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Un moderno retablo de Navidad

Coral San José de la Chantrea

Mezzosoprano: Nerea Berraondo. Trompeta: Iñigo Remírez. Dirección: Carlos Etxeberria. Programa: Stella natalis, oratorio de Navidad en 12 partes con letra de Carol Barrat y música de Karl Jenkins (Gales, 1944). Programación: ciclo de Navidad del Ayuntamiento de Pamplona. Lugar: iglesia de San Saturnino. Fecha: 30 de diciembre de 2014. Público: lleno, con mucha gente de pie. (Entrada gratuita).

Karl Jenkins, el polifacético músico galés, da luz y vida a esta hermosa y entretenida meditación sobre la Navidad, a través de tres instrumentos fundamentales en su formación musical: el órgano de tubos que tocaba su padre, la voz coral, y el saxofón; porque los doce números que componen su obra -con una narración clara de lo navideño, desde la oración y contemplación, hasta el juego infantil- se cimentan en el empaste organístico de coro y orquesta, la voz estupendamente tratada, tanto desde el ritmo como desde la melodía, y la trompeta jazzística (el tocaba el saxo de jazz). Y desde esas tres perspectivas -y muchos detalles más, claro-, la Coral San José, el conjunto instrumental, los solistas y el director, entienden y hacen de la obra una versión magnífica. La partitura, con una unidad en lo fundamental, -que se interrumpió, en parte, por los aplausos en cada número-, tiene, sin embargo, una gran variedad de contrastes. El coro -homogéneo, equilibrado, de matiz romántico y claridad expositiva, sin aristas, cantando con seguridad, implicado individualmente en lo rítmico, y muy asambleario en los corales- asumió muy bien los estados de ánimo del oratorio: arranque rítmico rotundo (1), (al fondo un Britten muy amable); apaciguamiento sereno en la canción de cuna (2); aproximación al jazz (3); diálogo precioso con la trompeta y la mezzo (4); escalofriante sobre el temblor ostinato de la orquesta (5); valiente ante una tesitura tensa -sobre todo en sopranos- que, a la vez, vuelve a pedir serenidad (6); arropamiento a los raros portamentos exigidos a los solistas (7); precioso colorido de voces blancas, a su vez con mucho cuerpo; y apoteósico coral religioso que remite al universo (8); recogimiento de plegaria (9); insistente, casi desesperada, súplica de la paz, con una melodía muy pegadiza (10); jugueteo vocal imitando a los niños, con un pizzicato en la orquesta ajustado y entretenido, casi con guiños al pop (11); y rotundo en la marcha triunfal que lleva hacia el final de polifonía elaborada (12). Fundamental, pues, la maleabilidad del coro para abordar todos estos roles.

Y fundamental la dirección. Carlos Etxeberria juega muy bien con los tempi: desde mi posición, no hubo ni un emborronamiento; tal fue el acierto, pues el riesgo coro-ritmo-iglesia, es muy alto. Etxeberria marca claro, aporta seguridad, canta y se compenetra con su coro, y consigue fluidez y muchos matices. La orquesta -equilibrada con el coro- cumplió estupendamente. Iñigo Remírez -con un papel muy comprometido- consiguió un sonido de trompeta luminoso, pero sin estridencias. Y Nerea Berraondo se lució en los pasajes más líricos -la canción de cuna, por ejemplo- con un timbre cálido, redondo y acogedor.

El nombre de Chantrea viene de que era un barrio dependiente del sochantre de la catedral (traduzcamos por vicemaestro de capilla). El Sochantre hubiera estado orgulloso de la Coral San José.