Fecha: jueves, 31 de mayo. Lugar: El Bafle, Iruñea. Intérpretes: Javier Corcobado, a las guitarras, al saxo -ocasionalmente- y a la voz, acompañado por Juan Pérez Marina, a las guitarras, Sergio Devece, al bajo, y Jesús Alonso, a la batería. Incidencias: presentación de Luna que se quiebra sobre la tiniebla de la soledad, nuevo trabajo del artista. Hora y ½ de duración, asistencia discreta.
INTENSIDAD, poesía y visceralidad. Ingentes cantidades de todo ello, he aquí que supuraron las personalísimas composiciones que el imprescindible Javier Corcobado se arrancó del alma en El Bafle, antojándosenos las mismas todo un ejercicio de exorcismo: lo que vienen a ser sus conciertos -por otra parte-, rituales de arrebatadora terapia contra todo tipo de chatarra emocional, demonios y demás espíritus malignos.
Rezumando en todo momento sentimiento y crudeza por igual, sin dejar indiferente a nadie, la velada arrancó con Desde tu herida, tema extraído del álbum debut de Corcobado, Agrio beso, registrado en 1989, e incluido años después en Boleros enfermos de amor, encontrando pronto su espacio dos composiciones de uno de sus últimos discos, A nadie: ¿Por qué estoy tan triste? y La canción del viento; a continuación sonó Catorce, de poderosa enjundia y ejecución verdaderamente rabiosa, con la banda demostrando tener el total control de la situación a la hora de tejer la ambientación oportuna. Su venenosa ambientación, en este caso. El ambiente más que apropiado para, entre atrevidos volantazos sonoros, ayudar al artista a parir de forma natural su desgarrador planeta de canciones. Para trazar el atmosférico anillo de Saturno llamado a envolverlo, ya de trazo fino, ya verdaderamente grueso dicho anillo. Acto seguido, tras solicitar silencio después de brindar Coraçao vagabundo, versión de Caetano Veloso incluida en el CD que se presentaba; tras hacer ver a los presentes que no acostumbra a hablar en los conciertos y que tampoco soporta que el público lo haga mientras canta, sonó otro peso pesado, A nadie, continuando la noche con la revisión de Te estoy queriendo tanto, de Manuel Alejandro, y la descomunal y desquiciante Sangre de perro: descarga de rabia y decibelios que, denotando locura y personalidad propia, precedió a otra descarga tal, la de Ansiedad, dejando la misma definitivamente rota la barrera del sonido; pasando de cero a cien -y viceversa- el sonómetro en cuestión de segundos. Latiendo su pulso de forma ora encabritada, ora del modo más premeditadamente sensual. Y de esta forma, sin complejos ni prejuicios, fue transcurriendo la sesión, entre continuas demostraciones de locura creativa y vital. De cuerda locura se mire como se mire, tal y como Javier, fuera y dentro de sí mismo al mismo tiempo, pasando en lo que dura un latido del susurro a la explosión más bestial, dejó entrever finalmente con temas como La libertad, En el bosque o, principalmente, con la impactante Losing touch with my mind, a modo de traca final.
Chatarrero de sangre y cielo en los años noventa (tras parir sin epidural igualmente bandas como Mar otra vez o Demonios tus ojos), artista de culto donde los haya que, impertérrito, ahí continúa, haciendo su camino, Corcobado protagonizó un concierto totalmente de culto; una actuación cuyas canciones fueron vividas por él con inusual tensión. Y tanto la parte musical como sus letras, nacidas en el vórtice del terremoto, llamadas a hacer diana en el epicentro de los de los demás y en perfecta armonía siempre con su hábitat; con sus envoltorios musicales. Escritas a borbotones con esa sangre con la que, según nos decían en tiempos pretéritos, tenía que entrar la letra; ¿dónde? En este caso, en sus trajes musicales. En los de unas composiciones que, de hondo latido existencial y componente musical marcadamente eléctrico en casi todos los casos, dejaron un gran sabor de boca en El Bafle, en verdad.