san sebastián - Se empeña en mantenerse fuerte aunque su mirada delata un cansancio indisimulable. Apenas ha dormido desde entonces. Fátima Hacine-Bacha García, la madre de Santi Coca, respira hondo y se aferra a la mano de su amiga mientras habla de ese chico al que le encantaban las motos y las bicis. Un apasionado de las dos ruedas con una extraordinaria habilidad para desmontar las máquinas, siempre “alegre y cariñoso”.

La mujer vive en una nube desde la madrugada del viernes, cuando supo que su hijo acababa de ingresar en el hospital. El menor, de 17 años, falleció el domingo como consecuencia de una paliza propinada en San Sebastián el viernes por varios jóvenes que prestaron declaración ayer durante una maratoniana jornada.

Era una madrugada lluviosa que acabó de la peor de las maneras. Respira hondo y saca fuerzas de flaqueza para mandar un mensaje bien claro. No quiere culpabilizar a la población de origen extranjero por la presunta implicación en los hechos de personas de distintas nacionalidades. “Estamos recibiendo mucho apoyo, y tanto la familia del padre como la mía no buscamos fomentar el odio ni el racismo. Lo que hace falta es buscar soluciones pero, por favor, no quiero que utilicéis el dolor”, insistía ayer por la tarde.

concentración A esa misma hora, cientos de personas se concentraban frente al Ayuntamiento de San Sebastián, en señal de repulsa y duelo. Entre los presentes sobrevolaba un resentimiento que, paradójicamente, no se correspondía con el estado de ánimo de la madre, desolada. Ella decía sentirse triste. El municipio cántabro de Reocín, donde el menor había residido con su padre durante los dos últimos años, también guardó un minuto de silencio durante otra concentración.

Santi vivía actualmente con Fátima. No quiso participar en ningún acto de repulsa pero se mostró en todo momento dispuesta a relatar lo ocurrido “para que todo esto suponga un punto de inflexión”. Guardando para sí el dolor, abogó por dirigir la mirada “hacia un cambio social y profundo, en el que se comience a mirar con lupa la educación que estamos dando a nuestros hijos”.

La tragedia llamó a su puerta el viernes de madrugada. Supo que algo raro ocurría en cuanto recibió la llamada de su hijo Iker, hermano de Santi, que le acompañaba. “Está ingresado muy grave en el Hospital”, le dijo. Acaba de recibir una paliza brutal. Fue colgar el teléfono y subir pitando. “Cuando llegué a Urgencias me advirtieron de que la situación era poco menos que irreversible. Estaba en coma. Había perdido el conocimiento. Al parecer, estuvo durante cuarenta minutos en parada cardiorrespiratoria, lo que tuvo consecuencias irreparables a nivel neurológico. Tanto es así, que le abocaba a quedar en un estado vegetal”.

Amigos, conocidos y familiares se acercaron durante la tarde para trasladarle el pésame. Ella, en los arcos de entrada del Ayuntamiento de Donostia, a escasos metros del lugar de la brutal agresión, proseguía con su relato. “Iker me dijo que fueron muchos los chavales que participaron en la agresión. Mi hijo se acercó a otro chico al que le habían robado el paquete de tabaco y a partir de ahí comenzó la agresión. Iker intentó defenderle, y también le pegaron a él”.

sin rabia ni insultos La familia quiere trasladar su gratitud por el trato recibido a instancias judiciales, a la Ertzaintza y al personal sanitario. Pero dicho esto, no quiere que nadie utilice su dolor ni sus palabras. “Entiendo la rabia social que puede suscitar un hecho así. Se han escuchado insultos, pero no compartimos ese posicionamiento, hay otras maneras de afrontar estos hechos”.

La concentración frente al Consistorio, en señal de repulsa por lo ocurrido, comenzó puntualmente a las 18.00 horas, y todos los medios que inicialmente se hicieron eco de sus palabras marcharon a tomar imágenes a Alderdi-Eder.

En un ambiente más recogido, y poco después de que varios conocidos la abrazaran, la mujer se sentaba en una terraza cercana para entregarse a una charla más sosegada con este periódico. Mantenía una sorprendente entereza, y lo único que pedía era sentarse bajo el sol, porque decía sentir frío y estar muy cansada. A pesar del revuelo mediático, en ningún momento perdió los nervios junto a una amiga, su “ángel”, como ella le llama.

La camarera interrumpe sus palabras. Tiene la garganta seca y le pide un botellín de agua mientras retoma el hilo argumental. “Entiendo el odio que hay en la sociedad, pero no quiero fomentarlo, no quiero dar rienda suelta a la xenofobia por la muerte de mi hijo. No juzgo a las personas que están aireando tantas cosas en las redes sociales. Es natural porque la gente se enfada, y esa rabia sale. Yo ahora no la siento, estoy más en la tristeza”, dice bajando su mirada, agarrada de la mano de su amiga.

Tras la muerte de su hijo, podía haber optado por recogerse en el dolor y en el silencio. Pero Fátima no se dio un respiro. “Si algo deseo es que todo esto sirva para algo y que podamos cambiar. No quiero que pase esta semana y nos olvidemos del caso. Mi deseo es abordar el problema a fondo”.

En ese sentido, Hacine-Bacha, hija de padre argelino y madre vasca, ha mantenido contacto con el alcalde de San Sebastián, Eneko Goia. “Le he dicho que este tipo de hechos deberían abordarse incluso en el Congreso de los Diputados. Nos tenemos que centrar en dar una educación en valores. Asistimos a un problema que no puede pasarse por alto y corremos el riesgo de banalizar la violencia. En esta misma zona hemos conocido otros altercados, muchos de los cuales no trascienden, por lo que puede parecer que se le da carta de naturaleza. No creo que sea una utopía. Creo que se pueden cambiar ciertas cosas, empezando por la educación que estamos dando, en la que estamos inmersos tanto padres como hijos”.

Transcurridos unos minutos de charla, se le cambia la cara al hablarle de su hijo. “Mi Santi era un chaval muy social, muy amigo de sus amigos. Era familiar, listo, cariñoso y respetuoso. Era un joven universal”. Hace unas semanas había viajado a Londres, a casa de unos familiares. Quería acabar el Bachiller, y soñaba con ser algún día ingeniero.