LA televisión a veces es pura metáfora. Ayer, la programación, unida a los acontecimientos, nos diseñó todo una antología del hombre contemporáneo y su planeta. La vida y la muerte. La sorprendente revelación del asesinato de Bin Laden que interpretó por televisión Obama, con gesto de hombre recto, cargado del espíritu bueno de John Wayne, fue un momento de los que uno barrunta que este mundo, en el fondo y en las formas, está en manos de forajidos. El asesinato (que ellos lo colocan a la altura de un duelo al sol) subirá la popularidad del presidente estadounidense hasta el cielo ¿Qué mundo vemos desfilar a diario por la tele cuyos líderes dependen de la efectividad de un disparo? Yo creo que si nos refugiamos en los documentales es para poner un poco de paz en la conciencia. Ayer en Grandes Documentales de TVE 2 hablaban del alce que convive entre el clima extremo de Canadá y la civilización que le va comiendo sus territorios. Resulta que el cambio climático ha hecho que las plagas de garrapatas no mueran por el frío y ahora colonizan los cuerpos de estos herviboros. Los animales sobreviven duramente. Se arrancan jirones de carne en los árboles porque no soportan el picor. Los que no mueren por la infección de las heridas lo hacen por la anemia que les produce tener cien mil garrapatas chupándoles la sangre. Al asistir de espectador a estos documentales, uno se enfrenta a la ley natural. Se ve cómo la muerte también es el triunfo de la vida. La carne de los pequeños alces hará posible la existencia de los lobos y osos en Canadá y en otras partes del planeta. La celebración de la muerte del terrorista más buscado es una ceremonia demasiado macabra. Más que en los informativos habría que meterla en La 2, dentro de un documental titulado: El hombre, el más siniestro de los depredadores.