Títeres mediáticos
La televisión produce una cantera de muñegotes, títeres, payasitos para alimentar miles de horas de entretenimiento a costa de dilapidar honras, famas, vidas personales y otros jirones de la existencia que silenciosa pero continuadamente marcan la vida de programas y canales de la tele contemporánea, que tanto nos entusiasma y llena vacíos clamorosos de nuestra vida interior, finalizada la jornada laboral.
La potencia penetrante de las cámaras, inquisidoras de la vida de personajes de distinto pelaje y condición, es cada día más creciente, esquilmadora y cercenadora de interiores trayectos humanos que en cuanto quedan al descubierto, tienden a quemarse, ridiculizarse, machacarse por los llamados medios de comunicación de masas, que necesitan pasto para su ímpetu alimañero que lo mismo se traga un político de primera fila (Rato) que una concursante de GH (Paula) llena de histeria, griterío e inmadurez sacrificada en el altar catódico de la tele, gran devoradora de todo tipo de personajes.
Vestidos o desnudos (última invención de Mediaset), los muñecos de carne y hueso van desfilando por platós que se convierten en antesala de despiece humano, en la que muy pocos supervivientes salen ilesos de la prueba de fuego al alcanzar notoriedad y popularidad en la pantalla.
Es el precio de la fama, el pago por ser rutilante estrella por minutos u horas, los talegos que hay que abonar para formar parte de la constelación de pequeños títeres de grandes medios. Son los nuevos esclavos del poderío televisivo, los siervos de la gleba de una sociedad de celofán y mentira en la que estos personajillos llenan todos los días espacios sin substancia, sin contenido, sin mensaje. Ellos y la tele son el mensaje del poderoso medio de la aldea global siempre dispuesto a deglutir a quien se pone bajo los focos ante cámaras y micrófonos.