pamplona - A pesar de no sufrir una agresión en carne propia, ver sufrir a un ser querido nunca es algo digerible y siempre deja huella. Incluso, el no saber ayudar a una persona que ha sido víctima de algo tan terrible como puede ser una agresión sexual puede convertir a alguien cercano en cómplice de ese dolor. Desde Psimae, Instituto de Psicología Jurídica y Forense, psicólogos como Josean Echauri Tijeras intentan aliviar también la carga que sufren las personas allegadas y próximas a las víctimas de delitos, denominadas víctimas secundarias, proporcionándoles asistencia psicológica.

¿Qué son las víctimas secundarias?

-Además de las personas que pueden sufrir violencia de manera directa, hay otras del entorno que también sufren esa consecuencia. Esta atención especializada se creó a raíz de la demanda de las madres que habían sufrido violencia de género y que veían como sus hijos empezaban a reproducir algunos comportamientos agresivos. Teniendo en cuenta las peticiones, en 2005 empezamos a tratar a este tipo de víctimas y abrimos el abanico, no solo para hijos, sino para todo el núcleo familiar o cercano. Inicialmente la mayor demanda venía por el tema de la violencia de género, pero también atendemos a víctimas de otros delitos.

¿Qué otros perfiles de este tipo de víctimas suelen atender?

-En los últimos años muchas de las intervenciones han sido a padres y madres de chicas jóvenes que han sufrido violencia sexual o a familiares de personas asesinadas. También hemos atendido, hace más tiempo, a familiares de víctimas del terrorismo o cuando se han dado secuestros. Además, no intervenimos únicamente al círculo más próximo que rodea a la víctima primaria, sino que también atendemos y damos pautas de cómo actuar, por ejemplo, en aulas, a profesores y compañeros de un chaval de una madre asesinada.

¿Cómo es el tratamiento que reciben estas personas?

-Es una intervención sui géneris, es muy concreta en cada caso. Así como hay otras intervenciones que van orientadas en función del tipo de delito, esto va acorde al delito y a la relación que tenga el paciente con la víctima principal. Muchas veces, después de una situación traumática, las personas que rodean a la víctima principal no saben cómo ayudarlas y vienen buscando pautas de actuación.

¿Estas intervenciones son individuales o se actúa en común junto a las víctimas primarias?

-Son individuales, pero a veces también se puede trabajar de manera sistémica con el núcleo entero para engranar y conciliar esa parte familiar.

¿Trabajan también con menores?

-Trabajamos tanto con menores que han sufrido violencia como con los que la han presenciado. Ahora, el cambio de ley a nivel estatal para que no sea necesario el consentimiento de ambos progenitores para la atención de menores ha supuesto un gran paso adelante. Especialmente en casos de violencia de género tuvimos muchos problemas con el consentimiento informado. Muchos menores que estaban sufriendo se han quedado sin ser atendidos porque el padre ha dicho que no. En caso de la negativa paterna, había que esperar a que un juez decidiera. Esta modificación ha sido un gran adelanto porque siempre hay que priorizar la intervención por el menor.

¿Cuáles son las mayores preocupaciones que trasladan las víctimas indirectas?

-Por un lado, vienen buscando pautas de actuación, pero también por su propio sufrimiento. Es muy difícil ver sufrir a alguien que quieres y es necesario engranar y resolver el dolor de uno mismo para saber cuál es la mejor manera de llegar a la persona que ha sufrido el delito en primera persona.

¿Es habitual el sentimiento de culpa en estas personas?

-Socialmente hemos sido educados en la culpa y siempre está muy presente. Nuestra labor es cambiar culpa por responsabilidad. Cuando trabajamos desde la responsabilidad sí podemos hacer algo, en cambio, si lo hacemos desde la culpa, solo nos fustigamos y no evolucionamos. La tendencia siempre es revisar el pasado y pensar lo que pudo haber sido: “le dije que no viniera sola”, “tenía que haberla obligado a coger un taxi”, “¿y si la hubiera ido a buscar?”. Un trabajo importante es desculpabilizar, saber que no somos responsables de las actuaciones de terceros.

¿Se dan casos en los que las víctimas secundarias requieran una intervención más prolongada que las víctimas primarias?

-La intervención en las víctimas secundarias suele ser menor, en general, pero, en algunas ocasiones, uno abre la puerta de sus demonios. Hemos tenido casos en los que una mujer, a raíz de una agresión sexual a su hija, ha reexperimentado una agresión sexual que sufrió ella cuando era joven y esta pasa a ser víctima principal. También hay situaciones en los que la víctima primaria tiene suficientes herramientas como para resolver rápido la situación. Aun así, siempre dejamos la puerta abierta para poder retomar el tratamiento porque la vida del trauma no tiene fecha final.

Echando un vistazo a las estadísticas de los últimos años, el número de atenciones a víctimas secundarias ha subido notoriamente, ¿a qué se puede deber este repunte?

-Cuantas más víctimas primarias haya, más secundarias habrá en consecuencia. El informe de 2018 tiene que registrar muchas atenciones ya solo por la cantidad de asesinatos que ha habido. De todos modos, los números no terminan de reflejar la realidad porque hay víctimas secundarias que solo requieren atenciones puntuales y estas se pierden en las estadísticas. Pero, sin duda, la tendencia es ascendente. Cada año se denuncian más agresiones sexuales, más violencia de género... Y esto deriva en más víctimas de todo tipo.