vitoria - “Empecé por un brazo, pero le corté la cabeza para no pensar que era una persona, que era otra cosa lo que estaba cortando”. En su primera declaración ante el tribunal que lo juzga por asesinar y descuartizar a una mujer en junio de 2016, José Manuel no se reservó ni un solo detalle del crimen. Respondió a todas las preguntas que le planteó la fiscal y únicamente incurrió en contradicciones cuando le preguntaron si, a lo largo de los días que siguieron al asesinato, comentó lo que había hecho entre sus amistades. Acabó reconociendo que sí, que le había dicho a sus amigos en distintas ocasiones que había matado a una mujer y que la había tirado, despedazada, al río. “Aquello se convirtió en una broma macabra”.

Los detalles más atroces del asesinato y del posterior despiezamiento del cuerpo, así como los pormenores de los tres viajes realizados a pie hasta el Zadorra para deshacerse de los restos mortales, fluyeron a lo largo su testimonio con cierto aire de naturalidad, o quizá de resignación, formando parte de un discurso monocorde y a menudo balbuceado. Repasó lo sucedido cronológicamente y estableció el origen del enfrentamiento con la mujer asesinada, su amiga Marga, en una discusión por un electrodoméstico. “Le había prestado un microondas y ella pensó que se lo había regalado, pero no era así”, expuso.

Aunque la cuestión del microondas parecía haber quedado zanjada, el 15 de junio de 2016, cuando José Manuel regresó a casa después de dejar a su novia Asun en el metro camino de Lakua y se encontró con Marga, a la que le había prestado las llaves para que le esperara en el domicilio, la discusión recobró vida mientras ambos se tomaban una cerveza. “Tenía la habilidad de sacarle a uno de quicio, por eso tiene mucho enemigo por ahí. Me sacó de quicio y por eso ocurrió todo”, explicó a la fiscal, ante la mirada de los miembros del jurado popular.

A lo largo de su declaración, el acusado presentó el escenario con minuciosidad. Indicó que había conocido a Marga unos 10 meses antes del día de autos, a través de un amigo común. Ella le contó que trabajaba “de ATS o de enfermera” y que “tenía muchos problemas con una pareja suya”. Se pasaba con cierta asiduidad por el domicilio de José Manuel, situado en el segundo piso del número 14 de la calle Nueva Dentro, como hacían otros muchos amigos. “Mi casa era como el gaztetxe, con gente entrando y saliendo”, declaró para describir el ambiente que reinaba en la vivienda, propiedad de su madre, que empezó a utilizar cuando quedó vacía.

Ambos se encontraban en el salón, de pie, cuando salió a relucir de nuevo la discusión por el microondas. Según repasó José Manuel, aquel día había bebido una decena de cervezas “de alta graduación” que había comprado en el supermercado, se había fumado entre 12 y 15 porros, e ingerido dos tranquimazines -sin receta- con alcohol “para colocarme”. Por la mañana había tomado las pastillas de Trazodona y Citalopram prescritas por el especialista del centro de rehabilitación al que acudía para combatir el trastorno de personalidad que le provocaban sus adicciones.

Ocurrió de repente. José Manuel, cogió una maza de la mesa del salón y le asestó un primer golpe en la cara. Le acertó justo sobre la nariz. Lanzó un segundo golpe, pero Marga lo frenó colocando el brazo a modo de escudo. “No era consiente de que tenía la maza en la mano, pensaba que le estaba golpeando a puñetazos”, aseguró poco antes de que las partes y el jurado observaran físicamente la maceta empleada en el asesinato.

El relato de los hechos fue surrealista. Después de los dos golpes, José Manuel acompañó a Marga al baño, donde se limpió la sangre que le brotaba de la nariz “y se dio una ducha”. Él no soltó la maza en ningún momento. Ella le dijo que no pasaba nada, que estuviera tranquilo porque “iba a decir que se había caído por un barranco” para explicar las heridas. “No le di bien, bien. No sangraba mucho”, señaló. Al salir del servicio, el acusado la acompañó a la habitación que ocupaba su madre antes de salir del piso, “que es donde se quedaba a dormir cuando tenía problemas con su pareja”. Un cuarto al que se accedía desde el salón.

Al sentarse en la cama, la mujer cambió de opinión. Estaba aturdida. José Manuel explicó que le amenazó con denunciarle. “Me dijo que no iba a volver a ver a mi perro ni a mi novia. Me puse violento otra vez”. Empuñando la misma maza, se acercó a la mujer, que yacía tendida en la cama y la emprendió a golpes. Esta vez de forma descontrolada. “Le dije que no iba a volver a andar”, afirmó mientras reconstruía mentalmente la escena. “Empecé golpeándole en las piernas, fui subiendo por el tórax y llegué hasta la cabeza. No le di en la frente, sino más arriba. No recuerdo cuántos golpes. Cuando le golpeé en lo alto del cráneo echó espuma por la boca. Ahí me di cuenta de que estaba muerta. Creo que aquél fue el golpe definitivo”, rememoró. Calculó que la estuvo golpeando “unos 10 minutos, cosa así”. Trató de atarle los pies con una guía de fontanero, pero no pudo. Luego llegó el arrepentimiento.

