MADRID. Dos años después de publicar un libro de relatos, el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique regresa a las librerías con Dándole pena a la tristeza, una novela en la que relata los avatares de una acaudalada familia limeña y que ha construido tras zambullirse en las vivencias de su propia saga.

Bryce explicó ayer en rueda de prensa que esta obra la tenía desde hace más de cuatro décadas en su cabeza, aunque no fue hasta el año pasado cuando fue a la península de La Punta, un lugar de 4.000 habitantes, descendientes de ligures italianos, donde veraneaba con su abuelo de pequeño, afrontó el proyecto.

Sin embargo, todo había empezado un día de hace más de cuarenta años cuando fue a visitar a su vieja nana, llamada Mama Rosa, en Lima, y al preguntarle cómo se encontraba, esta le respondió: "Aquí, Alfredito, dándole pena a la tristeza". "Y yo me dije -prosiguió- aquí hay una novela, pero la retuve muchos años porque tenía otros temas como el de Europa, que se había metido en mi literatura".

En Dándole pena a la tristeza (Anagrama), el autor sudamericano arma un mosaico familiar a partir del fundador de una saga llamado Tadeo de Ontañeta, un minero de finales del siglo XIX, quien con su creatividad y sacrificio funda un gran imperio financiero.

Aunque se trata de un personaje totalmente inventado y que nada tiene que ver con su abuelo, fundador del Banco Internacional del Perú, Bryce desveló que algunos de los capítulos de la obra están basados en familiares suyos ya fallecidos, algunos excéntricos, como una prima beata que acabó en un circo, muriendo en extrañas circunstancias cuando se dirigía a Panamá, u otro sobre un pariente que tuvo relaciones con Ava Gardner.

A su juicio, tras leer muchas obras relacionadas con la historia del Perú o tener en cuenta otras novelas sobre familias como El Gatopardo, Los Buddenbrook o Bearn, lo que queda claro es que "las grandes familias duran tres generaciones. Hay uno que las funda, otros que consolidan la fortuna y luego llega la tercera generación que lo despilfarra todo".

Su familia, entiende Bryce, "cumple todos los requisitos de las familias que van de más a menos".

En estas páginas, por tanto, aunque haya muchos personajes de ficción aparecen otros que tienen su misma sangre, desde la beata Teresa a Marcos Porras Echenique, "uno que nunca hizo nada en la vida" y al que el escritor dedicó el siguiente epitafio cuando murió: "Aquí sigue descansando Marcos Porras".

Otra personalidad que marcó al escritor fue la de su progenitor, un hombre que acabó sus días sin apenas hablar con sus semejantes, a no ser que hubiera ingerido una buena cantidad de whisky, aunque cada mañana podía escucharlo cantar en la ducha. Fue alguien que había toreado en una plaza de Castilla con la mala suerte de que uno de los animales que le tocó en suerte acabó matando a una mujer al caerle encima y que también había cantado en la ópera de Milán con el nombre de Francesco Guiuseppe Bryce.

A pesar de que cuenta la historia de una familia en decadencia, el libro no rehuye el sentido del humor y la ironía. "Creo que las familias muy decadentes tienen una gran autoironía, se ríen mucho de sí mismas. En mi familia, por ejemplo, había mucha alegría, el único que no concordaba era mi padre con sus silencios", apostilló.