“Es evidente que ahora está por encima de mí. En el fondo, ya lo pensaba cuando vi lo que hizo en el Tour de este año, pero esta noche (por el domingo) ya no tengo ninguna duda”. Palabra de Eddy Merckx, la deidad pagana del ciclismo. El belga, el Caníbal, –que en una Vuelta a España esprintó con rabia para disputar una meta volante, que en realidad era una pancarta del Partido Comunista, o así se cuenta la historia– campeón de cinco Tours, cinco Giros, una Vuelta, tres Mundiales y todos los Monumentos hasta completar 279 victorias totales, hablaba de Tadej Pogacar, el chico maravilla. Su heredero. El pequeño Caníbal. El esloveno, recién cumplidos los 26 años, es dueño de tres Tours, un Giro, media docena de Monumentos (tres Il Lombardia, dos Liejas y el Tour de Flandes) y un Mundial. El que conquistó el domingo en Zúrich tras una escapada de 100 kilómetros. Una hazaña que dejó atónitos a todos. Ni sus rivales consideraban esa locura como opción. Pogacar provocó lo nunca visto. El esloveno, con 86 victorias, fue elevado a hombros entre hurras y loas tras una exhibición irracional Todo en el esloveno resulta desmedido.
Pogacar, el ciclista de todos los colores, destaca no solo por su ambición y su capacidad de ganar. Su figura se subraya, sobre todo, a través del cómo. La manera de vencer. En su año de ensueño, el gran talento esloveno ha enlazado la triple corona. Conquistó el Giro, el Tour y el Mundial. En el camino al trono de Italia tejió seis victorias de etapa. La Grande Boucle la completó del mismo modo. En el Mundial se encumbró con una actuación sideral. Nadie en su sano juicio pudo intuir ese movimiento. El emperador del ciclismo no parece tener techo. ¿El cielo es el límite? Pogacar es el asombro y la hipérbole encima de una bici. El campeón sin fin, el que no padece. En el Giro y en el Tour, donde batió récords imposibles, –donde desfiguró las marcas de Lance Armstrong o Marco Pantani, epítomes de una era salvaje, de los ríos de EPO por las arterias del ciclismo– se paseó Pogacar y su rostro fresco después de actuaciones sobrenaturales. El esloveno que todo lo alumbra a modo de una traca final de fulgor, de ruido atronador, de luces cegadores, de olor a pólvora que todo lo impregna, se abre camino a la Historia.
Cincelado su nombre en el panteón de los mitos y los más grandes, ojea en el horizonte la posibilidad de vencer el cuarto Il Lombardia en una temporada repleta de éxitos contundentes y no por ello menos extravagantes. Campeón en la Strade Bianche tras un ataque de 82 kilómetros. Vencedor de la general de la Volta más tres etapas. Ganador de la Lieja en solitario tras escaparse a 35 kilómetros de meta. Rey del Giro con seis victorias parciales en sus alforjas. Emperador del Tour con otra media docena de etapas en el macuto. Se llevó del GP de Montreal tras una fuga de 25 kilómetros. Remató con el arcoíris en Zúrich después de una cabalgada de 100 kilómetros. En total, 23 laureles en un solo curso.
Sucede que esa superioridad aplastante en la era de los grandes ciclistas –en la que Evenepoel, un ciclista con talla y peso de escalador, derriba a los colosales especialistas en las cronos; en la que Vingegaard, perfil de hilo, escala mejor que nadie y rueda como un titán en las cronos, y donde Van der Poel hace trizas el pavés con actuaciones lisérgicas– se abre un debate sobre semejantes conquistas.
El cuestionamiento de un ciclismo en estado de erupción constante corre en paralelo a los shows que se agolpan y que se apilan como contenedores de fantasía en un puerto de ensueño. El relato se construye con la lógica y los elementos de siempre. Apenas ha variado la terminología, que se aleja de las zonas oscuras y de las sombras y atribuye la plenitud del ciclismo a un lista de mejoras que, si bien son innegables, no parecen que puedan resolver todas las dudas. Desde el pelotón se aduce que este nuevo ciclismo está limpio y que todo lo que acontece responde a la revolución propia de los tiempos modernos, a las concentraciones en altura, a la nutrición, a la ciencia aplicada al ciclismo, a todo lo que han avanzado los materiales, a las bicicletas, a la ropa, a las ruedas...
NUEVA ERA
El dato tiende a matar el relato y los récords que se están derribando, las exhibiciones constantes, escapan a cualquier cálculo racional. Sin embargo, en la ecuación de las mejoras parece que no existan las ayudas ilegales, como si en el ciclismo, tan apaleado por su propia historia, se haya desterrado para siempre el engaño. Algunas voces cuestionan esa retórica. ¿Cómo es posible mejorar tantísimo los registros de los años en los que la trampa era norma?
Tras el Tour, Pogacar tuvo que responder a las dudas que para algunos genera su rendimiento. “Siempre habrá dudas. El ciclismo abusó en el pasado. El ciclismo quedó muy dañado”, dijo entonces. El esloveno atribuyó también a las envidias las suspicacias sobre su éxito. “Si alguien gana mucho siempre habrá envidia y odiadores. Y si éstos no están, entonces no estás teniendo éxito”. “En el ciclismo, la UCI y la AMA invirtieron mucho para tener un deporte limpio”, argumentó el esloveno. “No vale la pena tomar o usar algo que ponga en riesgo la salud. El ciclismo se terminará a los 35 años y luego aún me quedará toda una vida para disfrutar. Sería muy estúpido arriesgar eso por correr en bici. Es solo un juego, es divertido, quieres ganar, pero no es todo”, remató el esloveno. Palabra de Pogacar. El campeón sin límites.