s lo que tenemos: unos partidos políticos que llegado el momento de dar respuesta a la mayor crisis sanitaria, económica y social que han conocido varias generaciones, lo único que saben hacer es sacar el mugriento repertorio que ya usaron en sus programas electorales. Para reconstruir un país, que los asesores impriman lo de siempre, que saquen del ordenador aquello que se nos ocurrió en campaña, lo pongan en unas carpetas apañadas y lo pasen por registro. He atendido con ingenuo interés a los trabajos de la llamada Comisión para la Reconstrucción Social y Económica que prácticamente ha acabado sus labor esta semana en el Congreso. Queda el trámite de mandar al Pleno el texto de la ponencia, y dentro de quince días se dará por finiquitada la faena en una sesión en la que asistiremos al mismo espectáculo que últimamente. La idea de que fuera el Parlamento el encargado de decidir qué hay que hacer en los próximos años para sacar al país de la ciénaga en la que se ha metido parecía la adecuada, habida cuenta que se supone que es en tales escaños donde se concentra la máxima capacidad política vigente a través de la representación de los partidos. Además, por las cuatro mesas de trabajo de la Comisión han pasado un montón de expertos, voluntariosos todos, que han expuesto sus puntos de vista y la mayoría han proporcionado, para evitar tergiversaciones, un documento escrito. Más aún, hace semanas comenzaron a llegar al Congreso propuestas de asociaciones y particulares, y el presidente de la Comisión, Patxi López, se vió obligado a salir de su tradicional indolencia y aceptó que se publicaran en la web. Si dedicas un rato a mirar lo que la gente pide para la reconstrucción te das cuenta de que hay unas cuantas extravagancias y no pocas peticiones interesadas. Pero también hay ideas que ayudarían a salir del tremendo problema en el que estamos. Todo ese caudal de aportaciones no ha servido para nada, porque a lo que se han dedicado los diputados es a intentar marcar espacios y soltar ocurrencias. Similar a la ridiculez de poner estacas en las playas y establecer parcelas, cuando el virus no se transmite sobre la arena caliente. Es una verdadera basura lo que ha emanado de la enfáticamente llamada Comisión para la Reconstrucción Social y Económica, la misma zaborra con la que la política actual se despacha sin pudor ante el ciudadano, pero con el agravante de que en momentos históricos como estos nadie ha dedicado un minuto a mirar más allá de lo de siempre. Ni un minuto para calibrar la encrucijada en la que estamos, ni un minuto para pensar en algo alternativo a lo habitual, y ni un minuto para intentar entender las razones de quienes de buena fe han querido contar a los representantes puntos de vista diferentes a los habituales. Nos quedaremos con las fórmulas manidas que ya pudimos votar hace apenas unos meses. El Gobierno usará este escenario parlamentario para asentar aún más un modelo político que sería legítimo en época de normalidad, pero que resulta aberrante como proyecto de reconstrucción, cuando lo que se pedía no era el trilerismo habitual, sino algo extraordinario. Habría que guardar el número correspondiente del Boletín Oficial de las Cortes el día que publique el texto que finalmente se apruebe para ponerlo como ejemplo de lo máximo que fue capaz de ofrecer al país toda su clase dirigente en el peor momento de nuestra época reciente. Una sarta de lugares comunes, palabrería vacua, medidas pretendidamente complacientes y asnadas propias de quienes viven endogámicamente en un modo irreal. Tal vez la ventaja sea que quienes vayan a aprobar la porquería son conscientes de que no sirve para lo que se ha dicho que debería servir, reflotar toda una sociedad asolada por una crisis inmensa, y se abstendrán de hacer del papelito un referente futuro. Tendríamos que estar ante un cambio de época político, y no tanto porque se pudieran haber construído mayores consensos entre diferentes, sino porque se pedía a todos los representantes una mirada más alta, mayor creatividad política, permeabilidad a la realidad, y sobre todo la demostración de que perciben, aunque sea mínimamente, en qué lío estamos metidos. Lo que ofrecen como respuesta es la palmaria demostración de su mediocridad y de la paupérrima calidad política del país.

En la Comisión en el Congreso los diputados se han dedicado a intentar marcar espacios y soltar ocurrencias

Los representantes demuestran su mediocridad y la paupérrima calidad política del país