Jesús Cintora (Ágreda, 1977) está en plena promoción de su libro, No quieren que lo sepas, editado por Espasa. Este lunes a las 19 horas lo presentará en la Casa del Libro de Bilbao, y 24 horas después pasará por la librería Elkar de la calle Comedias en Pamplona para compartir un rato de charla con el público asistente. “A mí me han intentado poner sambenitos políticos para desprestigiarme y denostarme, porque te intentan arrinconar y hacerte desaparecer de la primera línea”, lamenta. Cintora constata la presión que supone hablar de gente poderosa con capacidad de influencia con solo descolgar un teléfono. Asimismo critica la dinámica de la “política del despiste” y el periodismo declarativo de “acaparar la atención mediática” a base de declaraciones que a veces son “una parida”.

Felipe González dijo hace 12 años que las luchas de poder son como un iceberg, con cuatro quintas partes invisibles. Su libro va de eso.

-Hay espacios con opacidad, no se nos cuenta quién tiene la sartén por el mango. El libro tiene la decisión de hacerlo, y se adentra en todo aquello que debiera mejorar en el Estado: politización de la justicia, puertas giratorias, por qué se incrementan los costes de la vida para el ciudadano medio, y al mismo tiempo grandes empresas estratégicas están alcanzando beneficios récord, lo mismo que la banca, o por qué tenemos un clientelismo que hace mucha gente preparada tenga problemas para trabajar, o una polarización en la sociedad que nos lleva a veces a enfrentamientos estériles... Por ahí va el libro.

No quieren que lo sepas, se titula. Pero cuando sale a flote información, y no hacemos lo suficiente, es aún más tremendo.

-Vivimos en un país donde puede haber un presidente de una importante empresa energética que tiene más poder que algunos altos cargos políticos. Creo que algo falla cuando los oligopolios están creciendo. En las eléctricas, con las privatizaciones, se nos dijo que iba a haber precios más baratos. No ha ocurrido. El mundo de las gasolineras lo controlan muy pocas grandes empresas. En la banca también está habiendo una concentración tras un rescate de decenas de miles de millones que todavía estamos pagando. Hay una serie de gente que parece intocable al mismo tiempo que el ciudadano cada vez sufre un mayor incremento del coste de la vida. Por no hablar de la precariedad para los jóvenes, que es una bomba de relojería. Chavales con dos carreras, con dos idiomas o tres que se tienen que ir fuera, mientras otros son colocados en el consejo de administración de una empresa importante por haber estado en la política.

A veces un escándalo neutraliza el impacto de otro previo.

-Hay un problema estructural. Tenemos un sistema judicial muy politizado, y un reparto de altos cargos judiciales. Se vio recientemente en el Tribunal Constitucional, donde participaron el PSOE, Podemos y el Partido Popular, y pusieron un tipo de la talla de Enrique Arnaldo, que habló con Ignacio González de controlar la justicia por detrás. La justicia, lo dicen expertos juristas, es lenta, y no ha habido voluntad política de que sea más ágil. Se acumulan causas que prescriben, algunas porque interesa. En este país, en materia de corrupción, no se ha llegado a determinados niveles. En el caso del rey emérito, por ejemplo. En los ERE de Andalucía o la Gürtel, hay que analizar hasta qué puerta realmente se ha llegado. O el caso de Pujol, que no ha pisado tampoco la cárcel.

En el descontento existente un tipo de voto que podía ir a la izquierda termina en la extrema derecha.

-De entrada las etiquetas me parecen peligrosas. No vale con que uno diga yo soy muy progresista, luego hay que demostrarlo cuando uno legisla. Y creo que hay que tener mucha empatía con los problemas de la gente, por el coste de la vida y de recorte del estado del bienestar y deterioro de muchos servicios. Alguien se tendrá que hacer responsable. Con decir muchas veces ‘extrema derecha’ uno no resuelve la papeleta. Lo que hay que hacer es legislar. Yo tengo clarísimo que Vox es extrema derecha, entre otras cosas porque hay un discurso regresivo en materias de avances sociales como los conseguidos por parte de las mujeres o el colectivo LGTBI. No se puede cuestionar a estas alturas de la vida las leyes de violencia de género, las libertades de este colectivo, o avances como las leyes del aborto, que han costado muchos años conseguirlos, y que ojo, se pueden perder muy rápido. Pero a la extrema derecha no se la combate únicamente con decir que lo es. Hay que empatizar con los problemas del ciudadano, porque si no, esa extrema derecha tiene un caldo de cultivo en esos problemas que está habiendo.

