Amenazas, espionaje, acoso, extorsión, abuso sexual, incumplimiento de medidas de alejamiento... Todos ellos pueden parecer delitos exclusivos de la vida real, inherentes al espacio físico. Pero no es así. En los últimos años, en los que nuestra vida virtual va equiparándose en experiencias y en tiempo a la real, estas infracciones también se han desplazado de un ámbito al otro, buscando ahora nuevas apariencias y adaptándose a la web o las redes sociales.

Así lo expuso ayer el responsable del grupo de delitos informáticos de la Policía Foral, Miguel Ruiz Marfani, en una ponencia enmarcada en las Jornadas sobre Ciberviolencias celebradas en Baluarte para explicar el trabajo del cuerpo autonómico en este ámbito y mostrar ejemplos reales ocurridos en Navarra.

“Prácticamente la gran mayoría de los delitos de hace 30 años tienen su reflejo en el mundo virtual”, certifica Ruiz Marfani, que desvela un consejo que ya realizan los agentes a las mujeres víctimas de alguno de estos delitos: “Cuando rompen con su vida anterior, le pedimos que también lo haga en el mundo digital”. En la actualidad, cuesta mucho separar ambos universos, cada vez más conectados entre sí y que tienen la similitud de que cada paso deja huella.

Precisamente por este motivo es por el cual las charlas de sensibilización que imparte en los centros educativos navarros ha pasado de titularse “riesgos en Internet” a “riesgos y consecuencias en Internet”. En la red todos los elementos tienen un papel activo, y más aún en la ciberviolencia, actitud que se refleja en la última campaña de los institutos navarros de Igualdad y Juventud, en la que se emplaza a un joven a no compartir una foto íntima que le ha llegado al móvil, reflexionando sobre cómo afecta ese gesto a la víctima. “El hecho de difundir una fotografía íntima a amigos es un delito contra la intimidad”, zanja Ruiz Marfani, que pone como ejemplo un vídeo en el que una pareja mantenía una relación sexual en una carpa universitaria en Pamplona y que se divulgó tanto por mensajes de WhatsApp como redes sociales. “Fue un caso muy llamativo y hubo que depurar responsabilidades”, explica el jefe de la sección de delitos informáticos, que también advierte que “hay algún caso de este tipo cada año en centros educativos”.

Otro tipo de ciberviolencia usual es el acoso. La anonimización de las redes sociales y los pocos datos que se tienen que aportar a la hora de crear un perfil en ellas permite que muchas personas opten por esta vía para ponerse en contacto, por ejemplo, con una expareja contra la que tenía una orden de alejamiento. Ocurrió en Tudela. “Utilizaba nombres falsos en un perfil, con una foto de Bob Marley, e interactuaba con la otra persona. Daba me gustas, reaccionaba a sus historias en Instagram, y le hablaba en inglés para despistar”, expone. Pero la distancia virtual también cuenta, y la persona fue condenada por quebrantar la orden.

También se han notificado casos de coacciones, un delito que engloba a todas las acciones que “alteran gravemente el desarrollo de la vida cotidiana, estableciendo o intentando establecer contacto, o mediante el uso indebido de sus datos personales”. En el caso de una chica, “le llegaban multitud de paquetes de Amazon” sin ella comprar ningún producto en esta plataforma, mientras que a otra su expareja “le había publicado su número de teléfono en una página de contactos”.

Otras formas de ciberviolencia son la violencia de género digital, que entre las actitudes más comunes incluye el control por WhatsApp utilizando preguntas coercitivas como dónde estabas, para qué quitas la última conexión… o el contacto con menores a través de redes sociales, como un caso en el que un hombre, haciéndose pasar por fotógrafo profesional o representante, les incitaba a enviar fotografías. “Es una investigación que duró bastante tiempo y finalizó con una condena muy importante para una persona que sigue en prisión”, asegura Ruiz Marfani.

En los últimos meses han crecido también las usurpaciones de identidad, en el que un perfil simula ser el de una chica real cambiando solo una letra de su nombre, y añadiendo en la biografía un enlace acortado que redirige a una página en la que se paga por ver fotos más íntimas de una persona. “Es una forma de utilizar la imagen de otra persona para beneficio económico”, aclara.

En todos estos casos, se recomienda preservar pruebas de la ciberviolencia, como descargas de datos o captura de imagen que aunque en un juicio “no son una prueba”, sí “son un indicio” para certificar que la violencia se ejerce a través de la pantalla.