La proximidad del Tour de Francia produce, inevitablemente, vasos comunicantes entre los opositores a la gloria en los Campos Elíseos de París. Suiza y Eslovenia hacen frontera con la Francia ciclista. Todos los caminos confluyen a la Grande Boucle, que se disputará entre el 26 de junio y el 18 de julio. La ruta hacia la entronización en la cúspide del ciclismo enmarcó la victoria sin contestación de Pogacar en Eslovenia. En las montañas suizas, en sus paredes enmoquetadas por el verdor de las praderas que festonean las carreteras que rascan la barriga del cielo, Richard Carapaz fijó la cordada de cara al Tour. El ecuatoriano domesticó a Fuglsang para encaramarse al triunfo sobre la corona de Leukerbard, el puerto que enroscó el nuevo orden en la prueba helvética. Mathieu van der Poel dimitió en las fauces de las montañas. El neerlandés honró el liderato a través de una fuga de 100 kilómetros junto a Imhoff, Samitier y Pernsteiner. Fue su agradecimiento. La intrahistoria.

El relato principal estaba en las piernas de los favoritos, donde sobresalió el perfil guerrero de Carapaz, que jugó con los síntomas del desfallecimiento y la dramatización para pasar por la sastrería del Tour de Suiza y quedarse con la casaca amarilla después de exhibirse en la ascensión definitiva, en la que anuló a Fuglsang en el mano a mano. Carapaz adquirió una renta de 39 segundos sobre el grupo de Alaphilippe, Woods, Urán, Hamilton y Schachmann, que nunca pudieron con el repunte de Carapaz, que sube las montañas al esprint, con ansia. Nunca se sabe qué ocurrirá después. "Pensábamos en la general, pero también en ganar etapa. Hemos hecho las dos cosas, así que estoy muy contento. Hemos venido para preparar el Tour, no cambia mucho si ganamos la carrera o no. El objetivo principal es el Tour, pero si podemos ganar en Suiza tampoco está mal", explicó el ecuatoriano. Mejor ganar. Refuerza el discurso y la confianza. Purpurina antes del Tour.

Carapaz tejió el liderato con la paciencia de la rueca de Penélope. El ecuatoriano, formidable, siempre agresivo, se disparó entre los nobles exhibiendo su colmillo. Cuando se erizó y fijó la mirada en el frente desnucó al resto. Alaphilippe boqueaba. Woods quiso, pero no pudo. El resto, tampoco. El ecuatoriano vislumbró a Esteban Chaves, que se encendió un puerto antes, en Erschmatt. Carapaz llegó a su altura y se despidió de él con un cambio de ritmo. Rastreaba a Fuglsang. El danés que había acompañado a Chaves, que quiso conocer el futuro sin intermediarios. Su sonrisa era ambiciosa. Fuglsang le enfrió el entusiasmo. El danés inició el asaltó a Leukerbad. Le empaquetó Carapaz, que se personó en la escalada del danés. El danés se agarró con los dientes a la rueda del ecuatoriano, para entonces a pecho descubierto.

Carapaz aceleraba con fruición. Con la rabia necesaria. Fuglsang le seguía el compás. No le dio ni un solo relevo cuando contactó con él a 3 kilómetros de la cima. El resto de la nobleza comenzó a acumular derrota y cansancio. El ecuatoriano necesitaba 16 segundos respecto a Alaphilippe. Los consiguió sin sobresaltos. El campeón del Mundo padecía en el grupo, sin apenas rastro de su pizpireto pedaleo. El francés se movía mucho, pero apenas avanzaba migajas. Carapaz y Fuglsang se retaron en las distancias cortas. El danés chirrió la dentadura para desprenderse del ecuatoriano, que soportó la descarga final de Fuglsang para rebasarle en meta y coleccionar la etapa y la general. El resto de rivales al triunfo de la carrera cedió 39 segundos más los diez que el ecuatoriano se quedó con la bonificación. Logrado el botín, Carapaz relajó su rostro de guerra.