Síguenos en redes sociales:

Viena... Y más 'los bailes de viena'

Intérpretes: Solistas de la Ópera de Viena. Dirección: Gregor Hatala. Programa: Fragmentos de Giselle, El Lago de los Cisnes y el Corsario. Las Llamas de París. El Burgués. Noche oscura y La danza de la Diva. Marchas, polcas y valses de Johann Strauss, Komzak, Jurek y Josef Franz Wagner. Programación: Ciclo de la Fundación Baluarte. Auditorio principal. 10 de diciembre de 2011. Lleno.

SON muchas las galas que se organizan en torno al famoso concierto de Año Nuevo. La mayoría con orquestas de medio pelo que, sin embargo, suelen tener éxito entre un público frustrado por no poder acceder a la Musikverein. Lo ofrecido por este consorcio del Ballet de la Ópera de Viena va más allá de una buena copia del original. No sólo transmiten el perfume y aires de la época dorada del vals vienés con elegancia y tradición, sino que ofrecen un recital de arias de gran ballet clásico, fundamento y base de la calidad del conjunto. El espectáculo es un acierto en combinación de piezas, de las más clásicas, a las neoclásicas -en la primera parte-; y, en la segunda, -ya en la Viena imperial- una bien elegida y nada empalagosa sucesión de marchas, valses y polcas que aguantan bien la inevitable coreografía de las vueltas.

El conjunto vienés es, en todo momento, un conjunto de ballet clásico. Aunque suene música pop o de Jaques Brel, los pasos, incluso las coreografías -en apariencia más desenfadadas- mantienen el estilo clásico. En algunos momentos, ese contraste entre el pop y las puntas, es un valor añadido.

Barbora Kohoutkova, que abre y cierra la primera parte dedicada, sobre todo, a solos y dúos, comienza con una fraseo muy lento en el paso a dos de Giselle. Su dominio del tempo y de las puntas es evidente. En El Corsario, explaya su registro: un virtuosismo, formalmente en el más puro academicismo, que rebusca en la época gloriosa de los pasos de bravura: diagonales en puntas, verticalidad del eje en las elevaciones, saltos sobre una punta, series de fouettés sin fin?

Su partenaire en Giselle, -Martin Buczko- la secundó con elegancia; ofreciendo, además estilizados grand jetés (saltos). En El Corsario estuvo atendida por el director de la compañía, Gregor Hatala. Este bailarín de largo recorrido firmó un desengrasante Burgués, con música de Jacques Brel, en el que hizo gala de un prodigioso dominio del salto, de los dobles giros y, también, del sentido del humor. A su potente figura le va la estética de ese neoclasicismo que linda con el contemporáneo. Más que lo eminentemente clásico. En El Corsario, si bien se lució en el recorrido del escenario en grandes saltos, estos, precisamente por esa potencia, quedaban un poco alicortos.

La pareja formada por Karina Sarkissova y Mihail Sosnovschi aportó un plus de jovialidad y tempo más allegro en Las Llamas de París, una obra con coreografía de Cauwenbergh y música de Boris Assafjew. Su paso a dos fue un alarde de virtuosismo, los giros en el aire de él, tenían la réplica en los saltos en puntas de ella. Salvo en algún remate, estuvieron impecables. Karina nos sorprendió con un baile pop en puntas en La danza de la Diva: un salto en el vacío propuesto por Eric Serra en la música, partiendo de La Traviata; con coreografía de la propia bailarina.

No aportó mucho, sin embargo, Noche Oscura, un episodio de ballet contemporáneo en el que la simetría, a veces pedida al cuerpo de baile, era mejorable.

Precioso el pas de deux de El Lago de los Cisnes, a cargo de Ketevan Papava y Martin Buezko. Excelente paralelismo de la bailarina con el tema del violín, estilización de la música, e interiorización de la danza.

La segunda parte, como va dicho, desarrolló lo que más esperaba el público -los valses, las polcas, las marchas de estética de soldaditos de plomo-. Pero si todo resultó fluido, y aguantó bien las repeticiones y los da capo de las partituras, es porque los bailarines no se limitan a lo evidente, sino que, en medio del revoleo y del vaporoso y bien elegido vestuario, se suben a las puntas, adornan sus giros con saltos, y trenzan coronas y ruedas con la soltura del que atesora formación clásica.