Alicia Lugea sabe que el 4 de enero cumple los años, pero ya no controla ni el día de la semana ni el mes en el que vive. Este miércoles se ha convertido en centenaria, pero no ha podido soplar las velas del rosco de reyes que todos los años le llevamos su sobrina Sagrario y yo, su sobrina nieta también llamada Sagrario. En esta ocasión, estamos confinadas por coronavirus y hemos tenido que sustituir la visita a la residencia Amavir Argaray por una videollamada.

El móvil ha sonado al mediodía, la hora acordada para felicitarla. En la pantalla ha aparecido Alicia, dormida, sentada en su silla de ruedas, en una de las salas de la segunda planta.

-Muchas felicidades, tía. ¿Sabes cuántos años cumples?, le hemos preguntado.

-No sé, ha contestado con los ojos cerrados.

A continuación le hemos cantando y nos ha regalado una mirada. La llamada ha durado escasos minutos, ya que tampoco sigue una conversación durante mucho rato. Hemos intentado que lanzara algún beso, pero esta vez no ha habido suerte, aunque sí ha levantado una de sus manos para moverla de izquierda a derecha para despedirse.

Alicia Lugea Inda ya forma parte de las 253 personas que han llegado al siglo de vida en Navarra. Natural de Nagore (Valle de Arce), pueblo situado a pocos kilómetros de Aoiz, creció en una familia con dos hermanos, que murieron en la Guerra Civil, y otras dos hermanas. Su padre se llamaba Romualdo y su madre, María.

Alicia trabajó en el sector textil, y vivió en el barrio de la Rochapea con su marido Luis y su hijo Pruden, ambos ya fallecidos. Desde 2012 reside en Amavir Argaray. Durante muchos años, en una de las paredes de su habitación en la residencia colgó el reportaje publicado en DIARIO DE NOTICIAS al periodista Gerardo Huarte por su libro Cruce de Caminos-Nagore-Arce. Alicia conoce a Gerardo, y ambos tienen en común el cariño que muestran por su pueblo.

-Sagrarito, ¿me podrás colocar la noticia de Gerardo como si fuera un cuadro?, me dijo mi tía abuela en aquel momento, en 2015.

Los recuerdos inundan la estantería de su dormitorio: en una foto en blanco y negro sonríe junto a su esposo Luis, vestido con traje, corbata, sombrero y abrigo. La estampa transmite el frío de un invierno pasado. En otra imagen, aparece el retrato en blanco y negro de su hijo, un joven Pruden, que un accidente de tráfico se lo arrebató con solo 44 años en los 80. Otra instantánea muestra el primer plano de su madre María, siempre de negro por el duelo y con moño. El color aparece entre las fotos de los sobrinos nietos, y en un cojín de fondo blanco con el logotipo de la residencia en tonos amarillo, azul, naranja, rosa y verde, con un lema de complicidad.

Desde hace diez años Alicia reside en Amavir Argaray, junto al Seminario de Pamplona. Siempre va por libre con su silla de ruedas por los pasillos de la segunda planta; quiere seguir comiendo sola, sin que nadie le ayude y no le gusta echar la siesta. A veces pinta algún dibujo igual que si fuera una niña de Infantil en sus primeras pinceladas, y sus diálogos transitan entre la coherencia e incongruencia, todo depende de la hora o del día.

Alicia ha perdido audición, y conviene acercarse a su oído derecho para cualquier comentario.

-¿Tía, sabes quién soy?, le pregunto cada vez que voy a visitarla.

-¿La de la Conchita de la Rochapea? Te pareces a ella, responde al observar mi rostro oculto en la mascarilla. En cambio, en otras ocasiones no duda en contestar: “la Sagrarito”.

Alicia pasó el coronavirus en la primera ola, pero no ha sido consciente de todas las medidas que se han tenido que adoptar por la pandemia. Eso sí, no le gustan las mascarillas porque escucha peor cuando hablas con ella.

-Con eso que llevas en la boca, no te entiendo nada, me suele decir.

Siempre que me despido de ella intento que me lance un beso y una sonrisa; la mayoría de las ocasiones lo hace, pero el día de su cumpleaños ha preferido dormir. Y es que su cabecita ya no distingue de fechas, y para ella, todos los días son iguales. La más longeva de la familia ya ha llegado a los cien. Felicidades tía Alicia.