pamplona. Suso Silva, Premio Nacional de Circo en 2003, es todo entusiasmo cuando habla de su espectáculo, el que ha concebido para recuperar "el buen nombre" de las artes circenses. Y, de paso, para hacer temblar a los espectadores con un montaje basado en los clásicos del cine y la literatura de terror, aderezados con las justas dosis de alivio que proporciona el humor. Los espectadores de Pamplona tendrán cinco oportunidades para comprobar hasta dónde aguantan sin soltar gritos y carcajadas.
¿Cómo surge la idea de montar un espectáculo de estas características y de llevarlo a teatros, donde no resulta muy habitual ver estas propuestas?
No es habitual ni en teatros y ni siquiera en carpas. Surge por dos ideas claras. Una, porque creo que es necesario limpiar de caspa el circo más tradicional y convencional, muchas veces cutre, feo... A veces, parece que los padres tragan y van a espectáculos de mala calidad con tal de que los niños estén entretenidos. Y no hay que transigir. Por otro lado, yo he trabajado en muchos circos y me daba mucha pena ver pasar de largo al público joven, que, como cómico y mimo que soy, considero que es mi público. Por eso me planteé que había que encontrar un modo de hacer circo mucho más depurado, contando una historia, para atraer a los veinteañeros. Y no es que sea un loco del terror, pero, cuando decidí apostar por un proyecto diferente, me fui a las colas de los cines y vi que este género ganaba por goleada.
¿A qué cree que se debe?
No sé, creo que los humanos somos morbosos, nos va el miedo y, sobre todo, la incertidumbre, el suspense. Además, la vida es tan plana a veces, que me gusta hablar de la poética del terror, de la magia que tiene.
¿El cine clásico de terror ha sido su mayor fuente de inspiración?
Ha habido otras, pero el cine ha sido la principal. Hay muchos guiños a películas como el Resplandor, la Matanza de Texas, con dos personajes que salen con motosierras, o It, con payasos que dan mucho respeto; la niña de El exorcista, encarnada por una gran contorsionista; la muerte sale a caballo; también hay una niña aparentemente dulce y preciosa a la que todo el mundo le gustaría tener... pero lejos (risas); una vampira con una serpiente de tres metros; Jack el Destripador hace un lanzador de cuchillos; un demonio vaga por el cementerio...
Menudo desfile. Puede haber gente que se eche atrás por miedo, precisamente.
Espero que no, porque, en realidad, el espectáculo es una mezcla de circo, teatro y cabaret. La función cuenta la historia de un hombre que se sube a un tren, se confunde de parada y se baja en un cementerio antiguo donde le van a pasar todo tipo de cosas hasta que le muerde la vampira y se transforma en el maestro de ceremonias e hilo conductor, que es Nosferatu. Es un cabaret porque tiene un humor muy fresco, muy contemporáneo y muy veinteañero. Si el espectáculo dura dos horas y diez minutos, el público se va a pasar hora y cuarenta y cinco riendo. No hay violencia ni agresividad, puede haber momentos impactantes, pero siempre con mucho humor.
¿Qué tipo de humor?
Yo diría que el espectáculo tiene dos tipos de humor. Por un lado, el del comienzo, cuando al público le saldrá la típica risa tonta que nos sale a todos cuando estamos demasiado tensos, pero, luego, viene el otro tipo de humor, que ya es de romperse las mandíbulas. De hecho, hay quien nos ha dicho que esperaba pasar más miedo.
¿Cuántos personajes y números contiene el espectáculo?
Somos cerca de treinta personas, con diez u once números, más las pequeñas introducciones de cada uno. Eso explica que el espectáculo tenga la extensión que tiene, aunque casi todo el mundo nos dice que se le hace corto.
¿Qué tipo de técnicas de circo vemos en escena?
