levamos no menos de veinticinco años preguntándonos qué pasará en Navarra el día que se marche Volkswagen. Ese momento ya ha llegado. La Comisión Europea prepara un reglamento que impedirá que a partir de 2035 se vendan vehículos de combustión, lo que inexorablemente va a implicar un rápido proceso de reconversión industrial hacia el coche eléctrico. Pero incluso sin la obligación legal, la marca alemana ya ha decidido hacer su particular transición lo antes posible. Debe redimirse del escándalo del dieselgate, uno de los mayores fraudes cometidos contra millones de consumidores y la salubridad del medio ambiente de todos los países occidentales. Instalaron un software en sus vehículos TDI para que limitaran temporalmente la combustión cuando tuvieran que pasar las pruebas de emisiones, falseado el nivel de óxidos de nitrógeno permitido por normativas internacionales. Con un sencillo truco de programación se ahorraban la millonaria inversión necesaria para ajustar parámetros mediante la mejora del diseño y los componentes de los motores. Inmunes al escándalo, la Comisión Europea acaba de imponer una multa de 875 millones a BMW y al grupo Volkswagen por establecer un pacto para retrasar el desarrollo y despliegue de tecnologías de reducción de emisiones. Daimler (Mercedes-Benz) también participó del acuerdo, pero se salvará de la multa porque delató el cártel alemán para frenar el desarrollo de coches menos contaminantes. La misma Volkswagen que ha actuado de manera tan abusiva y prepotente, que no solo no ha saldado su deuda con la sociedad sino que se comprueba que es reincidente en el fraude, es la que ahora le está diciendo al gobierno español que traerá la producción de sus coches eléctricos a Landaben o Martorell siempre y cuando reciba ayudas por valor de unos 5.000 millones de euros de esos mismos contribuyentes a los que ha engañado. Bien saben que han de situar sus pretensiones en el espacio político porque comprueban la debilidad de los gobernantes, ignorantes de tantas cosas y necesitados de ofrecer al populacho noticias económicas que parezcan esperanzadoras, a costa de lo que sea. El infractor volverá a sacar ventaja. Y con él, unos cuantos espabilados.

Andan estos días los sindicatos UGT y CC.OO., siempre heroicos, elevando el tiro y pidiendo una gran mesa de trabajo para que no se desborde la denuncia sobre lo que está cociéndose sobre el futuro de la planta de Landaben. Se quejan bajito de la inacción del Gobierno de Navarra, pero tampoco se espera que hagan público reproche alguno hacia quienes son sangre de su sangre. Visitaban Navarra hace pocos días dos personajes tan siniestros como ambiciosos, Redondo y Zapatero, sin que se sepa a ciencia cierta a qué venían, no sólo a recibir el agasajo de grandes prohombres que esta tierra ha dado, tales que Cerdán o Goñi, valga la redundancia. Todo el escenario es prodrómico. El coche eléctrico que Volkswagen fabricará en España una vez agarre el dinero público se montará en Martorell, política manda, y en Landaben, con suerte, se podrán ensamblar las baterías. Ni siquiera compactar las celdas, sólo terminar las pilas y meterlas en el palé. Seguramente pronto nos querrán vender que esta es una actividad de alto valor añadido, crucial para el futuro de la movilidad eléctrica. Será una mentira más. Las baterías son un componente esencial para estos vehículos, sí, pero industrialmente no generan ni la décima parte del impacto que supone la fabricación de los coches. Las marcas que se están electrificando las adquieren a distintos proveedores, y un mismo proveedor (como las coreanas LG Chem o SK Innovation, o la china CATL) pueden suministrar a distintas marcas. Además, el proceso de fabricación de las pilas se puede robotizar casi por completo. En definitiva, que estamos hablando de un mero componente que será abundante y se elegirá por precio, el perfecto commodity. Nada que permita mantener la pujanza actual de la planta de Volkswagen.

En efecto, ha llegado el momento. Se acabó lo de Landaben sin que haya llegado un proyecto innovador de regeneración industrial que tanto sabíamos que necesitábamos. Ante la pasmosa pasividad de tantos, simbolizados a la perfección por la insustancial María Chivite, Navarra va camino de parecerse a la Asturias que un día tuvo que clausurar la siderurgia. Una tierra maravillosa, poblada por clases pasivas que quieren creer que lo que ha pasado ha sido inevitable, a pesar de que tuvieron la posibilidad de cambiar su destino. Si lo que nos espera es tener como toda joya industrial una fabriquita de baterías baratas, habrá acabado toda un era.

Llevamos no menos de veinticinco años preguntándonos qué pasará en Navarra el día que se marche Volkswagen