La infancia se considera como la época más feliz de la vida. Con frecuencia, sin embargo, se mezcla infancia y escuela de manera indisoluble. Algunos compañeros o compañeras de clase, quizás, son las mejores amistades que se fraguan en la vida; aquel docente, tal vez, fue un ejemplo. Un libro de lectura inolvidable o los juegos erráticos del recreo crean vínculos entre la escuela y la vida de la infancia que terminan por confundirlas. Con esta explicación, Aitor Etxarte, presidente del Consejo Escolar de Navarra, resume en el prólogo del libro Historia ilustrada de la escuela en Navarra la importancia de la enseñanza en la vida de las personas. Una síntesis que recoge la esencia de esta publicación, obra del profesor y escritor navarro Guillermo Iriarte Aranaz editada por el Gobierno, y que se presentó ayer en el departamento de Educación. En el acto participaron también la consejera María Solana, Hasier Morras, Roberto Pérez Elorza y Javier Garcia Ariza.

El libro es una contribución al estudio de la escuela de Navarra y de sus maestros y maestras, desde la caída del Antiguo Régimen hasta los albores de la democracia. Por tanto, el marco temporal del mismo abarca el período comprendido entre principios del siglo XIX, con la celebración de las Cortes de 1828-1829, últimas del Reino, y la Ley General de Educación, aprobada en el año 1970. Este largo periodo permite comprender los avances, estancamientos y retrocesos sufridos por la institución escolar a lo largo de momentos como la dictadura de Primo de Rivera, la II República o el franquismo. No obstante, las instituciones públicas se desarrollaron en Navarra con unas características distintas a las del resto de territorios del Estado, ya que su condición foral le permitió impulsar algunos aspectos concretos en materia educativa.

el salto del siglo XIX al XX

De espacios insalubres a la construcción de escuelas

La obra de Iriarte, entre otras cuestiones, ilustra en profundidad el patrimonio material, los edificios escolares, la estufa, los pupitres, la confección de la tinta, la pizarra y el pizarrín, los mapas e ilustraciones. Asimismo, analiza la labor de los Ayuntamientos y de la Diputación foral en la educación de la ciudadanía navarra.

En este sentido, el autor recuerda en las páginas de su libro que los edificios escolares durante el siglo XIX y parte del XX estaban en cuadras, cerca de mataderos, y las aulas eran insalubres y antihigiénicas. Ante la falta de profesores que atendiesen toda la demanda de alumnos, los estudiantes mayores ayudaban a los maestros en la enseñanza y la escasez de recursos hizo que en lugar de libros hubiese carteles didácticos en las paredes. “Con la llegada de la dictadura de Primo de Rivera, se perdió todo atisbo de libertad de enseñanza, pero fue un periodo histórico en el que se construyeron edificios escolares. Se empezaron a habilitar espacios con higiene”, constata. No obstante, esas construcciones no estuvieron sufragadas por las instituciones, sino por los vecinos de los pueblos que habían emigrado a América y habían hecho riqueza. “Ese cambio material fue muy importante porque las aulas superaban los 70 alumnos, el material era escaso y los métodos de aprendizaje eran la repetición y el canto”.

Avances y retrocesos

De la libertad de la República a la oscuridad del franquismo

Por otro lado, el libro es una aportación documentada a la historia de la escuela a lo largo y ancho de la Comunidad Foral. En primer lugar, trata de sus protagonistas, de cómo fueron sus docentes y escolares, los valores e ideas dominantes, las relaciones que se establecían entre ellos, qué y cómo se enseñaba y aprendía, los métodos empleados, el sistema de premios y castigos, los himnos y rezos, los juegos, el catón y el catecismo. En este sentido, el primer cambio fundamental que se da en el modelo educativo es a principios del siglo XX. Se trata de un salto cualitativo, pues hasta entonces la enseñanza se basaba en leer, escribir, contar y rezar. “Entonces, en los años 20, apareció una escuela que amplió el curriculum a otras asignaturas. Trajo consigo una forma diferente de enseñar y aprender”, puntualiza el autor. En aquel momento, la Diputación foral utilizó medidas pedagógicas, legislativas y sociales para adecuar el curriculum a las nuevas ideas que habían surgido como la libre enseñanza, de la mano del movimiento de la Escuela Nueva. “Se produjeron una serie de innovaciones a las que Navarra se tuvo que adaptar. Fue un salto cualitativo muy importante”, insiste. Tras este cambio, la llegada de la II República supuso un reimpulso de la Educación. Se pasó así a un modelo de enseñanza más libre, laicista y profundamente social. Una educación entendida para todos y todas. “Se restableció la coeducación, el bilingüismo y se dignificó la labor de maestros y maestras”, sintetiza Iriarte.

Tras el alzamiento fascista del 36, el franquismo supuso “el mayor retroceso educativo en la historia de España y de Navarra. La etapa más negra de la enseñanza y de la libertad”. Durante los 40 años, los dos pilares que sustentaron la educación de la dictadura fueron la religión y la patria, pero “una religión católica, apostólica y romana; y la patria era entendida como una, grande y libre. “Los maestros tuvieron que adaptarse a esas directrices y la libertad que se consiguió durante la II República quedó en agua de borrajas”, señala.

El autor. Guillermo Iriarte Aranaz (Pamplona, 1948) ejerció como maestro de Primera Enseñanza de 1968 a 1986. Es diplomado en Pedagogía Terapéutica, especialista en Perturbaciones del Lenguaje y Audición y es licenciado en Psicología por la Universidad de Barcelona. Desde 1986 a 2011 trabajó como orientador escolar en el Gobierno de Navarra.