PAMPLONA - El pasado 20 de abril estuvo en el centro okupado autogestionado de Jazar, en el barrio pamplonés de Etxabakoitz, para asistir a la conmemoración festiva del primer aniversario de la insurrección. Al acto, organizado por la asociación Mujeres del Maíz, acudieron decenas de nicaragüenses que residen en Navarra. Muchos y muchas no querían ser fotografiados por miedo a represalias contra sus familiares que continúan en Nicaragua, donde ya han muerto más de 380 personas por el conflicto según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Fidel Narváez, no obstante, carga con el peso de ese temor en su maleta, con la que viaja por Europa dando charlas sobre la situación que viven sus compatriotas.

¿Qué es el movimiento 19 de abril?

-Es una insurrección popular como tantas otras que ha habido en Nicaragua. Se trata de un movimiento que abarca todos los sectores de la sociedad y que se declara autoconvocado, horizontal y trasversal.

¿Cómo surge?

-El movimiento 19 de abril toma su nombre de la fecha de la insurrección, pero ya había movimientos, principalmente el feminista, el campesino y el estudiantil, que reclamaban lo mismo desde mucho antes. El problema era que la represión los silenciaba y les impedía llegar a ser mediáticos. Por ello, el 19 de abril de 2018 se unieron las distintas voces para decirle al mundo que lo que se está viviendo en Nicaragua es una situación de injusticia que necesita soluciones democráticas profundas, no solamente electorales y políticas, sino también económicas, educativas y medioambientales.

¿Cuál fue el desencadenante del conflicto?

-Podríamos explicarlo muy fácil, porque es un problema en parte global: la falta de Seguridad Social. Nicaragua no tiene una tradición de Seguridad Social, sin embargo, una serie de reformas que el Gobierno quería implementar pretendían destruir pequeñas prestaciones que se había alcanzado durante mucho tiempo y con mucho esfuerzo. Es básicamente un derecho cercenado y al que no tiene acceso la mayor parte de la gente. Aun así se está excluyendo todavía a muchas más personas a través, por ejemplo, de la confiscación directa de sus escasas pensiones, destinadas a pagar medicinas y gastos que ni siquiera cubren las necesidades para una vida digna.

Dice que es un problema global, pero la insurrección fue una respuesta a los recortes en Seguridad Social del gobierno nicaragüense de Daniel Ortega.

-Es algo que está pasando en América Latina, aunque también en países como Francia o España. Pero no es lo mismo cuando pasa en un país pobre como Nicaragua. Además, la insurrección evidenció la estructura que sigue manteniendo el país: crimen organizado, mafia, tráfico de influencias, cohecho, etc. En definitiva, falta de oportunidades políticas, porque está prohibido hacer partidos locales, nunca se ha hecho un referéndum y la constitución no fue refrendada por el pueblo. Tenemos un Estado que vive de espaldas a su ciudadanía, y cuando la población reclamó derechos, el Gobierno respondió a su manera: armada, violenta y violadora de Derechos Humanos. La insurrección de Nicaragua, por el contrario, reivindica el derecho a cambiar las cosas dentro de un marco de la paz, porque ya en Centroamérica y muchos países del mundo ha habido guerras donde se ha demostrado que son muchos los muertos y muy pocos los beneficios. Lo único que se logra es aumentar el negocio del armamento y su comercio ilegal. Solo genera huérfanos, lisiados y dinero para empresas que solo ven oportunidades en la muerte

¿Por qué se involucró en la lucha?

-Yo era consciente desde hace alrededor de tres años de que Nicaragua estaba derivando en una vorágine de violencia y represión institucional, así como de que se iban cerrando los cauces democráticos para resolver situaciones eminentemente políticas. Por eso me involucré, desde el punto de vista particular de la Abogacía y el Derecho Constitucional, en la búsqueda de un cambio de estructura jurídica que permitiera a Nicaragua desarrollarse con dignidad, esperanza e ilusión, siempre con la vista puesta en las nuevas generaciones. Traté de denunciarlo por todos los medios que podía para que se hiciera justicia. Las muertes nos exigen el compromiso de que no queden impunes. No debe repetirse la historia en Nicaragua, con dictadura, colonialismo, oligarquía y pactismo. Resulta que en ese proceso de denuncia llegó la tragedia, el crimen y la violación de Derechos Humanos. Entonces, decidimos participar activamente junto a otros compañeros y compañeras tras las barricadas y tomamos espacios públicos como universidades, donde yo era profesor. A partir de ahí, estuve señalado por haberme implicado directamente. Obviamente mi vida corría peligro, por eso tuve que salir hacia Costa Rica y, luego, venir al Estado Español.