Muchas y muy diferentes. Al principio tenía mis dudas de mezclar a artistas diferentes, desde los cantantes del cabaret hasta los actores o los artistas de circo. No sabía si se iban a llevar bien, pero resulta que los unos flipan con los otros y, de hecho, puedes ves a un actor probando un número de trapecio. Y eso está bien, porque yo no quería a un artista de circo sólo, sino a uno que pudiera dar vida a un personaje y, a la vez, tener su propia técnica. No me interesan las estrellas, quiero un grupo; porque nadie luce si el que va antes o después está deslucido. Yo sé que funciono, llevo toda la vida dedicándome a esto, pero quiero que la gente disfrute más de los payasos, que las acrobacias impresionen y que la interpretación cale hondo.
De entrada, ¿qué se va a encontrar el público cuando acceda al teatro?
Solemos tematizar los lugares en los que actuamos, así que el vestíbulo estará lleno de gasas negras, tumbas, jaulas, ataúdes, esqueletos, prótesis, la novia asesina, una plañidera llorando por las esquinas, un tío con dos cabezas... Así, hasta 25 freaks. Y una niebla densa que crea un ambiente muy especial, porque no hay miedo más miedoso que no saber qué hay detrás de la niebla. Lo que no vemos nos da más miedo que ninguna otra cosa, y ésa es un poco la literatura que he utilizado, aparte del cine, para montar el espectáculo. Por ejemplo, H.P. Lovecraft o Poe, que hablan de cosas que nunca acabas de saber del todo qué significan. Eso genera muchísima inquietud. Pero ese momento de cierta tensión pasa enseguida, luego la gente va a pasar dos horas muy entretenidas.
Creo que también ponen a disposición del público un libro de firmas o, mejor dicho, de condolencias...
Sí, allí la gente puede escribir al final de la función. Este libro nos suele servir de baremo para ver si le hemos gustado al público de ésta o de otra ciudad. Y suelen salir comentarios interesantes y frases chulas. Una de las últimas, que ya me la quedo para mí, fue de un chaval de 20 años que decía que nunca pasar miedo fue tan divertido.
¿Hasta qué punto es interactivo el espectáculo?
Es bastante participativo. Jugamos con los espectadores, les sacamos al escenario, les metemos en jaulas, hay algún incauto al que la vampira intenta seducir y al que le coloca la serpiente en el cuello... Todo siempre en clave de humor.
¿Y el público se anima?
Un montón (risas). Se nota que somos latinos. En especial, el público del norte siempre me ha parecido cojonudo, por eso estoy deseando llegar a Pamplona. Este tipo de espectador es muy exigente y entendido y no lo aplaude todo, sino lo que le gusta, lo cual me parece muy bien. Hasta ahora, el público ha reaccionado muy bien y al final se pone de pie. Además, hay gente muy valiente con muchas ganas de cachondeo, de apurar sus euros, ganados en una época complicada, y de vivirlos intensamente. De hecho, cuando toca sacar a gente al escenario a algunos hay que pararlos. En este sentido, sí nos ponemos la medalla de que estamos recuperando un tipo de espectador no habitual del circo y ni siquiera del teatro. Yo me he encontrado en los patios de butacas grupos de góticos, de hippies, familias, abuelos de 70 años partidos de la risa... Y muchos chavales, porque soy muy consolero y también me he inspirado en videojuegos como Silent Hill y otros.
¿Es, pues, una propuesta para todas las edades?
Creo que sí. Ojo, quizá no para niños muy pequeños, porque igual salen corriendo, pero a partir de los 9 ó 10 años los chavales se las saben todas y, desde luego, no son tontos, por eso también la necesidad de lavar la cara al circo, que vuelva a levantar pasiones y que no veamos una carpa y pensemos enseguida en la cutrez que tiene que haber ahí dentro.
Con la cantidad de maquillaje y el vestuario tan especial que llevan los personajes, tiene que ser un espectáculo verles detrás del escenario, en camerinos, preparándolo todo.
Y tanto. Es muy interesante. Aunque ahora ya se hace más rápido, al principio Nosferatu llevaba dos horas y media de maquillaje a cuatro manos, para ponerle la nariz, las mejillas, los dientes, las cejas, las lentillas... Y los payasos también tienen mucho trabajo. El espectáculo luego fluye muy rápido, pero los preparativos, lo que vivimos detrás, es muy intenso. Vestuario y maquillaje llevan su tiempo.