Es imposible acercarse a Tolosa un domingo de Carnaval y aburrirse y, si se consigue, es porque se pone en ello un empeño sobrehumano. No hay barreras que sirvan de freno a la diversión. La edad no importa. En el currículum de cada participante solo se valora un mérito: querer pasarlo bien y conseguirlo.

Si a las ganas de divertirse se le suma el ingenio, ya no hay opción para el fracaso. Y ayer en Tolosa, había ingenio para exportar. Los doce apóstoles se despidieron de Jesús regando la última cena con sangría. Ante la gran demanda cosechada se revendían por las esquinas entradas para el concierto de “Verri Charrack” a 200 “uros” y los pensionistas volvían a hacerse oír al grito de “si quieres canguros, vete a Australia”.

Con el humor como ingrediente principal y la actualidad como guión, todo vale en Tolosa. Más de 43 años después de su muerte, el dictador Francisco Franco, y más concretamente la exhumación de sus restos, fue protagonista de la fiesta. En el ataúd o con un equipo que analizaba si los restos tenían que depositarse en el contenedor de “rechazo o en el de orgánico”, los huesos de Franco se dieron un buen paseo.

Tampoco faltaron a la cita unas cuantas cuadrillas de chalecos amarillos, ni alusiones a este verano en invierno en el que nos hallamos inmersos. Familias, con sus miembros bien entrados en carnes, acamparon en la plaza del Triángulo como domingueros playeros.

Entre risas llegaba el homenaje al restaurante de Izaskun, regentado por la familia Amondarain-Lizarribar, que cerró sus puertas en diciembre. Plañideras y sus más que famosas croquetas compartieron coreografía ante a la atenta mirada de cuadrillas disfrazadas de diablos, de médicos, de porciones de tartas, de moteros, de botas de vino o de tiroleses.

Tim Burton y sus películas tomaron cuerpo en Tolosa hasta donde también llegaron los piratas del Oria, un desembarco fluvial con mucho ritmo. Incluso hubo espacio para la reivindicación, siempre ocurrente, con tintes autóctonos. Justo frente al restaurante Frontón de Tolosa, todavía cerrado, dos corredores recogían apuestas sobre cuál sería la fecha de su reapertura, en una estampa que recordaba cualquier final Manomanista. Queda por saber qué fecha será la ganadora.

Porque en Tolosa cualquier excusa es buena para sacar el ingenio y el humor a pasear, aunque solo sea en bata y zapatillas y con los rulos de la amona.

Si a esta mezcla contagiosa de alegría e ingenio se le suma una climatología que hizo arrepentirse a quienes se decantaron por el disfraz de esquimal, el resultado no puede ser otro que el éxito total.