PN iniciará este verano “un proceso interno de reflexión conjunta y de análisis de la situación actual” para decidir la fórmula en la que el partido se presentará a las próximas elecciones. Hay dudas evidentes en la formación regionalista, que ve amortizada la coalición con PP y Ciudadanos apenas dos años después de su creación. Con el partido de Inés Arrimadas de capa caída y al borde de la desaparición, y el PP nuevamente como referencia única del centro derecha, la reflexión parece lógica y necesaria.

No es un debate menor. Han pasado dos años de las últimas elecciones autonómicas, y Esparza pone ya en marcha la maquinaria electoral. Síntoma de fortaleza del Gobierno de María Chivite, que pese a la pandemia ha mostrado solvencia y estabilidad, y previsiblemente completará la legislatura sin mayores dificultades. La mayoría que sostiene al Ejecutivo autonómico tiene diferencias importantes -la baremación del euskera en la zona no vascófona ha generado las primeras tensiones internas importantes-, pero muestra un interés claro de continuidad.

Así está quedando de manifiesto en el ciclo de entrevistas que con motivo del ecuador de la legislatura está realizando este periódico a los principales portavoces políticos. Hay rivalidad y competencia, también algunos reproches. Pero resalta sobre todo la voluntad de acuerdo. De una forma u otra, todas las fuerzas progresistas asumen que esta mayoría puede ser estructural y de largo recorrido. También, y sobre todo, el PSN, cómodo en el liderazgo del Gobierno foral, y avalado por la dirección de Ferraz, que tras las primarias andaluzas reafirma su apuesta por la mayoría de la investidura que llevó a Pedro Sánchez a La Moncloa. Esta vez tampoco habrá cambio de guión desde Madrid.

El dilema de UPN Es la realidad que le toca gestionar a Javier Esparza, que desde que asumió el mando de UPN en 2015 ha emprendido una carrera desesperada por recuperar el poder en la que hace tiempo que perdió el control. En los últimos seis años la formación regionalista ha elevado el tono, ha crispado el debate y ha buscado alianzas en la derecha. El resultado ha sido mayor soledad política y menor influencia institucional, y las perspectivas, al menos a corto plazo, no son precisamente optimistas.

Las últimas semanas han sido especialmente significativas en ese sentido. Por algún motivo, UPN ha considerado que la mejor forma de recuperar el Gobierno de Navarra pasa por promover una asociación que recupere la memoria franquista y por manifestarse en Madrid en contra el Gobierno del PSOE de la mano de la ultraderecha. Decisiones que quizá le sirvan para consolidar su espacio y evitar la irrupción de Vox en Navarra, pero que dificultan sobre manera su capacidad de tender puentes con el resto del arco parlamentario. Y que dejan la mayoría absoluta como única vía para recuperar el poder. Algo que a día de hoy resulta inviable en Navarra, y que puede pone en peligro algunas alcaldías en la próxima legislatura, incluida la de Pamplona.

En realidad, la experiencia de Navarra Suma ha tenido más coste que beneficio para UPN. Fue una apuesta coyuntural en un momento de convulsión política que le permitió aglutinar todo el voto conservador en medio de la fragmentación del centro derecha. La coalición ha ayudado a disimular algunos defectos, pero ha acabado desdibujando a UPN en medio de los casos de corrupción del PP y del centralismo de Ciudadanos. Dos partidos sin implantación en Navarra y sobredimensionados en las instituciones.

Por más que Esparza alegue que están muy cómodos en Navarra Suma, la alianza entra en su cuenta atrás, víctima del reequilibrio de fuerzas que se empieza a dar en toda la derecha española. Y si la ruptura no se ha ha formalizado ya, es porque las próximas elecciones quedan todavía demasiado lejos.

Los regionalistas deben decidir ahora si, con Ciudadanos fuera de la ecuación, mantienen la alianza con el PP como referencia nacional, o apuestan definitivamente por un espacio propio que compita de forma autónoma también en unas elecciones generales. Algo que hasta ahora UPN nunca se ha atrevido a hacer, y que también entraña sus riesgos.

En cualquier caso, se equivocará UPN si limita su reflexión interna al futuro de Navarra Suma. A fin de cuentas, la pérdida de influencia política va más allá de la recuperación de sus siglas históricas como marca electoral. Afecta a su propia estrategia como partido, a su capacidad de buscar acuerdos y, sobre todo, a su disposición a colaborar con el Gobierno foral desde un rol secundario.

Así que la reflexión interna que abre Javier Esparza puede ser una buena oportunidad también para revisar algunas inercias y adaptar el ideario, en el fondo y en las formas, a la nueva realidad social y política a la que ha evolucionado Navarra en los últimos años. Una sociedad mucho más abierta, plural y territorialmente diversa que la Navarra monocromática en la que todavía cree UPN. Con dos años por delante hasta las próximas elecciones, y con una ciudadanía cansada de tanta disputa política en medio de una pandemia, Esparza tiene la oportunidad de modernizar UPN. Sería una buena noticia para Navarra.

En las últimas semanas UPN ha impulsado una asociación para la memoria franquista y se ha manifestado con la ultraderecha en Madrid

El proceso interno abierto por Esparza puede ser una oportunidad para adaptar el partido a la nueva realidad