“Fui a mi habitación y pensé “¿Qué he hecho? ¿qué he hecho? La que he liado”. Me quedé un rato traspuesto y luego estuve dos días dándole vueltas”, relató. Pensó en su madre, muy mayor, y en lo que sufrió cuando su hermano ingresó en prisión. Trató de hacer vida normal, aparentar tranquilidad hasta que decidió, en palabras de la fiscal, “ganarle la partida a la Policía”. “Tenía que deshacerme del cuerpo, no podía hacer otra cosa”.

Al carecer de carné de conducir, concluyó que tenía que descuartizarlo y transportarlo a pie hasta el Zadorra, usando para ello una maleta y varias bolsas. La cabeza la metió en una mochila verde que la Ertzaintza descubriría, más tarde, en la casa. “Usé una sierra de metal, pero no cortaba bien. Luego cogí un serrucho de carpintero. Intentaba no mirar más que la zona que estaba cortando”, narró. Empezó por un brazo, pero acabó seccionando la cabeza en primer lugar para tratar de restarle realidad a sus actos. El cuerpo se movía, de modo que empleó dos listones de madera para sujetarlo. “Me daba mucho repelús”, confesó.

Cubrió tres trayectos caminando hasta el Zadorra. En el primer viaje llegó hasta el puente peatonal y dobló a la derecha, hacia Gamarra. En el segundo giró a la izquierda, hacia Abetxuko. En el último se deshizo de las piernas y de la maleta en un punto aún más cercano a Gamarra. Se cruzó en una ocasión con un vecino y le dijo que estaba llevando unas cosas a casa de su sobrina.

Recordó que durante aquellos días, el volumen de visitas al domicilio se redujo, pero que dos amigos suyos fueron a ver un partido de la Eurocopa, el España-Turquía. Cerró la habitación que aún guardaba varias bolsas y roció la zona con ambientador para enmascarar el olor. Pese a todo, uno de los visitantes abrió la puerta y grabó el interior con su teléfono móvil. José Manuel vio el vídeo en comisaría, ya detenido.

Bromeó con que había matado a una mujer y que había tirado sus restos al río. “Nadie me creyó”. Cuando le preguntó a su novia si le dejaría en el caso de que lo que había contado fuese verdad, ella cambió el gesto y se fue. “No tardó ni cinco minutos en llamar a la Ertzaintza”, declaró. Ya en la cárcel, un año después, trató de suicidarse cortándose el cuello con una radial. Lo hizo, según la defensa, al no poder pedir perdón a Marga, preso de los remordimientos.

Microondas. Víctima y agresor, que mantenían una relación de amistad, discutieron por un microondas. Él se lo había prestado y ella pensó que se lo había regalado.

Maza. Aunque habían hecho “las paces” por lo del microondas, ella volvió a hablar del tema. Él aseguró que le sacó de quicio y que cogió una maza que había sobre la mesa del salón. Le golpeó en la cara mientras estaban ambos de pie y la fuerza del movimiento hizo que quedara sentada en el sofá. Trató de asestarle un segundo golpe, pero ella lo frenó con el brazo.

Guía de fontanero. Sorprendentemente, ella pidió ir al baño. Él la acompañó y esperó fuera. Al salir, fue a una de las habitaciones y amenazó con denunciar lo ocurrido. Él la volvió a golpear, esta vez de forma descontrolada, en piernas, tórax y cabeza. No recordaba cuántos golpes descargó, pero sí que empleó una guía de fontanero para tratar, en vano, de atarle los pies.

Serrucho. Después de dos días pensando en cómo evitar ingresar en prisión por el asesinato, decidió descuartizar el cuerpo y hacerlo desaparecer en el río Zadorra. Comenzó usando una sierra de metal, pero acabó empleando un serrucho de carpintero.

Maleta. Al no tener carné de conducir, guardó las partes seccionadas y las fue transportando a pie hasta el cauce del río. Utilizó una maleta y diversas bolsas. Tardó dos días en deshacerse por completo de los restos.Pastillas. Refirió que aquel día había consumido unas 10 cervezas, alrededor de 15 porros y dos pastillas de tranquimazin.

Teléfono. El día de su detención recibió una llamada de la Ertzain-tza. Le informaron de que habían entrado a robar en su piso. Habló con un amigo y le pidió que se acercara a ver cuántas patrullas había en el lugar. Cuando le informaron de que la zona estaba llena de agentes, fue hasta el domicilio y relató lo que había hecho.

Rotaflex. Un año después de cometer el crimen y encontrándose en prisión, trató de suicidarse cortándose el cuello con una rotaflex. Lo hizo, según la defensa, al no poder pedir perdón a su víctima.

El acusado no evitó ninguna de las preguntas de la Fiscalía y ofreció todo tipo de detalles cuando se le solicitaron.

10

A preguntas del ministerio público, el acusado calculó que golpeó a la mujer con una maza durante 10 minutos hasta provocarle la muerte.