y la ética se proyecta o se prolonga en la política. Por lo que hay que recordar aquello de 'por sus frutos lo conoceréis'. La ética se examina en los hechos. Suelo repetir una frase a los amigos que se dicen de izquierdas y a mi modo de ver hacen una política de derechas: el que no vive como piensa acaba pensando como vive.

Aboga por una ética de los cuidados. En una sociedad cada vez más individualista y envejecida, razón de más para proporcionarlo.

-La salud es el primero de los grandes derechos, aparte del de la vida. Se apoya en el núcleo de la moral. Hay ultraliberales que dicen que no hay derecho a la salud. Para mí, está claro que hay que defenderlo. Kant decía que no hay derecho si no es coactivo, es decir que se pueda imponer. En otras palabras, que se apliquen los derechos humanos desde el punto de vista cívico y socioeconómico.

En una entrevista en este periódico en 2007, le preguntaron si en un cigoto hay un ser humano, y dijo que no se llegaba a formar hasta las ocho semanas. La ley permite el aborto libre hasta las 14. ¿Qué piensa de este plazo?

-Es mucho más fácil defender la eutanasia que defender el aborto. Aun así, yo estoy a favor, y de que sea libre, salvo en el momento que haya que ponerle una línea roja en el plazo. ¿Cuándo hay que poner el límite? Hay muchas diferencias en los países europeos. La media es 12 semanas.

Ser preciso en el plazo no es baladí.

-Claro, claro. Habría que acostumbrarse a pensar que la vida, en el sentido más amplio, es proceso. En Holanda y en Inglaterra deben ser como 18 semanas, que a mí me parece una barbaridad. Yo estaría en las 12 semanas, porque el paso del embrión al feto marca un momento clave, y va más allá de las 8 semanas. Creo que se puede alcanzar el plazo de 12, yo no pasaría de ahí, pero me remitiría siempre a un buen embriólogo, que no estuviera atontado por confesiones religiosas, y en el momento en que haya un sistema nervioso que pudiese tener dolor, es cuando habría que poner el límite.

Martín Zabalza, director de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de Navarra, afirma que el conjunto de la sociedad fue víctima de ETA, por un efecto contagio. ¿Esa violencia nos vició a todos?

-Antes que nada, me agrada con qué rapidez se están curando las heridas. Es la impresión que tengo. Ahora la cuestión es quién cuenta el relato de lo que ha ocurrido, porque el relato es muy complejo. De la misma manera que siempre he estado a favor de la autodeterminación, he estado en contra de la violencia de ETA. Por una parte esa violencia era expresión de un problema, pero por otra parte, era algo que no se puede justificar desde el punto de vista moral. Pero claro, muertes hubo también no solo las del GAL, y torturas. Y como decía hace días una persona muy conocida, si hay que hacer relato, hagámoslo desde el 36. Por otra parte, no es lo mismo la ETA que nació que la del final; hubo cambios considerables. Aun así, ha sido una pena. Se ha perdido tiempo y sobre todo se han perdido vidas.

Hace poco estuvo en Bilbao abogando por el fin de la dispersión.

-Pertenezco a Sare y tengo una muy buena relación con su alma mater, Joseba Azkarraga. Lo que estamos pidiendo parece mentira que no se haga, y es muy simple y de sentido común: cumplir la legislación. Hay que acabar ya con lo que está ocurriendo con las madres, los hermanos, los niños que tienen que desplazarse con unos problemas tremendos, y un gobierno que dice que tiene algo de izquierdas debería tener la sensibilidad suficiente para hacerlo.

Por cierto, ¿qué le parece ese nuevo Ejecutivo de coalición?

-Soy muy escéptico. El paso de llevar traje de pana a tocar moqueta y tener coche oficial es terrible, y va a una velocidad tremenda. Les deseo larga vida, eso que quede claro. Si aciertan, pues mejor, pero yo no juego en esa liga. No he votado, les deseo lo mejor, pero no espero nada.