avarra tendrá presupuestos el próximo año. Serán los sextos consecutivos, prueba evidente de una estabilidad política poco habitual desde la caída de la hegemonía bipartidista que propició la dura crisis económica de la pasada década. Gobernar hoy en día es sinónimo de negociar, de ceder y de pactar, y en Navarra las izquierdas han encontrado un punto de encuentro suficientemente amplio y sólido como para mantener una mayoría parlamentaria incluso en las duras circunstancias que ha impuesto la pandemia.

El acuerdo presentado ayer por el Gobierno de Navarra y EH Bildu no es sino la consolidación de un proceso paulatino de acercamiento entre sectores que se habían dado la espalda durante muchos años. Con duros reproches además, todavía recientes en una memoria marcada por la violencia de ETA y la cohabitación institucional del socialismo navarro con la derecha foralista.

Es de alguna forma lo que ha venido a representar el artista callejero LKN con su imagen, ya icónica, de esta semana frente al Parlamento. Dos mujeres, María Chivite y Bakartxo Ruiz, abrazadas en un colorido beso que va más allá del acuerdo presupuestario, y que se convierte en símbolo de la reconciliación de dos izquierdas, la izquierda abertzale y la izquierda española, que se abren a un horizonte de colaboración que puede alejar a la derecha del poder durante muchos años.

El eje identitario ha dado paso a un eje social en Navarra. Lo ha asumido con claridad EH Bildu, que en su acuerdo presupuestario ha vuelto a poner el énfasis en elementos como la atención sanitaria, los servicios públicos o la financiación municipal. Desde un pragmatismo que le ha llevado a renunciar a grandes modificaciones en el ámbito tributario para el que no hay hoy una mayoría parlamentaria, pero con el compromiso de avanzar en ello cuando la situación lo permita.

Hay voluntad de acuerdo en la izquierda abertzale. De participar en las instituciones como un actor más, tanto en Navarra como en Madrid, en busca de una credibilidad institucional como partido de gobierno lastrada por varias décadas de retórica rupturista y revolucionaria. Si no se puede segar, se espiga. Las apuestas de largo plazo requieren paciencia y perseverancia.

En ese camino EH Bildu se ha encontrado a un Partido Socialista muy receptivo. El precio del acuerdo es más que asumible para un PSN que no ve condicionadas sus prioridades políticas ni su estrategia de fondo, y que logra su principal objetivo como partido: reforzar su liderazgo al frente del Gobierno foral. Pero que ha mostrado algunas dudas para asumir públicamente una alianza que ha querido envolver en las apelaciones a la unidad. La presión de la derecha, y de sus poderes fácticos, pesa todavía en una parte importante del socialismo navarro, que sin embargo cada vez tiene más asumido que la suma aritmética que aprobará los presupuestos es la única viable porque, hoy por hoy, es la única que le garantiza el Gobierno de Navarra.

Se consolida así el ciclo político iniciado con el cambio de Gobierno de 2015. Con Geroa Bai y Podemos como agentes transversales e imprescindibles para sostener una mayoría alternativa a la derecha que difícilmente hubiera tenido recorrido sin su presencia en el Gobierno, y que han sabido ceder protagonismo a costa de reforzar un bloque progresista al que todavía le falta mucha cohesión.

Porque esta no es una alianza definitiva. El punto de interés común en el que han coincidido esta vez quizá no sea tan nítido más adelante si los socialistas barruntan un desgaste electoral, si hay un cambio de estrategia en Ferraz o si la izquierda abertzale reclama la cuota de protagonismo institucional que le corresponde por representación parlamentaria o municipal.

La política lingüística o el debate territorial siguen siendo además dos escollos importantes a los que no se les ha dado solución, y que pueden ser foco de tensión si no se afrontan de manera empática. Sobre todo lo referente al euskera, asunto que los socios de Gobierno deberán abordar antes o después si no quieren verse enredados en un agrio debate en el tramo final de su mandato.

La firma de ayer supone en cualquier caso la caída de un muro histórico que ya no será fácil de reconstruir. Habrá acuerdos y desacuerdos en el futuro, pero los vetos entre partidos de izquierdas ya no volverán. Y eso cambia mucho el campo de juego. Algo de lo que es muy consciente la derecha navarra, a quien de nada le han servido los continuos cantos de sirena con los que ha intentado amilanar a la dirección socialista. Su soledad política es hoy más evidente que nunca, y las perspectivas de recuperar el poder más lejanas todavía. Su respuesta será furibunda en las próximas semanas.

Es la conclusión principal que deja el pacto presupuestario entre el Gobierno de coalición tripartito y el que hoy es su principal aliado parlamentario. Un acuerdo que no solo garantiza la aprobación de las cuentas públicas de 2021, también encarrila el resto de la legislatura. Y que sobre todo sienta las bases de una alianza que, gestionada con acierto, dibuja un horizonte de colaboración institucional de largo plazo.

La soledad de la derecha es hoy más evidente que nunca, y sus expectativas para recuperar el poder, más lejanas todavía

El acercamiento PSN-Bildu consolida el ciclo iniciado en 2015, con Geroa Bai y Podemos como actores transversales y necesarios