¿Cuál es su situación personal en este momento?

-Estoy en proceso de refugio, solicitando asilo. Hoy he venido a Pamplona a colaborar con la asociación Mujeres del Maíz, pero también ayudo a cualquier otro colectivo, porque soy consciente de que la militancia no son banderitas, sino causas humanas. Colaboro sobre todo con personas migradas, no solo las que vienen por causas políticas, sino económicas. También hago artesanía, porque nosotros reivindicamos el arte como un instrumento más de protesta y liberación. Además, yo era librero en Nicaragua y estoy tratando de emprender con una librería de segunda mano que cree un espacio de charlas y debates, como parte de la nueva ágora que el mundo necesita en los barrios y pueblos, más allá de los platós de televisión.

¿Qué papel cree que están jugando los medios de comunicación españoles en conflictos como el de Nicaragua o Venezuela?

-Los medios de comunicación, que inicialmente son una herramienta de lucha por la verdad, en un determinado momento se pueden convertirse en los “ministerios de la verdad” de George Orwell. Se debe reivindicar la labor del periodista, pero este hace un esfuerzo sobrehumano por el que lo están matando en México, Colombia, Honduras y en muchas partes del mundo. Incluso lo están matando aquí, en Europa. Por ejemplo, a la periodista Daphne Caruana Galizia, solamente por investigar los papeles de Panamá, le pusieron un coche bomba en 2017 en Malta. Opino que la cobertura mediática en España sobre el conflicto de Nicaragua demuestra que hay medios de comunicación con intereses corporativos que quieren hablar de Venezuela, pero no de Honduras; o que quieren hablar de Nicaragua, pero no de Haití. Como sociedad debemos democratizar los medios para que la gente pueda luchar por su verdad, con medios libres y comunitarios, que van surgiendo pero son reprimidos para mantener la hegemonía de otros.

Usted, además de la información mediática, tiene mucho mayor conocimiento de la situación que vive su país. ¿Cómo ve el futuro en Nicaragua?

-Tiene una tarea por delante muy grande. Como en otros tiempos, en medio de tristeza, dolor y miseria, Nicaragua está siendo ejemplo para todo el mundo de fuerza, resistencia y revolución. Incluso aunque no lo parezca, en Nicaragua hay esperanza. Lo que me llega es que hay una radicalización de ambos sectores, incitados por la misma dictadura de Ortega, que es un personaje en un partido que siempre ha vivido del conflicto. Es decir, nunca aprendió a modernizarse, a cambiar de estrategia o visión política. Para eso tiene ejemplos a su alrededor: el caso de las FARC o el mismo proceso de paz de ETA en el Estado español. Son ejemplos de dar fin a estrategias que quizá pudieron ser válidas hace cincuenta años, pero que hoy en día no lo son.

¿Por qué no ve posible que en Nicaragua haya un proceso de paz con el actual Gobierno?

-En Nicaragua hay una división y un sentimiento de impunidad y descontrol por parte del Gobierno. Entonces, se va a necesitar mucha más solidaridad, porque esto no se acaba con quitar a Ortega, que solo es la cara visible de todo un sistema de economía sumergida, de tráfico de drogas, de crimen organizado, etc. En ese sentido, Ortega permite ver todo eso de una forma holística y global, como ocurre con el reflejo en Nicaragua de la explotación desmedida de los pueblos y la madre tierra. El primer paso es quitar a Ortega, que es lo que quiere mucha gente. Pero queda un trabajo enorme por hacer después en conceptos como democracia, revolución, sandinismo, etc. Hay que ver a través de la ventana que abren las insurrecciones, que hacen replantearse preguntas con respuestas que antes estaban establecidas. Antes todo el mundo consideraba que ser sandinista ya tenía su razón de ser: militar en el Frente Sandinista. Pero no, esa militancia puede llevar precisamente al antisandinismo. Pienso que es momento de replantearse preguntas, casi filosóficas, porque los actuales modelos económicos ya están agotados en Centroamérica. Puede que en Europa se paseen con vestidos, pero allí caminan desnudos.

