a tregua política ha llegado a su fin. A los gobiernos se les ha acabado el periodo de gracia de los primeros meses de la pandemia, en los que la urgencia sanitaria dio paso a un consenso parlamentario poco habitual. Y aunque es cierto que la dramática situación hace difícil justificar una oposición frontal como a la que ahora apuntan los partidos de la derecha, los gobernantes tampoco están en situación de exigir un apoyo incondicional. Hay argumentos para la crítica, sin que ello implique una traición al país ni una deslealtad con los ciudadanos.

La segunda ola ha demostrado mucha improvisación y falta de medios. A los problemas sanitarios se les suman además las consecuencias sociales y económicas asociadas que tampoco son fáciles de gestionar en un contexto de escasez económica. Y los ciudadanos, tan disciplinados en primavera, empiezan a mostrar síntomas de hastío después de seis meses de mascarillas y restricciones. Un escenario jugoso que la oposición va a intentar rentabilizar sin reparar en daños colaterales. La lucha por el poder siempre ha estado por encima de cualquier otra cosa.

La bronca permanente que se traen el Gobierno de España y la Comunidad de Madrid es un buen ejemplo de cómo la confrontación partidista puede abarcarlo todo. Incluso en un momento crítico como el actual, el juego táctico ha marcado la gestión de la pandemia. El Gobierno central ha querido que el PP asumiera en carne propia el desgaste de las decisiones que tanto le criticó en primera. Y el autonómico ha visto la oportunidad para trasladar a Sánchez la responsabilidad de sus consecuencias. Nadie quiere asumir responsabilidades porque no hay incentivos electorales para ello. Es tan simple como eso.

Pero no sería justo tampoco repartir culpas por igual, porque no todos se han comportado de la misma forma. Entre remangarse y gobernar Madrid, o hacer oposición a Pedro Sánchez, el PP ha optado por lo fácil: hacer de la pandemia una arma de confrontación política. Poco importa que su oposición de tierra quemada reste efectividad a las medidas -a ver quién cumple unas restricciones que tu gobierno autonómico considera innecesarias-. O que la imagen de desgobierno dañe la reputación exterior de una ciudad que hoy está en el foco de toda la prensa internacional.

Entre tanto en Navarra UPN ha optado por romper con el Gobierno y hacer una oposición frontal. En su empeño por culpar al Ejecutivo de las consecuencias de la pandemia en la comunidad, sus representantes no han dudado en convertir a Navarra en el peor territorio del Estado en cuanto a coronavirus. "Navarra ya es la peor comunidad en contagios", pero el ministro de Sanidad no dice nada de esta "nefasta" gestión porque aquí gobierna el PSOE, argumenta el diputado Sergio Sayas.

El discurso le viene muy bien al PP, porque refuerza su tesis principal, la de que las restricciones aprobada en la capital son solo una venganza contra Ayuso y no una urgencia sanitaria. ¡Mira Navarra! gritan en Madrid mientras maquillan sus cifras. Poco importa que allí reporten los datos con semanas de retraso, que aquí se hagan más pruebas o que el contexto demográfico, de movilidad o de atención sanitaria poco tengan que ver. Tampoco el coste que todo ello pueda tener a medio plazo para una región que tiene en su modelo sanitario un sector estratégico para el futuro.

Lleva razón Javier Esparza cuando dice que su partido tiene derecho a la crítica y a la oposición, porque los datos no son buenos. El problema es que en vez de enfatizar su voluntad de acuerdo, ha optado por el camino contrario. Y llamar "macarra" al portavoz del partido que te ha facilitado la gobernabilidad durante 20 años no parece la mejor forma de tender puentes. Al fin y al cabo, si tu cuenta corporativa de tuiter ya no se distingue de cualquier troll anónimo de los que circulan por las redes sociales, es que definitivamente has perdido el control de tu mensaje. Y eso nunca es una buena señal.

Paradójicamente, cuanto más excepcional sea la situación, menos margen queda para la crítica política. De poco sirve simplificar el problema y pedir la dimisión del equipo de Salud que lleva seis meses sin descanso en primera línea del frente. El criterio de una bata blanca siempre pesará más que el glosario de palabras huecas en el que a veces se convierte la política.

El criterio de una bata blanca siempre pesará más que el glosario de palabras huecas en el que está derivando la política