Le pido un diagnóstico sobre el nuevo estallido del asunto Pegasus.

-Toda guerra sucia debe aclararse hasta las últimas consecuencias. En el libro ya hablo de escuchas y espionajes, y de cómo se ha quitado a inspectores de policía o de Hacienda porque estaban investigando determinados casos. Prácticas corruptas dentro del Estado. No puede ser, una democracia no puede permitirse ese tipo de guerras sucias.

¿Prevé voluntad para ir hasta las últimas consecuencias?

-Debiera haberla, aunque no sería la primera vez que quedase en la opacidad. Vivimos en un país donde Villarejo no deja de ser un síntoma. Era alguien a quien utilizaban. ¿Quiénes? Gente con poder político y económico para que hiciera el trabajo sucio. Él se corrompía, pero había otros que también estaban corrompidos. ¿A que no se va a llegar al fondo de ese asunto? La punta del iceberg es Villarejo, pero ¿quién había detrás de él?

Habla de un déficit de previsión ante, por ejemplo, la pandemia.

-De este tema me interesan todos esos buitres que se aprovecharon de la situación para pegar un palo y cobrar comisiones astronómicas que se tienen que investigar. Ojo al tema de las residencias. En el libro hablo de ello. Empresas como la de Florentino Pérez y la iglesia tienen unas inversiones en este mundo muy jugosas. Los poderes públicos no pueden retroceder ahí, sino que deberían estar más presentes y garantizar los cuidados de nuestros ancianos. Y tenemos una sanidad pública donde ha habido recortes y sigue habiendo un deterioro de la atención primaria, un pilar básico para cualquier sociedad, al mismo tiempo que está beneficiándose la privada. Gente que se lo está llevando crudo en la sanidad privada y en las residencias. ¿Quién está detrás de estos negocios? Otra vez más los mismos, entidades financieras, constructoras... Solo hay que rascar. Eso es lo que hace el libro.

Denuncia el silencio que hubo durante décadas ante el comportamiento del anterior jefe del Estado.

-No me interesa tanto que el rey emérito, pueda pedir disculpas o dar una explicación como el hecho de que ha quedado impune. Me interesan los hechos, no las palabras.

El sistema aupaba esa impunidad.

-Que en 2022 tengamos un país donde haya alguien que sea inviolable y que puede entrar en una joyería, llevárselo todo, y no pasaría nada, eso no puede ser. Es una vergüenza. ¿Con qué cara dices luego al ciudadano medio que se comporte si el jefe del Estado es inviolable, puede hacer lo que quiera y va a quedar impune? Es un auténtico sinsentido. Con este tipo la Justicia, la Agencia Tributaria e incluso los medios de comunicación miraron hacia otro lado o pasaron de puntillas con lo que estaba haciendo durante muchos años. ¿Por qué no se contaba? En unos casos por miedo y en otros también porque se sacaba algo de beneficio. Llevarse bien con el rey campechano cotizaba. Esa es la cruda realidad. Ha habido periodistas que por contar estas cosas han sido castigados, y otros que miraban hacia otro lado han sido premiados.

¿Corremos el riesgo de reproducir un patrón similar ante Felipe VI? La monarquía se nutre de silencio, opacidad y propaganda.

-Mucha gente se ha dado cuenta de la corrupción que ha habido durante años y que ha quedado impune. El principal ataque a la monarquía se lo han infligido ellos, como si fuera el tiro que se dio en el pie Froilán. No basta únicamente algo tan arcaico como mandar a Juan Carlos de Borbón fuera de España. Eso es como vivir en otro tiempo y no resuelve los problemas. Ya de por sí el hecho de que una persona por nacer en una familia vaya a ser jefe de un estado es una cosa absolutamente ilógica.