¿Qué es para usted la militancia?

-Tenemos que reflexionar sobre esta cuestión. A veces por el hecho de militar terminamos convirtiéndonos en lo que combatimos. En ese sentido, hay que resignificar el sandinismo y replantear qué es la militancia.

¿Qué cambió en Nicaragua tras la revolución sandinista de 1979 y en qué se ha retrocedido?

-Los procesos sociales son dinámicos y a veces tardan mucho en verse los resultados. Una de las experiencias de la revolución fue que a través de la vía armada se pueden conseguir derechos, pero también se puede retroceder en muchos otros. El motivo es que, como le dijo Charles de Talleyrand a Napoleón, “cuando tienes una balloneta, no te puedes sentar sobre ella”.

¿Qué lectura saca de aquella revolución?

-La revolución nos enseñó que la guerra no es la salida para cambiar las cosas, porque eso más bien retrasa el cambio y sumerge al país en una vorágine de dolor, angustia, tristeza y desesperanza. Aprendimos qué no hacer: no verticalizar las decisiones políticas en una dirección nacional dirigida por una sola persona. En cambio, aprendimos a mantenernos horizontales, autoconvocados y autogestionados. De lo contrario, la estructura social, política y económica del país nos traerá otra dictadura de nuevo. Precisamente la revolución le quitó la máscara a grupos de poder que negociaban, siempre y cuando tuviera la única lógica del retorno de su dinero, con cualquier tipo de dictaduras: de izquierdas o de derechas. Mientras tanto, los grupos de poder sacaban a la gente del centro de la política y despreciaban los movimientos sociales. La revolución también enseña que no solamente matando a tu hermano o hermana vas a lograr cambios, porque la lucha es ideológica, no solo armada.

Desde un punto de vista ideológico, sorprende que su discurso, con reivindicaciones propias de la izquierda, vaya en contra de un gobierno heredero de la revolución sandinista.

-Hace mucho que el Frente Sandinista de Liberación Nacional tiene una tendencia hacia la ultraliberalización. En 2006 llegaron con la supuesta intención de revocar todos los ajustes neoliberales que se habían llevado a cabo en los años noventa, pero no hicieron nada de eso. Al contrario, utilizaron esos ajustes para incrementar su capacidad de influencia y acción dentro de las estructuras de Gobierno a nivel económico, político y social para poder dirigir el país con una especie de acuerdo de capos de mafia, sin tener en cuenta cuáles eran las protestas de la ciudadanía y de los movimientos sociales. El Frente Sandinista se alejó de esa teoría que le alimentaba durante mucho tiempo pero que no estaba sustentada en la práctica.

¿Quién trataba de llevar esa teoría revolucionaria a la práctica?

-La teoría revolucionaria del sandinismo que busca derechos, en la práctica, la ejercen los movimientos sociales. Muchos incluso provienen del sandinismo histórico, pero realmente hay que reconocer que gran parte de la población no se siente representada por un Gobierno que saca paramilitares a las calles y asesina con francotiradores a su población. Tampoco con unas instituciones de Policía Nacional y Ejército que, en vez de velar por la paz, el orden y los Derechos Humanos, se han prestado al juego de las élites políticas y económicas para seguir reprimiendo a los movimientos sociales.

¿Usted se considera sandinista?

-Es un dilema teniendo en cuenta lo que ha sucedido con el sandinismo. Yo creo que hay una cuestión más importante que considerarse o no sandinista, porque es un movimiento que, al final, se convirtió en un instrumento ideológico para captar adeptos. Pero, realmente, Augusto César Sandino se inscribe en la dinámica de emancipación de los pueblos de principios del siglo XX. Luego, una serie de personas cogen su apellido para fundar un partido vertical que abandera todas las luchas que le pertenecían a los pueblos, no a los partidos. Si el sandinismo se inscribe en la dinámica de liberación, podríamos decir que sí que soy sandinista, como también me podría sentir zapatista o parte de cualquier otro movimiento que busque lo mismo. Ahora, si ese sandinismo se vuelva una especie de ideología totalitaria y opresora, no me siento identificado con él.

