"Las Bodas": un banquete de ópera "las bodas de fígaro"
Reparto: María Bayo (Condesa Almaviva). David Menéndez (Conde Almaviva). Iñaki Fresán (Fígaro). Sabina Puértolas (Susana). Sophie Marilley (Cherubino). Francisca Beaumont (Marcellina). Alfonso Echeverría (Bartolo). Jon Plazota (Basilio). Iker Bengoetxea (Don Curzio). Amaia Azcona (Barbarina). Pablo Azpeitia (Antonio). Nerea Berraondo y Marta Sola (dos campesinas). Bailarines. Orfeón Pamplonés (Director: Igor Ijurra). Orquesta Sinfónica de Navarra. Emilio Sagi, dirección de escena. Ernest Martínez Izquierdo, dirección musical. Programación: Temporada de la Fundación Baluarte. Auditorio principal. 25 de noviembre de 2010. Público: Se agotaron las entradas.
EMILIO Sagi, el director de escena, ha creado para esta producción de Las Bodas un espacio tan elegante, sugerente, fresco, bien iluminado y vestido como la música de Mozart. El trabajo escénico con los actores ha sacado de ellos toda la filigrana teatral que posee esta ópera. Y el elenco, que, en gran parte, nos resulta muy próximo -y al que hemos seguido desde estudiantes-, ha dejado ese poso de sabiduría musical que Mozart requiere para sus voces: claridad en el fraseo, la complicada sencillez al servicio de la línea de canto, el respeto y profundización del texto recitado, la intencionalidad expresiva de las dobles lecturas, la elegancia y esbeltez del legato, la picardía y el buen humor de los concertantes; en fin, la felicidad musical que transmite Mozart. Hubo aroma mozartiano, un poco desigual, pero lo hubo. Tensión alta en el mantenimiento de la trama. Suficiente homogeneidad en el conjunto, para que el desarrollo del embrollado argumento, donde intervienen tantos personajes, no decayera. Un nivel muy aceptable. Con picos extraordinarios.
Sabina Puértolas, que debutaba el papel, hace una Susana muy ágil y suelta en lo teatral -quizás excesivamente movida-, borda su aria final: le da ternura y misterio, en medio de la noche. Su emisión es limpia, mantiene un legato muy musical. Hilvana la trama, junto con Fígaro, y su voz casa muy bien con la de la condesa (cantaron tan compenetradas que hasta se olvidaron que estaban en escena). Le pediría más matizaciones en el recitativo -en Mozart se va del parlado al arioso-. Iñaki Fresán, por el contrario, domina el recitativo -magníficas sus dobles consonantes-. Está muy comedido y convincente en lo teatral y resuelve con la sabiduría de la experiencia los escollos de sus arias. La condesa de María Bayo es sublime en su segunda aria, cargada de emoción dolorida y resignada. Impecables y de referencia los recitativos, consigue, también, un empaque especial en la escena. Es media vida en el escenario, y se nota. De igual empaque resultó el conde de David Menéndez -verdadera sorpresa de la tarde-, con una voz potente y redonda, sin dejar de tener color mozartiano en su morbidez y carnosidad. Derrochó autoridad vocal para un conde teatralmente convencional. Otra magnífica sorpresa fue el Cherubino de Sophie Marilley. Pocas veces he visto un Cherubino que dé tan bien el personaje en escena -y mira que he visto veces esta ópera-, pero es que además, su timbre vocal de mezzo -de cierta ambigüedad- resultó especialmente atractivo para sus bellísimas arias. Quizás al tener un físico tan andrógino, no debiera haber exagerado tanto algunos gestos, no hacía falta. Francisca Beaumont encarna con una arrebatadora simpatía su rol: lo hace dentro de la más pura tradición del personaje. Tiene una teatralidad innata. Alfonso Echeverría defiende con gran autoridad su personaje. Muy limpio de timbre el tenor Jon Plazaola. Muy prometedor el debut de Amaia Azcona, que anduvo suelta y pizpireta en su aportación. Y eficaz, como siempre, Pablo Azpeitia. El Orfeón -un poco malperdido en esta ocasión- cumplió en su doble faceta vocal y de esplendor escénico. En la dirección orquestal me pareció ver cierto tira y afloja entre el tempo -más bien ágil- que quería imponer el maestro, y la retención de los cantantes, que apetecían su fraseo propio. Nada grave, pero sí que algo se mermó en la justeza de los concertantes, y en la audición -en la sala- de los pasajes a media voz.
A mi juicio, una espléndida producción, de la que se ha hablado mucho por la implicación de paisanos. Supongo que por marketing. Por supuesto, no es criterio artístico. Pero tampoco lo contrario. Hasta hace cuatro días no se contrataba aquí ni a Maite Beaumont, ni a Raquel Andueza -por poner dos casos que no están en esta producción- cuando ya habían recorrido los escenarios de media Europa. Mucho paleto es lo que hay. Se aplaudió, pero no para el mérito del trabajo realizado. Y es que, como decía Ochoa de Olza, la mayoría del público es pucci-verdiano. Más de uno, de los que se las dan de entendidos, si ven esta producción en la Ópera de París, sale obnubilado.