¿Qué le diría a una persona que idealiza los movimientos revolucionarios y que califica como liberal, derechista o colonialista cualquier tipo de disidencia?

-Le diría principalmente que no se debe ser tan reaccionario. Es decir, en la complejidad hasta la que el mundo ha avanzado, no todo es blanco o negro. Hay gente detrás de los números y las ideas que solamente buscan deslegitimar a través de una reacción de lo opuesto: si no estás conmigo, estás contra mí. Ese campismo surgió como una ideología en el contexto de dos potencias que utilizaban su influencia para enfrentar a otros pueblos del mundo entre sí. Eso ya no es así: puede haber políticas de toda espectrografía sin necesidad de caer en esas viejas y ya gastadas tendencias de izquierda y derecha. El mundo ha avanzado mucho y más en países como Nicaragua, que ha vivido neoliberalismo, dictaduras de derechas y de izquierda, resistencia indígena, extractivismo y violación de Derechos Humanos. Yo creo que es una gran falta de respeto y coherencia reducir unos conflictos tan complejos a una simple tabla de ajedrez con blancos y negros. A una persona que solo distingue estos dos colores yo le diría que tomara conciencia de los prejuicios con los que puede cargar. En los años 80 se hablaba de construir “un nuevo hombre”, nosotros hablamos hoy de una nueva ciudadanía, con hombres y mujeres a la altura de los desafíos actuales: migración, desempleo, narcotráfico, hambre, pobreza, etc. Pero desde la comodidad, se pierde la perspectiva.

¿Qué les falta a las personas de Navarra, por ejemplo, para acercarse a actos como el de hoy y reivindicar los derechos de migrantes y refugiados?

-Yo creo que las personas de estos lindos territorios ya vivieron nuestra realidad en un pasado, pero quizá haya una juventud con poca memoria o personas mayores que ya se olvidaron de aquello. Tienen todo el derecho para olvidar los traumas, pero no es posible construir sin memoria histórica, que es el elemento de vinculación de todos los pueblos del mundo, ya que cada uno ha sufrido de una u otra manera. La memoria histórica de la población vasca, navarra, catalana, gallega o andaluza nos puede dar ese instrumento de conexión a través del sufrimiento que ellos han tenido y que tenemos ahora nosotros. Debemos, además, ser previsores y ver que el futuro que tenemos no es nada fácil por los retos ecológicos que nos pueden conducir de nuevo al sufrimiento por sobrevivir. Yo creo que, como humanidad, no estamos a la altura de los desafíos futuros, y nos estamos perdiendo en los de toda la vida, aquellos que solo se resuelven con armas. Uno de los problemas que la población autóctona podría tener para no involucrarse con la población migrada podría ser la comodidad de una familia, un espacio de trabajo y un entorno que no somos capaces de conectar con el resto del mundo. El primer paso es la memoria histórica. Ustedes vinieron a México o a Uruguay a exiliarse, pues hoy nosotros venimos para acá. Es algo que debemos entender con toda naturalidad, porque es una dinámica humana e histórica.

¿Qué se debe hacer desde la política?

-La inmigración es un asunto que debe introducirse en política en forma de ayudas y presupuesto. Lo que no puede ser es plantear una amenaza, tal y como proponen aquellas personas con una visión proteccionista de la raza y de la bandera. Solo quieren vallas, concertinas y muros ante la amenaza del otro. Igual que pasó en Nicaragua hace un año, es posible que en el Estado Español haya una tendencia parecida que esté siendo silenciada. No es raro que en España más de 3000 personas se suiciden al año, que haya desahucios y más problemáticas que ya causaron una insurrección en Nicaragua. Quizá aquí las condiciones de poder y represión son más selectivas y no permiten que las protestas emerjan, por eso debemos construir conocimiento colectivo y democratizar también las formas de lucha.